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Townes Van Zandt, comiendo en la mesa de Dylan

En Música 21 marzo, 2021

Sergio Ariza

Sergio Ariza

PERFIL

La vida de Townes Van Zandt ha acabado por comerse a su obra, como muchos otros artistas de culto.  El mito alrededor de Van Zandt se centra en una vida inestable, y en el talento que se desaprovechó en vez de en revaluar una obra que, como compositor, le debería poner en la mesa de los más grandes de su género. Puede que aquella frase de Steve Earle, puesta en la portada de un disco para vender más copias, Townes Van Zandt es el mejor escritor de canciones del mundo, y me plantaré sobre la mesa de café de Bob Dylan con mis botas de vaquero para decirlo no fuera la más certera de las citas, el propio Earle declararía más tarde que ni siquiera él, el más fiel discípulo de Townes, considera que Van Zandt sea superior a Dylan, pero desde luego el tejano tuvo el talento suficiente para sentarse en la mesa del Nobel de Literatura.

Townes Van Zandt es el mejor escritor de canciones del mundo, y me plantaré sobre la mesa de café de Bob Dylan con mis botas de vaquero para decirlo.

Podría volver a contar el mito, como un chico de familia bien se aparta del buen camino, guitarra al hombro y comienza una vida que parece sacada de alguna novela de William Faulkner o una obra de Tennessee Williams, pero puede que él se explique mejor : A veces no sé a dónde me está llevando este sucio camino, a veces ni siquiera puedo ver la razón. Supongo que seguiré apostando, bebiendo mucho y vagabundeando, es mucho más fácil que esperar sentado a la muerte. Son los primeros versos de la primera canción que compuso, “Waitin’ Around To Die”, desde el principio Townes Van Zandt decidió beberse la vida en vez de esperar a la muerte, aunque al final lo único que consiguió fue acelerar su camino a la segunda.

Si este tipo hubiera tenido la ambición de convertirse en uno de los grandes lo hubiera hecho, pero Van Zandt tenía más ganas de tomarse la siguiente copa que de grabar la siguiente canción. Algo que le llevó, en los peores momentos de su adicción, a intentar cambiar todo su glorioso catálogo de canciones de sus seis primeros discos por 20 dólares con los que poder inyectarse cualquier cosa (literalmente cualquier cosa, Van Zandt llegó a pincharse cocaína, vodka e incluso ron con coca cola).

A pesar de que un tipo de su talento tuvo que ser consciente de lo bueno que era, nunca se tomó demasiado en serio a él, ni a su música, lo cual es una pena porque estamos hablando de uno de los grandes, alguien que está a la altura de Dylan, Neil Young, Robbie Robertson o Gene Clark, algunos de los más grandes compositores de americana de todos los tiempos, otra cosa es el resultado final de su obra. Y es que tras su momento de gloria, entre 1968 y 1973, Townes Van Zandt nunca volvió a alcanzar los mismos resultados. En esos años sacó seis discos, más uno más que no se llegó a editar, mientras que en el resto de su carrera, desde el 73 hasta su muerte en 1995 solo aparecerían tres discos de estudio más, y varias de las canciones contenidas serían de ese disco que no se llegó a editar. Un periodo final en el que todavía había conciertos, y canciones, en los que se podía apreciar al enorme talento que era, pero que en otras no llegaba ni a acordarse de las letras de sus propias canciones y acababa desplomándose de la silla en la que tocaba con un hilo de baba chorreando por la boca.

Pero comencemos con este clásico relato de artista torturado, como a tantos otros de su generación lo que le llevó a coger una guitarra y ponerse a cantar fue Elvis Presley, eso sí, Van Zandt abandonaría la religión del rock & roll por la del folk, el country y el blues, y sería descubrir a Dylan, en especial su disco The Times They Are A Changin’ lo que le llevó a escribir sus propias canciones. Eso, y las palabras de su padre que le dijo a su hijo que dejara las versiones de su querido Lightnin’ Hopkins y se pusiera a escribir las suyas propias. Para ese momento Van Zandt ya le daba habitualmente a la botella, había sufrido sus primeras depresiones, había sido diagnosticado como maníaco depresivo y sus padres le habían sometido a una terapia por shock de insulina que acabó con casi toda su memoria a largo plazo.

