Las golondrinas de Kabul (Zabou Breitman & Eléa Gobbé-Mévellec, 2019) es una delicada e impactante película de animación que narra una historia de amor y represión, ambientada en Afganistán en 1998, en un Kabul ocupado por los talibanes. Basada en la novela del mismo título de Yasmina Khadra, Verano de 1998 relata la azarosa tragedia de Mohsen y Zunaira, dos jóvenes enamorados en un contexto de intolerancia y violencia, paralelamente a otra pareja madura, cuyos destinos se cruzan.
Las directoras han optado por la representación animada que aporta dulzura a la crudeza de la historia sobre las víctimas del integrismo, cuyas existencias se borran en vida, en una aniquilación que comienza por despersonalizar, anular cualquier rasgo de individualidad y pensamiento libre.
La audacia de colorear en tonos pastel un filme que plasma lapidaciones y ejecuciones asume el riesgo de ser criticado por la banalización de la barbarie, de la que se libra de sobras por la contundencia de su guion, eso sí de una sencillez innegable. Sin embargo, Las golondrinas de Kabul es una película que conmueve por el contraste entre la belleza y la monstruosidad, por la elegante puesta en escena y la sensación de transparencia, de ligereza, que transmite.
La película está interpretada por excelentes actores como Hiam Abbass (Mussarat) y Simon Abkarian (Atiq), que prestan sus voces a la pareja mayor, y Swann Arlaud (Mohsen) y Zita Hanrot (Zunaira). La actriz y directora francesa Zabou Breitman se basó en la acción con actores reales que interpretaron el guion, mientras que Gobbé-Mévellec (El gato del rabino, 2011) y su equipo de animación la utilizaron como referente.
La cualidad etérea de la representación gráfica, basada en la levedad de la acuarela, no evita la sofocante sensación de opresión que recorre Las golondrinas de Kabul, una propuesta hermosa y potente que fue estrenada mundialmente en el Festival de Cannes (Un certain regard).
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