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Mark Fisher en Sitges: Lo raro y lo espeluznante

En Hermosos y malditas, Cine y Series martes, 26 de octubre de 2021

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

Cuando decimos que algo es raro, ¿a qué tipo de sensación apuntamos? En su último libro, Lo raro y lo espeluznante (Alpha Decay, 2018), el crítico cultural Mark Fisher escribió que lo raro (weird) es un tipo de perturbación particular. Conlleva la sensación de algo erróneo: una entidad que nos hace sentir que no debería existir. Si está aquí, las categorías que hasta ahora daban  sentido al mundo dejan de ser válidas.

Lo raro no es necesariamente lo sobrenatural (un agujero negro es mucho más raro que un vampiro). Tanto el vampiro como el hombre lobo al que se le ha dedicado el 54 Festival de cine fantástico de Sitges son empíricamente monstruosos, nada más: su apariencia recombina elementos conocidos del mundo natural. Raro es Color Out of Space (Richard Stanley, 2019) una de las mejores películas de terror de los últimos años. H. P. Lovecraft plasmó lo raro no en el terror sino en la fascinación.

Lo raro no solo puede repeler, sino también llamar nuestra atención. Así sucedió con muchas películas de la sección oficial como en Tres, de Juanjo Giménez (con un estupendo guion y una justa reivindicación del sonido, dos aspectos últimamente descuidados en el cine español). Lo raro no encaja en la definición de fantasía de Tzevan Todorov. Según esta definición, lo fantástico se constituye mediante una suspensión entre lo siniestro (historias que acaban teniendo un desenlace natural) y lo maravilloso (historia que acaban de manera sobrenatural). La irrupción en este mundo de algo exterior es un indicador de lo raro. La puerta, como umbral entre dos mundos, es clave para la entrada de lo raro como en «La puerta en el muro», el relato de H. G. Wells, en Las puertas de Anubis, de Tim Powers, o en algunos discos de The Fall, el grupo de Mark E. Smith.

Mark Fisher

Los bucles generan efectos raros y confusiones a nivel ontológico, como en las novelas de Philip K. Dick con sus falsos recuerdos y los mundos engañosos. Lo mismo sucede en El mundo conectado, la producción televisiva de Rainer Werner Fassbinder, o en dos de las película más raras de David Lynch Mullholland Drive e Inland Empire. En el último festival de Sitges las películas que abordaron directamente la sensación de rareza en lo familiar fueron la floja Zora (Dalibor Matanic, 2021), la inquietante Here Before (Stacey Gregg, 2021) o el episodio El doble, la revisión de Rodrigo Sorogoyen del clásico de Narciso Ibánez Serrador para las nuevas Historias para no dormir.

En esta edición se proyectaron fantásticos documentales (en las dos acepciones del adjetivo) pero fue A Glitch in the Matrix de Rodney Aschery con su omnipresente eje temático (la posibilidad de que vivamos en una simulación computacional de acuerdo con el famoso artículo de Nick Bostrom) la que cubrió la sala con una fina capa de rareza filosófica.

De acuerdo con el ensayo de Fisher, la sensación de lo espeluznante (eerie) es muy diferente a la de lo raro. Se observa bien en la oposición (con una gran carga metafísica) entre presencia y ausencia. Si lo raro viene marcado por una presencia exorbitante que rebosa nuestra capacidad de representación, lo espeluznante se constituye por una falta de ausencia o por una falta de presencia. La presencia de Los pájaros en el relato de Daphne du Murier (un preludio de La noche de los muertos vivientes de George A. Romero) amenazaba las estructuras que dan sentido al mundo (más allá de la explicación política en clave de conciencia de clase ornitológica de Slavoj Žižek).

Mark Fisher

El doble (Rodrigo Sorogoyen, 2021).