Todo pudo haber cambiado si Townes Van Zandt se hubiera unido a la banda de su compañero de piso, Roky Erickson, otro músico de culto con problemas mentales, que intentó meter a Van Zandt como bajista de los 13th Floor Elevators pero que no lo logró después de que Tommy Hall le rechazara. Fue una pena para los amantes de la psicodelia y el garaje pero un triunfo para el futuro del country alternativo.

El caso es que en ese momento Van Zandt ya había compuesto sus primeras canciones y las estaba tocando en solitario en varios garitos. Fue en Houston donde le descubrió Mickey Newbury y le mandó a Nashville, donde le puso en contacto con su productor, «Cowboy» Jack Clement, uno de los productores más importantes de la ciudad, responsable de la producción, y la idea de los vientos, en el “Ring Of Fire” de Johnny Cash.

De repente Townes Van Zandt se encontró grabando en la capital de la música country, junto a algunos de los mejores músicos de la ciudad, mitos como James Burton, guitarrista de Ricky Nelson y Elvis, o Charley McCoy, el tipo que colorea con su guitarra la monumental “Desolation Row” de Dylan, y que también toca en Blonde On Blonde o John Wesley Harding. El caso es que Van Zandt estaba acomplejado a pesar de llegar con una lista de canciones increíble,”For the Sake of the Song”, “I’ll Be There in the Morning”, “Tecumseh Valley», «(Quicksilver Daydreams of) Maria», «Waitin’ Around to Die», and «Sad Cinderella.

Todas ellas acabarían en su primer disco, titulado como la primera de ellas. Era un disco que mostraba a un compositor enorme pero también a alguien al que le quedaba grande el estudio de grabación, fue idea de Clement recargar las canciones con lujosos arreglos, y Van Zandt no acabaría demasiado contento con el resultado, regrabando una buena parte de esas canciones en sus siguientes discos.

Townes Van Zandt se hizo a la idea de que nunca iba a ser una estrella, algo que nunca se le pasó por la cabeza.

Y es que esa primera obra es puro sonido almibarado de Nashville, con ejemplos claros como “Velvet Voices” o “All Your Song Servants”. Además, “Talkin Karate Blues” muestra la influencia de Woody Guthrie, seguramente asumida a través del primer Bob Dylan. Salió en diciembre de 1968 y al mes siguiente Van Zandt ya se encontraba en los estudios de grabación de Nashville grabando su segundo trabajo, se trata de Our Mother The Mountain y es su primera obra maestra.

Para este disco vuelve a contar con Burton o McCoy. El primero, que tocó varias veces el dobro en sus canciones, recordaría con cariño al compositor, a pesar de que los discos no tuvieron ningún tipo de éxito comercial, diciendo que era un gran escritor, con una vena triste que le recordaba a Hank Williams, posiblemente el mejor cumplido que se le puede hacer a un compositor con raíces country.

No es para menos, Our Mother The Mountain es un disco increíble que se abre con dos de las mejores canciones de su carrera, “Be Here To Love Me” y “Kathleen”. La primera es una maravilla acústica, con, probablemente, Burton coloreando la canción con su dobro, y Van Zandt sacándose de la manga otra melodía excepcional. También hay una flauta, que no me molesta particularmente.

“Kathleen” está recubierta de un oscuro arreglo de cuerdas que, esta vez sí, le sienta como un guante, a medio camino entre el folk y el pop barroco (no es de extrañar que los Tindersticks hicieran una notable versión en los 90). En “She Came She Touched Me” se puede escuchar la influencia de Dylan y de Leonard Cohen, a medio camino entre el “Love Minus Zero” del primero y el “Hey That’s No Way To Say Goodbye” del segundo.

La canción titular parece provenir de un mundo pasado, como si Van Zandt hubiera adaptado una desconocida melodía folk y la hubiera convertido en un lamento pastoral. Nuevamente no tengo nada en contra de la producción, con la flauta apoyando el fingerpickin’ de Van Zandt. En la segunda cara aparece la versión definitiva de la espléndida “Tecumseh Valley” y el desolador vals «St. John the Gambler», nuevamente con un arreglo orquestal que creo que ayuda a la canción.

