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Los mejores discos de pop barroco

En Música 20 noviembre, 2022

Sergio Ariza

Sergio Ariza

PERFIL

Como ocurre con todas las etiquetas que se ponen a la música, el término pop barroco no es algo que sirva para delimitar perfectamente a grupos o discos, ¿son los Tindersticks pop barroco o pop de cámara? ¿y Belle & Sebastian? ¿son más twee o barrocos? En fin, lo que quiero decir es que es difícil determinar con certeza cuando un grupo o un disco pueden ser calificados plenamente de algo, por ejemplo, para muchos el Something Else de los Kinks es un disco de pop barroco, pero yo creo que trasciende esa etiqueta porque tiene también otras cosas, sino estaría definitivamente aquí, pero creo que estos diez discos sirven como magnífica representación del género y, además, son mis diez favoritos.

Los orígenes del pop barroco tampoco están muy claros, podríamos decir que cuando Leiber y Stoller pusieron una sección de cuerdas a “There Goes My Baby” ya estábamos acercándonos, aunque, sin duda, lo productores que más jugaron con la mezcla de música pop y clásica fueron Phil Spector con su muro de sonido y Burt Bacharach con sus pequeñas orquestas. Si cerramos todavía más el asunto nos saldría que los grandes antecedentes del género serían el uso de un cuarteto de cuerdas en “Yesterday” y de un solo de clavicordio en “In My Life” por parte de los Beatles en 1965, lo que llevará a muchos grupos a asumir esas influencias barrocas, aunque el disco más importante y copiado del género es el que abre esta lista:

The Beach Boys – Pet Sounds (1966)

Brian Wilson ya había metido clavicordios y jugado con la idea de canciones sofisticadas mezclándose con otras en The Beach Boys Today pero, aun así, lo que hizo con Pet Sounds cambió para siempre la historia de la música popular. Wilson había abandonado las giras de los Beach Boys y se había quedado en casa para poder componer algo así, el caso es que los Beach Boys son sustituidos por los mejores músicos de sesión de Los Ángeles, la famosa ‘Wrecking Crew’, y el hermano mayor de los Wilson le da al pop una sofisticación propia de la música clásica, mezclando el muro de sonido de Spector con la idea de Rubber Soul de que las canciones de relleno están terminantemente prohibidas, expandiendo todas las ideas orquestales que había empezado a desarrollar en la cara B de Today y dando al mundo un disco perfecto como es Pet Sounds. Solo el comienzo con «Wouldn’t It Be Nice» tiene más cambios y enjundia que la carrera entera de varios grupos pero es que cada canción de esta maravilla es una sorpresa en la que timbres de bicicleta, trompas, flautas, Theremines, secciones de cuerda y latas de bebidas se mezclan con las armonías más gloriosas jamás cantadas en la música pop.

Zombies – Odessey & Oracle (1968)

Pet Sounds fue un pequeño fracaso en EEUU pero toda una sensación en Inglaterra. Ya se ha dicho que fue el disco que llevó al Sgt. Pepper’s pero es que todas las bandas de la época se vieron influidas por él, y casi todos los grupos ingleses tienen maravillas en el género como el “Eleanor Rigby” de los Beatles, el “Too Much On My Mind” de los Kinks o el “She’s A Rainbow” de los Rolling Stones. Sin embargo, el grupo que hizo un disco entero del género, logrando una obra maestra por el camino, fueron los Zombies, cuyo temprano éxito “She’s Not There” ya fue considerado un antecedente del género, a pesar de no tener clavicordio, ni trompas, ni cuerdas. Lo curioso del caso es que esta maravilla pasó sin pena ni gloria cuando se publicó, a pesar de que Rod Argent y Chris White le escribieron la más maravillosa colección de canciones a la preciosa voz de Colin Blunstone (a los que les guste el género no duden en hacerse con su disco en solitario One Year, publicado en 1971), gemas como “Care of Cell 44”, “A Rose for Emily”, “Beechwood Park”, “This Will Be Our Year” o “Time Of The Season”. El caso es que al año de publicarse, esta última se convirtió en un gran éxito en EEUU, pero para ese entonces los Zombies ya habían dejado de existir…

Love – Forever Changes (1967)

