Leto (Verano), dirigida por el ruso Kirill Serebrennikov, es una película ambientada en la escena musical de Leningrado en los años 80, cuando los discos son objeto de contrabando –como nos describía H4L9000 en este artículo de EL HYPE– y el rock emergente debe guardar la compostura en conciertos y apariencias, una época en que la rebeldía se vestía de rock. Seleccionada a competición en sección oficial en el Festival de Cannes del año pasado, director no pudo presentar su película, al hallarse en arresto domiciliario por un supuesto delito económico. De alguna manera, este incidente ha continuado el accidentado rodaje que hubo de interrumpirse en agosto de 2017, por el mismo motivo.
Gracias a las notas del director, su equipo rodó las escenas que faltaban en San Petersburgo, teniendo que montar solo la película en su propia casa, algo que también tuvo que hacer Polanski en Suiza con El escritor. Serebrennikov transmite con energía y fascinación la historia real del músico Mike –siguiendo las memorias de su esposa, Natacha–, su relación con la música –conciliándola con su trabajo gris como guardia nocturno– y su generosidad con el debutante Viktor Tsoï, a quien apoya en su incipiente carrera. Según declara el director ruso, realizó el filme para y sobre una generación que considera la libertad como una elección personal y la única posible, con el objetivo de capturar y subrayar el valor de esa libertad.
La fotografía de Vladislav Opelyants, en su segunda colaboración con el director, depara un espléndido blanco y negro, elección que Serebrennikov justifica así: Es la única manera de contar la historia de esta generación, ya que la noción de color no apareció hasta más tarde, en el inconsciente colectivo ruso. Una época bruta y alternativa, en la que todo el mundo se sentía muy vivo. La colaboración de Opelyants con el diseñador de producción Andrei Pankratov, responsable de los decorados de Leviatán y Elena de Andrey Zvyagintsev asegura una producción perfectamente exportable, en la senda de Cold War.
Los breves atisbos de color ligados a la música se alían a un diseño ochentero que incluye grafismos típicos de videoclips de la época, incluyendo temas populares de Lou Reed, David Byrne o David Bowie. Sin embargo, el logro en cuanto a la proximidad de los personajes y trama, la atmósfera y demás, dejan un poso happy, quizá por demasiado intimista, que impide el reflejo real de su contexto histórico.
Leto adolece de una cierta desmesura, o mejor, desequilibrio que impide la completa identificación con sus postulados, a riesgo de confundirnos con la euforia desatada y la seriedad de su poso, siempre ensimismada, pero también atractiva.
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