No tardó en redondear su año más productivo con el mejor disco de su carrera, Townes Van Zandt, un disco en el que repescaba cuatro monumentos de su debut y les daba su forma definitiva, se trata de ”For the Sake of the Song”, “I’ll Be Here in the Morning”, «(Quicksilver Daydreams of) Maria» (otro vals majestuoso con sabor tex-mex) y «Waitin’ Around to Die», a ellas se le añaden “Fare Thee Well, Miss Carousel”, mi canción favorita de su autor, una de las pocas ocasiones en las que el acompañamiento de bajo y batería le sienta como un guante a una canción de Townes. Su mirada desesperada de la vida se vuelve a comprobar en la existencial «Lungs» aunque nos reconforta, a su manera, con la bucólica caricia de “Don’t You Take It So Bad”.

La icónica foto de la portada nos lo muestra con los ojos cerrados, sentado en una cocina, resignado ante un éxito que ni busca, ni va a llegar. Y es que si tras la publicación de esta maravilla las ventas siguieron siendo escasas Townes Van Zandt se hizo a la idea de que nunca iba a ser una estrella, algo que nunca se le pasó por la cabeza.

Eso sí, sin que él fuera muy consciente su obra fue llegando a otros músicos que quedaban impactados ante la calidad de sus composiciones, en 1968 una joven Emmylou Harris quedó prendada de su poesía tras escucharle en un garito de Nueva York, mientras que en 1970 Townes se cruzó en la vida de Joe Ely, un tipo que también quería ganarse la vida como compositor.

Circulando por Lubock, Texas, Ely recogió a Van Zandt que estaba haciendo autostop, para agradecerle el gesto este le regaló una copia de Our Mother The Mountain, que llevaba junto a varias más en una bolsa. Ely nunca había conocido a nadie que tuviera un disco, así que cuando llegó a casa lo puso, se quedó hipnotizado, durante varias semanas no escuchó otra cosa, gastando su copia y evaluando su propia forma de componer.

No fueron los únicos a los que influiría un Van Zandt que se encontraba en la fase imperial de su carrera, en 1970 viajó a Nueva York para grabar Delta Momma Blues, su tercera maravilla consecutiva, un disco más espartano en la producción y con un punto más blues que los anteriores. Aquí aparecen tres canciones gigantes, imprescindibles en su cancionero, la frágil y delicada “Tower Song”, la escalofriante “Rake” (excepto la conversión de la noche en día y la conversión del día en maldición), posiblemente la canción en la que mejor se utilizan las cuerdas en un tema de Van Zandt, y, cerrando el disco, “Nothin”, una velada alusión a su adicción a las drogas.

Lo curioso del caso es que a su disco neoyorquino le siguió su disco angelino, High, Low and In Between, publicado en 1971, el disco se abría de manera totalmente sorpresiva con una especie de gospel country, con Van Zandt acompañado por batería, piano, guitarras y hasta dos coristas femeninas, como si el bala perdida hubiera encontrado a Jesús y hubiera dejado la bebida definitivamente, pero la siguiente canción ya nos deja claro que el viejo Townes sigue ahí, los toques góspel siguen en la música, con piano y órgano, pero la melancolía que la recorre es mucho más familiar, por no mencionar cuando nos deja claro que «el cielo no está mal, pero allí no se consigue nada». Larry Carlton añade una magnífica pedal steel a un tema que nos demuestra que el pecador sigue su camino.

Es uno de los discos mejor producidos de su carrera y tiene un excelente sonido, puede que a nivel de canciones se quede un poco corto en comparación a sus dos clásicos de 1969, pero sigue en un excelente estado de forma, no en vano aquí aparece una de las mejores canciones de su carrera (posiblemente, de la que más orgulloso está su autor que llegó a declarar: Es imposible quedarse con una canción favorita, pero si me obligaran a punta de cuchillo a elegir una, sería ‘To Live Is To Fly’).

No era para menos, pues  se trata de una de las más hermosas canciones de su cancionero, y eso es decir mucho, con una de sus letras más brillantes: Everything is not enough And nothin’ is too much to bear, Where you been is good and gone All you keep is the getting there. Una frase que como muchas en el disco parece estar inspirada por la dolorosa pérdida de Leslie Jo Richards, su novia de aquel entonces, que fue apuñalada mientras volvía haciendo autostop a Houston tras irle a visitar a Los Ángeles.

