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Limonka el bárbaro

En Cultura viernes, 15 de agosto de 2014

Edu Reptil

Edu Reptil

PERFIL

Un cabrón maldito del underground, un dios de la irreverencia, una granada de mano explotando en el plexo solar de las mentes sutiles. Un exceso de glásnost, tan auténtico que te puede matar de una sobredosis.

No te acerques al libro de Emmanuel Carrère si eres un individuo de juicio rápido; la forma de entender el mundo de Eduard Limónov, el poeta ruso que prefiere a los negrazos, no es para ti. Capaz de desenvolverse en los ambientes más hostiles de los paisajes soviéticos más desoladores, Édichka tan pronto recita un poema ante su atento público de maleantes callejeros bien instruidos en las artes de la supervivencia tras su paso por campos de trabajo siberianos, como se convierte en el icono de la bohemia moscovita por unos años en la década de los setenta, o asiste a una fiesta en un penthouse inmenso del Upper East Side para caer luego en desgracia y acabar trabajando como mayordomo de un millonario -al que querría asesinar en un par de ocasiones al menos- en la ciudad que quiso hacer suya. También tiene arrestos suficientes para ser escritor de éxito en París, supuesto criminal de guerra en Serbia, fundador del Partido Nacional Bolchevique en la Rusia poscomunista o iluminado en la prisión de Engels. ‘Para escribir cosas interesantes, primero hay que vivirlas’ parece ser la máxima del héroe antihéroe -porque sería difícil catalogarlo mediante cualquiera de las dos etiquetas- que siempre está de parte del paria, sea cual sea el pelaje de este.

Limónov es a la vez tan sabio y tan bárbaro, mitad intelectual mitad animal salvaje, que uno de sus mejores recuerdos es aquel momento en que acabando de recibir un televisor para progresar en su aprendizaje del inglés, sodomiza a su sofisticada Elena ‘ante las barbas del profeta -Solzhenitsyn- que arengaba a Occidente y estigmatizaba su decadencia’ en un talk-show yanqui. Por esta poderosa ambivalencia de su espíritu, el trabajo de Carrère, publicado en Anagrama, es digno de admiración: ha logrado componer una narración que atrapa desde el principio hasta el final, sin caer en algo tan burdo como una crítica políticamente correcta, perspectiva que habría tirado por tierra la fabulosa materia prima de la que disponía. El autor no se priva de emitir sus valoraciones sobre la turbulenta historia del protagonista, pero lo hace con buen gusto, dejando que el lector pueda asimilar poco a poco que nuestra opinión sobre tales hechos, a Limónov le resultaría tan insignificante como al universo nuestra existencia. Limónov es una fuerza de la naturaleza y a la vez un mendigo tuerto sentado a la sombra de una mezquita en Samarcanda. Un rey.

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