Love eran un grupo que venía del folk rock y del hipismo pero ya habían demostrado con la primera cara de Da Capo que eran capaces de entregar algunas de las canciones más bonitas de su tiempo. Aun así, Forever Changes sorprende, siendo una obra descomunal en la que Arthur Lee viste a las 11 canciones, todas acústicas, con unos maravillosos arreglos de cuerdas y vientos. Para ello se pasó tres semanas con el responsable de éstos, cantándole y tocando como quería que sonaran. Ya se le llame folk rock, psicodelia o pop barroco, o una mezcla de todo eso, lo que está claro es que este álbum es uno de los más hermosos de todos los tiempos. Si Lee es el principal artífice, 9 de las 11 composiciones llevan su firma y canta 10 de los 11 temas, Bryan MacLean es el héroe en la sombra, con otras dos canciones a su nombre, una cantada por él y otra siendo la inmortal Alone Again Or, la canción más famosa del disco. Claro que tras toda esa belleza se escondía una banda que se desintegraba y la sombra de toda la violencia y espanto que se iba a dar en la contracultura y el movimiento hippie a finales de los 60. Por cierto, el fantástico final con “You Set The Scene”, más que barroco, es Wagneriano.

Françoise Hardy – Ma jeunesse fout le camp (1967)

Hay discos con los que no se puede ser objetivo, Ma jeunesse fout le camp de Françoise Hardy es uno de ellos para mí. Este es uno de esos que me llevaría a una isla desierta para escuchar una y otra vez. Situado a mitad de su carrera, a medio camino de sus años como la ‘chica ye-yé de París’ y sus discos más tipo cantautor como el también notable La question, este álbum es una verdadera delicia para los amantes de la música pop. Rodeando su frágil voz con maravillosos arreglos de cuerdas, principalmente a cargo de Charles Blackwell, pero también dos a cargo del futuro Led Zeppelin, John Paul Jones (que también arreglaría la mítica “She’s A Rainbow”), en concreto esas preciosidade tituladas “En vous aimant bien” y “Mais il y a des soirs”. El caso es que este disco ve a Hardy alcanzar la plena madurez en temas como el titular o “Il n’y a pas d’amour heureux”, una canción compuesta por Georges Brassens sobre un poema de Louis Aragon, sin olvidar la melancolía pop tan propia de la casa en las magníficas composiciones propias como en “Viens là” y “Voilà”. Un disco que Stuart Murdock, de Belle & Sebastian, debe tener puesto en un altar.

Nancy Sinatra & Lee Hazlewood – Nancy & Lee (1967)

Lee Hazlewood era una especie de Burt Bacharach vaquero al que Frank Sinatra encargó que encauzara la carrera de su hija Nancy. No queriendo defraudar a la Voz, Hazlewood comenzó a escribir éxitos para ella como “These Boots Are Made For Walking” o “Sugar Town”, además de producir para padre e hija la maravillosa “Something Stupid”. Pero lo mejor que hizo con Nancy fue este disco para el que reservó algunas de las mejores canciones de su carrera como “Summer Wine”, “Sundown, Sundown”, “Sand”, “Lady Bird” y ese monumento descomunal llamado “Some Velvet Morning”, uno de los mejores dúos de la historia de la música pop, con el que Hazlewood sabe sacar todo el partido a dos voces limitadas como las suyas gracias a una producción exquisita.

Scott Walker – 4 (1969)

Imagínense un disco que empieza con una canción llamada “El séptimo sello”, que resume la película de Ingmar Bergman en 5 minutos y lo hace sonando como si la banda sonora la hubiese compuesto Ennio Morricone ayudado por Burt Bacharach. Imagínense que ese increíble comienzo no fuese más que el comienzo de uno de los discos más demoledoramente bellos que han existido o existirán. Nada más y nada menos que la obra cumbre de la carrera de Noel Scott Engel, ex integrante de los Walker Brothers y con tres discos en solitario detrás de él (el tercero también es fundamental). A pesar de ser el mejor fue su primer disco en solitario que no entró en el Top ten de ventas inglés. También fue el primero que estaba compuesto en su totalidad por Scott dándole una mayor cohesión que los anteriores y logrando quitarse de encima el sambenito de ser únicamente un gran intérprete de material ajeno, sobre todo de su adorado Jacques Brel. Scott 4 está lleno de grandes momentos pero funciona mejor como un todo, gracias a una producción inmejorable, y a un ‘in crescendo’ que alcanza su culminación en su segunda cara, una que se abre con la inmejorable “The Old Man’s Back Again” (posiblemente, la mejor canción de su carrera), para seguir con la devastadora  hermosura de “Duchess”, la redonda “Get Behind Me” y el perfecto broche final con “The Rhymes Of Goodbye”.