A pesar de que la relación no estaba pasando por su mejor momento, la muerte de Richards, el 3 de agosto de 1971, le metió más en la espiral de drogas y alcohol. A pesar de ello siguió tocando, el 26 de septiembre de ese año en su garito fetiche, el Old Quarter de Houston, ese mismo día los Allman Brothers tocaron en el Houston Colliseum y su líder, Duane Allman, decidió que quería ver a Townes Van Zandt en directo. At Fillmore East había aparecido dos meses antes y estaba subiendo posiciones en las listas de Billboard, tras años de lucha, como el propio Townes, Duane y los Allmans estaban camino de convertirse en estrellas, pero eso no les impidió coger su equipo y plantarse en el Old Quarter a la una de la madrugada.

Cuando llegaron, Townes ya había hecho dos pases y no estaba muy convencido de hacer un tercero, pero Duane sacó su «mercancía» y le dijo Quizás esto ayude, Townes esnifó sin pensarlo el material, subió al escenario y estuvo enorme, el mayor de los Allman decidió que se iban a subir a tocar con él, los Allman Brothers montaron su equipo y Townes Van Zandt cantó Stormy Monday y otros blues clásicos, la velada se estiró hasta las 4 de la mañana, cuentan que Dickey Betts estaba cansado pero que Duane le convencía para seguir tocando.

La fiesta continuó arriba, con varias bebidas y sustancias ilegales, pero alguien se dio cuenta de que la recaudación de la noche faltaba y el dueño comenzó a quejarse de que no tenían dinero para comprar bebidas para la semana siguiente, así que Duane dijo, Mira que no se difunda mucho o esto será una locura, pero puedes correr la voz de que mañana tocamos aquí. Al día siguiente, Duane, Dickey Betts, Berry Oakley y Jay Jay Johanson tocaron en el Old Quarter dos pases de dos horas cada uno. Durante esos dos días, Duane y Townes fueron inseparables, compartiendo drogas y música.

Dos semanas después de su encuentro Van Zandt sufrió una sobredosis en la que se le llegó a declarar muerto, aun así viviría. Duane Allman no correría tanta suerte, poco más de un mes después de su actuación en el Old Quarter el genial guitarrista perdía la vida en un accidente de tráfico.

Aun así, Van Zandt lograría recuperarse y pasar por uno de los periodos más felices y productivos de su vida. En enero de 1972, mientras vivía con su mánager Kevin Eggers y su mujer Annie en su apartamento neoyorquino, Townes recibió la llamada de su amigo Guy Clark diciendo que se iba a casar con su novia Susanna y se iban a ir a vivir a Nashville. Clarke le pidió a Van Zandt que ejerciera de padrino y este no solo aceptó, sino que terminó viviendo con la pareja durante ocho meses.

Clark reconoce que al principio le pareció extraño, pero que pronto se convirtió en parte de la familia y que tenerle allí le sirvió para aprender una o dos cosas sobre composición. Eso sí, no siempre era fácil, hubo una vez en que harto de las bromas de Van Zandt y su mujer, decidió meterse en una habitación y cerrarla con clavos. Salir de allí fue un infierno, pero lo hizo con un tema bajo el brazo.

Claro que Susanna tampoco se mantuvo quieta y ver a su marido y a Van Zandt componer a todas horas la llevó a probar suerte. Su colaboración con Van Zandt, “Heavenly Houseboat Blues”, acabaría en The Late Great Townes Van Zandt, un disco a la altura de sus dos maravillas de 1969. Townes también escribió en aquella casa una de sus canciones más recordadas, If I Needed You, una mañana bajó a la cocina donde estaban Guy y Susanna y les dijo acabo de soñar una canción entera, música y letra, y les cantó el tema ante el asombro absoluto de la pareja.

En aquel disco también aparecería su canción más recordada y la que le daría de comer y, más importante para él, le pagaría el alcohol y las drogas durante la etapa final de su vida, Pancho & Lefty, la inmortal historia de dos bandidos que se convirtió en su canción más versionada y reconocida.

