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Cultura

Eloy Fernández Porta, “La farmacofobia no le va a solucionar la vida a nadie”

En Entrevistas, Cultura lunes, 16 de mayo de 2022

Alejandro Serrano

Alejandro Serrano

PERFIL

El gran ensayista barcelonés Eloy Fernández Porta (1974) vuelve, después de un impasse pandémico, con Los brotes negros: en los picos de ansiedad (Anagrama, 2022), y lo hace con un texto biográfico, a medio camino entre la correspondencia y el diario, en el que explora su propio trastorno de ansiedad tanto como los efectos de la ruptura afectiva, las edades en la trayectoria del intelectual o la vida precarizada de los agentes culturales.

Para quien no lo conozca, Eloy Fernández Porta es reconocido por ensayos como Afterpop, Homo Sampler, €ro$ (Premio Anagrama de Ensayo) o más recientemente Las aventuras de Genitalia y Normativa. En Los Brotes Negros nos conduce a lo más profundo de la ansiedad, pero también, a reflexionar en el dolor de los demás.

He tenido el placer de entrevistarle para hablar sobre su último libro y otras cuestiones recurrentes en la obra de este singular ensayista.

Hola Eloy, es un placer volver a leerte de nuevo, y esta vez, de forma más visceral que nunca. Siempre consigues hacer del ensayo, siendo un género más rudo y directo que la novela, una herramienta interesante, poética y sugerente. Sin embargo, en Los brotes negros, encontramos al Eloy más cercano y vulnerable, ¿a qué es debido este cambio a la autobiografía en tu forma ensayística? ¿Qué te llevó a escribir este libro?

El origen del libro está en un conjunto de sensaciones muy vívidas que empezaron meses antes de la pandemia, y que empeoraron con el encierro: sentir que tenía un termitero dentro de la cabeza, tener episodios de llanto incontenibles y prolongados, sentir el pensamiento roto por ideas intrusivas y sentimientos de añoranza desesperada. Son algunas de las marcas del trastorno de ansiedad tal como lo experimenté en su fase más aguda. Con ese material parece que a priori lo único que cabe hacer es lírica oscura o garabatos en un cuaderno, y el texto contiene tramos de esas dos cosas. Pero a partir de un cierto grado de autorreflexión, condicionado en parte por una terapia conductista, creí encontrar en el dietario una forma que permitía dar cuenta de esas exaltaciones del cuerpo a la vez que explorar algunas de sus consecuencias sociales. Para mí era muy importante dar cuenta de esos momentos de intensidad y de sentirse fuera de sí, que son el centro del texto; antes de esto había hecho algunos experimentos literarios en forma de sampler con representaciones de la violencia, pero eran textos apropiados, no usaba mi propia vivencia.

Por lo que respecta a la salud mental quien padece de un trastorno suele tener la sensación de que “hay esperanza pero no es para nosotros”, por decirlo en kafkiano.

Los brotes negros triangula varios temas capitales en nuestro momento y está vertebrado por la relación entre capitalismo, ansiedad y trabajo cultural. De aquí me surgen varias preguntas, que dices indirectamente en el libro, y es que, grosso modo, parece que solo existamos mientras producimos y hacemos eco de ello en las redes sociales. Más allá de eso, es como si no existiéramos. ¿Hacia dónde crees que nos estamos precipitando? ¿De qué sirve, por ejemplo, producir culturalmente de forma tan masiva en un sistema económico que no lo soporta, donde es imposible poder vivir de lo que queremos?

En efecto ese es uno de los asuntos que trato de plantear, combinándolo, eso sí, con otros factores, que presento en forma de flashbacks, como los antecedentes genéticos o el duelo emocional de larga duración -puesto que estos procesos son multicausales y en la mentalidad ansiosa las causas de preocupación se van alternando y acumulando como una Danza de la Muerte. Como muchas otras personas he apostado mi identidad, o la mayor parte de ella, a la productividad, y he sido un adicto al trabajo, en parte por vocación, en parte por obligación, en buena medida por una búsqueda de reconocimiento en que se combinan la necesidad material y la psicológica. En un momento determinado llegué a un punto de saturación en que sentía continuamente que hiciera lo que hiciera no bastaba, que las tareas que había asumido implicaban cada vez más responsabilidades y que buena parte de ellas rendían réditos muy pobres tanto en lo económico como en lo social. Esa ‘crisis del workahólico’ la veo como un punto inevitable de una carrera profesional, que en muchos casos se parece más a una Escalera de Escher en que se dan continuos bloqueos, parones y descensos.   

