A punto de terminar, el 81 Festival de Venecia ha acogido el estreno del segundo capítulo de Horizon: An America Saga, la colosal obra histórica de Kevin Costner ambientada en la ocupación del oeste norteamericano durante la segunda mitad del siglo XIX. Después del debut de la primera parte en el Festival de Cannes, en el que pudimos asistir a la presentación de las diferentes tramas y personajes, esta última demuestra sin duda la fuerza que va adquiriendo este proyecto de largo recorrido. Con Michael Muro de nuevo en la dirección de fotografía, volvemos a contar con un desfile de belleza paisajística que quita el respiro y unas composiciones de cuadro exquisitas también en las distancias medias y cortas. Lo mejor del western clásico hermanando con el cine espectacular.
Como explicó Kevin Costner durante la rueda de prensa, no le interesan los westerns que son sólo una excusa para desembocar irremediablemente en un tiroteo, rechaza este tipo de películas del oeste que giran en torno a la exhibición de la violencia. Lo que le interesa es la autenticidad de los personajes y las situaciones, el comportamiento humano, el dramatismo que surge de la ausencia de ley, donde cada uno debe encontrar la manera de sobrevivir, defenderse, relacionarse y resolver sus propios conflictos. Cabe recordar que Costner también ha dirigido y producido películas de distopía: The Postman (1997) y Waterworld (1995), que en realidad tienen mucho en común con el western: también nos hablan de la manera de actuar de las personas, de la autodefensa del individuo en ausencia de una tutela institucional y unas leyes, al menos democráticas, que lo amparen. El individuo no tiene en sí un valor garantizado, lo tiene en cuanto a sus relaciones más estrechas y para con las personas que puedan depender de él. Como llegado un momento dicen en la caravana que se dirige a ese lugar prometido llamado Horizon: No sentiremos la falta de nadie.
En la mayoría de las tramas de Horizon, el protagonismo recae en las mujeres (con Sienna Miller, Jena Malone, Ella Hunt, Abbey Lee o Isabelle Fuhrman) para interpretar desde la perspectiva femenina las vivencias de esa precariedad social y legal. No son superheroínas, son mujeres normales y corrientes que tienen que lidiar con todo, más el patriarcado. Mujeres utilizadas, violadas, prostitutas, viudas, hijas bajo el comando paterno; lo común. En ocasiones, una mujer sola tiene que negociar la protección de un hombre si no quiere ser pasto de la violencia de otros ante la mirada desentendida del grupo. Puede que sepan lo que está pasando, pero no les parece necesario hacer nada al respecto. O bien lo saben, pero no se atreven. O bien se atreven, pero no se les permite. Éste es el tipo de dilemas ante los que Costner sitúa al espectador. Son esquemas universales de las conductas humanas que trascienden épocas y países y, por supuesto, géneros cinematográficos.
La película, con sus múltiples historias entrecruzadas, está cuajada de escenas y diálogos tan depurados y llenos de matices que merecen ser analizados en detalle. Conversaciones y puestas en escena llenas de un significado antropológico muy conciso sobre la construcción de las relaciones de poder entre individuos y, en definitiva, sobre la condición humana. Unas son dramáticas, otras están contadas con humor, otras son esperanzadoras, como el encuentro entre una niña huérfana de padre asesinado y un niño de la etnia indígena White Mountain, que nos evoca la pureza de espíritu, una añoranza punzante e imposible de cómo se podrían haber hecho las cosas de otra manera.
La odisea continúa, la de los colonos europeos en busca de una nueva vida y la de Kevin Costner hacia los capítulos tercero y cuarto. Como coronó en la rueda prensa del 7 de septiembre en Venecia: I don’t know how, but I’m going to make it (No sé cómo, pero lo haré).
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