La sensación de lo espeluznante surge si hay presencia cuando no debería haber nada (como en Offseason, la mejor pequeña-película de terror puro del festival), o si no hay nada cuando debería haber algo (como se intuye en la hipótesis de un universo anárquico a merced de un dios loco en Mad God, la meticulosa obra maestra de Phil Tippett). Lo espeluznante implica formas de especulación o suspense que no son un rasgo esencial de lo raro. Tiene que ver con lo desconocido. Ha de haber una noción de alteridad, una sensación de que el enigma puede conllevar formas de conocimiento, subjetividad y percepción que van más allá de una experiencia como sucedía de forma clásica en El resplandor o el Pícnic en Hanging Rock, la estupenda novela de la australiana Joan Lindsay.

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Necesario terror sin discurso: Offseason de Mickey Keating.

El hogar puede acoger tanto lo espeluznante eco-folclórico (The Feast, Lee Haven Jones) como lo raro freudiano más estricto (la mexicana Umheimlich de Fabio Colonna). El poder sobrenatural de la bruja siempre cae del lado de los espeluznante, incluso si se percibe encerrado con tu familia en el cuarto de baño, por eso la poco trabajada We Need to do Something de Sean King O’Grady ya es espeluznante. También lo fue la entrañable The Power de Corinna Faith.

El peligro no está en la ficción (como mostró Censor, la inteligente película de la talentosa Prano Bailey-Bond). El peligro está ahí fuera: Si La cosa pudo verse el último cuarto del siglo XX como una metáfora de la poderosa capacidad de transformación del capitalismo, estos días, lo espeluznante cambia su poder de adaptación por una terrible, global, natural irreversibilidad. La pandemia nos enseñó que el peligro puede convivir con la irracionalidad (tanto de los negacionistas como de los otros del balcón) pero también con la resignación. El confinamiento es una forma de organización socioeconómica y también un espacio-universo, por eso el fin del mundo se presentó en Sitges como uno más entre otros asuntos cotidianos en la rarísima Silent Night, (y quizás en A nuvem rosa). Silent Night —premio a mejor guion de nuestro certamen— dará que hablar porque supone una impactante revisión del subgénero de terror apocalíptico donde la soledad o la falta de sentido que ya anticipó Melancholia, (la obra maestra de Lars von Trier), conviven con ese mood de amistades confinadas que adelantó Los amigos de Peter (Branagh 1992) y porque en cierta ecológica forma, Silent Night será nuestro peculiar The Day After (Meyer, 1983) aquella integración del apocalipsis nuclear entre claxons de un aburrido atasco que nos sacudió en un telefilm de sobremesa hace 40 años.

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Nitram  (Justin Kurzel, 2021).

Por último, lo espeluznante puede venir del encuentro con lo alienígena como en la soberbia Under the Skin de Jonathan Glazer (una de las 10 mejores películas de la década para Cahiers du Cinema) o en el Stalker de Andréi Tarkovski, pero es más fácil hallarlo en lo terrenal, porque ni lo terrorífico, ni lo espeluznante son categorías estéticas necesariamente sobrenaturales. Al poderoso y muy real thriller ruso The Execution (Lado Kvataniya, 2021) le habría venido las tijeras de un buen corrector de guion. Lo espeluznante de Nitram, una de las películas más sólidas del festival,  tampoco fue sobrenatural: ni las matanzas ni los slasher lo son (hace tiempo que Halloween –a mí la última entrega sí que me gustó— dejó de contar)

Las exterminaciones masivas de seres humanos, la tortura, la conversión de hombres y mujeres en pastillas de jabón deberían helarnos los huesos más que cualquier fantasma de la imaginación. También hay en el capital (una fuerza capaz de provocar efectos de casi cualquier tipo) algo espeluznante, como se vio en mi película preferida del certamen: Lucyfer, del austriaco Peter Brunner con producción de Ulrich Seidl.

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¿Dónde está Ana Frank? (Ari Folman, 2021).

Hermosos: miedos porque son como la niñez: intensos y antiguos.

Malditas: imágenes espeluznantes de niños moribundos en Yemen.

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