Eloy Fernández Porta

¿Piensas, como Remedios Zafra, que la respuesta que el progreso nos da a la ansiedad son los ansiolíticos, que nos hacen seguir siendo productivos? ¿Se ha convertido la ansiedad en una necesidad para seguir produciendo y teniendo más dependencias? Es curioso que la respuesta en estos casos no sea la psicología, dar tiempo a los trabajadores o reducir las jornadas laborales, sino que sea: ante la ansiedad, ansiolíticos.

Comparto con Remedios Zafra la crítica a lo que ella denomina ‘cultura ansiosa’, que nos hace dudar si la ansiedad la hará explotar por la cabeza o por el estómago, como escribe en Frágiles. También la idea, expresada por Boris Groys, de imaginar una cultura que no huela a sudor. No obstante, creo que ese problema no es exclusivo ni distintivo del capitalismo, como he explicado en mi comentario a la ‘carta a los jóvenes comunistas’ de Ernesto Guevara, que es, entre otras cosas, una apología de los trabajos forzados, en la que, podría decirse, el entusiasmo vocacional creativo al que se refiere Zafra es sustituido por el entusiasmo revolucionario, con resultados muy parecidos: matarse a trabajar porque una causa lo requiere. En cuanto a los ansiolíticos, al igual que otras medicaciones suelen ser necesarios para atenuar el dolor psíquico, que en muchos casos es crónico, intenso o insoportable, y que te llena la cabeza de ideaciones suicidas. Primero hay que garantizar que el dolor del paciente se mantenga en un umbral tolerable y, por decirlo todo, que siga con vida; luego ya veremos si está en condiciones de producir más o menos. La farmacofobia no le va a solucionar la vida a nadie.          

Los brotes negros triangula varios temas capitales en nuestro momento y está vertebrado por la relación entre capitalismo, ansiedad y trabajo cultural.

¿Qué ha supuesto esta escritura en primera persona en ti, en tu forma de ver los problemas? ¿Qué te ha hecho ver o pensar?

La escritura en primera persona la había empezado a desarrollar cuando escribí En la confidencia, que es, en parte, una autobiografía como oyente de secretos ajenos. Pero en ese caso el registro era algo más contenido y puse más el énfasis en describir encuentros personales y actos de habla que en contar qué le ocurre al cuerpo, aunque ya había algún apunte en ese sentido.

La sintomatología que describes en el libro, ¿crees que está más generalizada de lo que pensamos? ¿Podríamos decir, como Houellebecq, pero en el contexto post pandémico, que todo será igual, pero un poco peor? ¿Qué crees que hemos dejado, y qué ganado, durante esta transición que hemos pasado con el coronavirus?

En cuanto a la primera pregunta, sí, las respuestas que me han ido llegando desde que se publicó indican que los síntomas de la ansiedad son muy frecuentes, y que suelen quedar enmascarados en términos como ‘estrés’, ‘mal momento’ o ‘exceso de trabajo’. Eso implica que casi todos los tratamientos terapéuticos empiezan tarde, solemos esperar a que las cosas se pongan muy feas para pedir ayuda médica, y eso también implica que los tratamientos farmacológicos tendrán que ser más fuertes que si se hubiera dispuesto de un diagnóstico temprano. En cuanto a la crisis del coronavirus, creo que trajo consigo una producción global de discurso confesional y testimonial, como pudo comprobarse en Tinder, que se ‘facebookizó’ durante el confinamiento, de modo que en la gestión sexoafectiva que esa y otras redes vehiculan lo propiamente afectivo se convirtió en un factor aún más importante de lo que ya era.   

Eloy Fernández Porta

Eloy Fernández Porta. Foto: Irene Medina.