The Late Great Townes Van Zandt, un título que hizo que su madre comenzara a recibir llamadas de amigas dándole el pésame, es uno de sus discos más esenciales, además de las dos canciones mencionadas aquí se encuentra la versión definitiva de “Sad Cinderella”, además de “Snow Don’t Fall”, una canción oscura en la que los arreglos de cuerda le sientan muy bien, sin parecer adiciones posteriores. También hay una gran versión de un tema de su amigo Guy Clark, “Don’t Let The Sunshine Fool Ya”, y la épica y psicodélica “Silver Ships of Andilar”, en la que se pueden ver referencias a la obra de Tolkien.

Fue su sexto y último disco para Poppy Records y puede considerarse el final de su etapa más productiva, aunque esta tendría un genial epílogo. El disco corrió la misma suerte comercial que el resto de su discografía, muy pocas copias vendidas, y Townes Van Zandt siguió yendo por el lado salvaje de la vida sin que le importara mucho.

En 1972 apareció totalmente borracho en un semi vacío No Quarter de Houston mientras tocaba un joven cantautor. Townes comenzó a atormentarle pidiéndole que cantara “The Wabash Blues”, una canción tradicional, pero el chico no se la sabía, eso sí, ante el asombro de Townes comenzó a tocar “Mr. Mudd & Mr. Gold”, una canción de High, Low and In Between, una de las canciones más complejas líricamente que había compuesto nunca. Desde ese momento Steve Earle, que así se llamaba el joven cantautor, se convirtió en una especie de discípulo suyo.

Al año siguiente, en julio, Van Zandt dio una serie de actuaciones en el Old Quarter que se grabarían y se publicarían cuatro años más tarde en el increíble directo Live at the Old Quarter, Houston, Texas. Es el disco favorito de los seguidores más acérrimos de Townes, solo él y su guitarra, cuando todavía era un experto en el fingerpickin’ y su voz sonaba clara y expresiva.

Es el perfecto resumen de su carrera hasta entonces y cuenta con varias canciones del que iba a ser su séptimo proyecto, Seven Come Eleven, un disco que no llegó a publicarse en su momento, y en el que iban a aparecer canciones como “Rex’s Blues”, “Loretta” o “No Place to Fall”. Lo evidente es que este disco doble es una perfecta puerta de entrada a su increíble cancionero.

Su carrera quedó medio estancada durante un tiempo, y a finales de 1975 se le puede ver en el documental Heartworn Highways con una escopeta y una botella de whiskey en cada mano, viviendo en un tráiler sin electricidad. Eso sí en cuanto coge la guitarra y toca “Waitin Around To Die” es capaz de sacar las lágrimas de su acompañante.

Luego bromea antes de cantar “Pancho & Lefty”, Ahora voy a tocar la melodía de mi éxito, riéndose, ajeno a que se acabaría convirtiendo en un éxito de verdad, ese mismo año la grabaría Emmylou Harris en su disco Luxury Lines y en 1983 harían lo mismo dos gigantes del country como Willie Nelson y Merle Haggard que la llevarían hasta el número uno de las listas del género.

Hubo algún disco más y siguió alternando grandes conciertos con verdaderas espantadas, de esos últimos años me apasiona la versión en directo del “Dead Flowers” de los Stones que apareció en Roadsongs y que los Coen utilizaron con brillantez para el final de El Gran Lebowski.

Y es que, como la del Nota, la historia de Townes Van Zandt es demasiado buena como para no contarse, lo malo es que muchas veces esa historia se pone en el camino de la música, y este hombre es mucho más que la leyenda del santo bebedor, culpable principal de que su nombre no sea tan reverenciado como otros, porque cuando se tiene tanto talento como Townes, es un delito que su música siga siendo conocida solo por una minoría, aunque, por lo menos, ahí está, maravillosamente envasada en esos discos que siguen ahí a pesar de que su protagonista hace tiempo que dejó de esperar a la muerte y la abrazó definitivamente.

Así que así es cómo supongo que esta comedia humana se perpetúa a sí misma a través de las generaciones, hacia el Oeste con las carretas, a través de las arenas del tiempo hasta que… Ah, mírame. He vuelto a perder el hilo…

Dime, amigo, ¿no tendrás otro vaso de esa buena zarzaparrilla…?

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