Pete Dello And Friends – Into Your Ears (1971)

Atención, puede que a una gran mayoría no le suene este nombre, pero eso deberían arreglarlo, porque este es un nombre fundamental para el pop barroco y para el pop en general, un compositor con una facilidad melódica realmente envidiable, a la altura de un McCartney o un Ray Davies, capaz de componer deliciosas miniaturas pop como las que componen su único disco en solitario. Eso sí, antes de entrar en él, si estamos hablando de pop barroco, no nos podemos olvidar de su banda, Honeybus, para la que compuso una de las piezas fundamentales del género, “I Can’t Let Maggie Go”, y que, después de su marcha, también hicieron otras grandes canciones como “She Sold Blackpool Rock” o “I Remember Caroline”. Pero volvamos a Into Your Ears, en 1971 Dello decidió grabar un disco en solitario y lo hizo acompañado por varios de sus ex compañeros de banda, como el imprescindible Colin Hare, cuyo March Hare, publicado ese mismo año, es un perfecto complemento a este, recuperando una vieja canción de Honeybus como “Do I Still Figure In Your Life”, la más bonita canción de ruptura que yo haya escuchado jamás (To think that I once took you for my wife), y añadiendo otras maravillas acústicas como “It’s What You’ve Got”, “There Is Nothing I Can Do For You”, “I’m A Gambler” o “It’s The Way”.

John Cale – Paris 1919 (1973)

El tipo que le había dado el filo más experimental a la Velvet Underground, con su viola convertida en un agente de la anarquía en piezas como “Heroin” o “Venus In Furs”, entrega el trabajo más accesible y hermoso de su carrera, con varias de las canciones con acompañamiento orquestal, en las que es imposible detectar trazas de su pasado más ruidoso y abrasivo. Un disco ornamental y literario en el que John Cale parecía estar más cerca de Brian Wilson, al que dedicaría una canción, que a su ex compañero Lou Reed.

Fiona Apple – Extraordinary Machine (2005)

El pop barroco no era algo extraño para Fiona Apple, que ya había sacado “Never Is A promise” en su debut, con un brillante arreglo de cuerdas a cargo de Van Dyke Parks, pero fue su relación laboral con otro tipo propenso a los lujosos arreglos orquestales, como Jon Brion, el que iba a dar como resultado esta maravilla de la que existen dos opciones, la obra original con los arreglos de Brion o la que prefirió Apple, regrabadas todas menos dos canciones, las espléndidas “Extraordinary Machine”, que abría el disco, y la no menos genial “Waltz (Better than Fine)”, que lo cerraba. Pero, por mucho que me guste Brion, creo que varias de las canciones mejoraron, como “O’ Sailor”, posiblemente la melodía más lograda de su carrera, con una producción mejorada o “Please, Please, Please”. En otras ocasiones, sí que me decanto por la versión más orquestal, como en el caso de la maravillosa “Not About Love”, y espero que, en estos tiempos de reediciones, algún día veamos publicada la versión producida al completo por Brion con un sonido mejor que las versiones que existen por Internet. Pero el trabajo finalizado me parece fantástico, a pesar de la deslumbrante versión orquestal, la versión final tiene un sonido maravilloso y su fijación con baterías hip hop, Questlove toca en un par de canciones, me parece que adelantan el fundamental papel que la percusión va a tener en los siguientes pasos de su carrera.

Weyes Blood – Titanic Rising (2019)

La excusa para este artículo es la aparición de And In The Darkness, Hearts Aglow de Weyes Blood, o, lo que es lo mismo, Natalie Mering. El caso es que tanto este como su anterior disco, Titanic Rising, me parecen dos obras maestras del género, a la altura de lo mejor del mismo. Titanic Rising tiene canciones llenas de capas de cuerdas, sintetizadores y diversos instrumentos, en las que brilla la grave voz de Mering. Con un ojo puesto en el sonido Laurel Canyon de principios de los 70 y el otro en el Pet Sounds, el disco tiene un claro elemento de atemporalidad, en las primeras canciones hay varios guiños a los trabajos en solitario de los componentes de los Beatles. “A Lot’s Gonna Change” comienza como si fuera la BSO de una película de los 80 pero entonces entra un piano que recuerda al Lennon de “Imagine”, con un exquisito trabajo de cuerdas apoyando la grave voz de Mering. “Andromeda”, apoyada en una guitarra acústica, con un espléndido juego de cuerdas y voces, y una guitarra muy Harrison. Luego llega la perfección pop de “Everyday”, con una melodía digna del mismísimo Paul McCartney. Pero el disco va mucho más allá de sus influencias (que son mucho más variadas de las expuestas aquí) y cuenta con una cuidada producción a cargo de Jonathan Rado. Es un disco ambicioso y complejo que suena como un verdadero regalo a los oídos de los más melómanos. Si esta hubiera sido la música que tocara la orquesta el Titanic mientras se hundía el barco, habrían sobrado los botes salvavidas.

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