¿Crees que hay espacio para la esperanza en este mundo que estamos construyendo?

Por lo que respecta a la salud mental quien padece de un trastorno suele tener la sensación de que “hay esperanza pero no es para nosotros”, por decirlo en kafkiano. En realidad es una posición emocional y cognitiva que coincide con la del crítico cultural, que no tiene esperanza pero sí convencimiento. A lo largo de los últimos años no ha habido progresos muy significativos en el ámbito de la neurología, lo cual no quita para que las aportaciones que proceden de esa disciplina deban ser consideradas por encima de las que proponen otras prácticas paracientíficas o acientíficas. Creo que todo ello se relaciona con los debates acerca de la noción de futuro, y la cancelación de sus ilusiones. El dolor psíquico ocurre aquí y ahora, apenas permite pensar en una posibilidad de atenuación, de modo que hacen falta modos de atención y cuidado que sean radicalmente presentistas -que no imaginen un Estado del Bienestar que no es más que un fantasma ideológico del siglo pasado.     

¿Qué te gustaría aportar y transmitir con este libro?

La verdad es que cuando empecé a escribirlo lo que me movía era dar cuenta de la experiencia inmediata de la ansiedad: los tics, los movimientos compulsivos, la asfixia, las sensaciones mentales que Esmé Weijun Wang describe como unas arañas estaban horadándome el cerebro -y que, aun cuando desaparecen, te hacen sentir, así lo vivía yo, como si hubiera una serpiente que dormita en una rama y se puede despertaren cualquier momento. Y, con ellas, los momentos de demasía o de exaltación física: los episodios de llanto incontenible en plena calle, la sensación de sentirse abrumado por una añoranza desesperada. En la primera fase de la escritura quería dar cuenta de un cuerpo que ya no podía responder de sí mismo y que se veía desbordado por fuerzas internas y externas. Eso me fue llevando paulatinamente a hacerme preguntas acerca de la identidad propia -¿quién soy cuando estoy en este estado?-, y de ahí surgió un tramo de escritura algo más meditativo, quizá más reposado, en la que traté de conectar esa experiencia con asuntos más generales como la explotación (incluida la autoexplotación), las maquinarias de producción o la diferencia entre melancolía y desesperación. En algún momento redacté algunos trucos para atenuar los ataques, pero luego los reescribí porque la vivencia de los ataques es que cualquier truco es un dique contra el océano. En ningún momento traté de escribir un libro de autoayuda, pero algunas respuestas me han enseñado que leer sobre una situación a la que no se le ve salida puede ser también, en algún sentido, sanador.     

¿Piensas llevar Los brotes negros a un spoken word en la presentación del libro?

Estamos probando algunas cosas con el músico Eloi Isern (aka Eloi El Bon Noi), que trabaja en live coding. Con él hicimos la sesión de spoken basada en mi libro anterior, Las aventuras de Genitalia y Normativa, y colaborar con él me permitió desarrollar un registro del recital más pautado de lo que había hecho hasta aquel momento, usando partituras, en una coordinación total con la música que él crea en directo. Tengo ganas de hacerlo pero es complicado, porque la escena del spoken word es otra de las industrias culturales que, como comento en el libro, han visto reducido su espacio y sus fuentes de ingresos; pueden terminar siendo otra más de las dedicaciones creativas que van dejando de ser una profesión, como ocurrió, en buena medida, con la crítica de música o la de arte.  

¿En qué más proyectos estás trabajando?

Estoy organizando una serie de artículos en torno a cuestiones de género que he ido publicando desde hace algún tiempo en revistas y catálogos, y que conforman una serie llamada Medianenas & Milhombres. Es un libro en que combino los estudios de las masculinidades, la crítica cultural y algunos experimentos literarios. También tengo previsto editar en Jekyll & Jill un ensayo dialogado que hemos hecho con Julián Ríos, y en el que hablamos, a partir de su obra, de temas como la monstruosidad, la representación ficcional de las ciudades, la literatura del porvenir o las relaciones entre las letras y las artes, que es un asunto central tanto sus novelas como en mis ensayos.

Fotos: Irene Medina.

Aquí puedes hacerte con el libro

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