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Cultura

Eloy Fernández Porta, En la confidencia

En Entrevistas, Slow Movement, Cultura 9 marzo, 2018

Alejandro Serrano

Alejandro Serrano

PERFIL

El autor Eloy Fernández Porta (Barcelona, 1974) es un ensayista cultural de primera, su último libro: En la confidencia (Anagrama), reflexiona sobre los rumores, las medias verdades, los secretos y las mentiras; sobre la transmisión de informaciones, las confidencias, el lenguaje, la maledicencia; sobre el oprobio, la privacidad, el control y las redes sociales. Este singular ensayista, doctor en Humanidades por la UPF, autor de cinco ensayos publicado en Anagrama, Premio Extraordinario de Doctorado, Premio Anagrama y Premio Ciudad de Barcelona, abarca como pocos las disciplinas y terrenos más diversos (el cine y la literatura, la fotografía y el cómic, el arte y la ilustración) desde la radicalidad, el cruce de géneros y el despliegue de referencias, para introducirnos en cada uno de sus conceptos. Además, presenta sus libros en sesiones de spoken word y, en el caso de En la confidencia, en una obra teatral. Recientemente ha escrito también el guión de la pieza de videoarte Wonders de Carles Congost.

¿Qué te impulsó a escribir En la confidencia?

Muchos impulsos e intuiciones, algunos dramáticos, otros ridículos, experimentados a lo largo de mi vida, desde que en mi niñez leí una leyenda egipcia acerca de La primera confidencia de la Historia hasta la confidencia súbita, intrusiva, no requerida, de un hombre que, recién llegado yo a Carolina del Norte, en mi primera mañana en el Nuevo mundo, se sentó a mi lado en garaje descubierto y, sin intercambiar nombres, y apenas saludo, me explicó con todos los detalles la grave enfermedad que padecía su mujer. Esa fue mi verdadera aduana en Estados Unidos, el visado de entrada: alguien creyó ver en mi expresión o en mi actitud algo que le invitaba a sincerarse, de una manera distinta a como lo haría con un amigo: compartir su verdad dolorosa con el Don Nadie, el extranjero, los extraños en un tren que, en el caso de su mujer, parecía llevar, inevitablemente, a la muerte.

Como Rafael Argullol, de quien fui alumno y que hizo la primera presentación del libro, yo soy también a ratos un cazador de instantes. En esa mañana en el garaje a plena luz, y en otras ocasiones que cuento, en un viaje a Bogotá donde la mujer del asiento contiguo me explicó que era una madame de casa de citas y me contó con pelos y señales las interioridades del trabajo sexual, yo cacé sin quererlo y también fue, a la vez, cazado por la intensidad del momento revelador, por esa fase en que el diálogo deja de ser templado y va cobrando temperatura, se vuelve intenso, se traman las confidencias recíprocas, dos personas se entrelazan de la manera más civilizada y más animal posible. He tratado de explicarlo recurriendo a casos de estudio de distintas literaturas y artes, esbozando una Historia de la confidencia, pero esa investigación, que me ha llevado años, siempre está puesta al servicio de un homenaje a ese instante de intensidad, ese fulgor compartido.

En el libro señalas que hablar no siempre es liberador, sin embargo, ¿cómo es que el personal no se calla nunca?

Bueno, aquí me has pillado en una contradicción que, para que no lo parezca, diré que se trata de una dinámica entre dos polos o de una tensión instituyente, donde creo que así quedo menos mal. La contradicción consiste en que, por una parte, he tratado de conseguir, a lo largo del texto, un tono a la vez cómplice y elusivo, porque al relatar esos asuntos intensos, en la sección autobiográfica que he usado como hilo conductor, omito nombres, no doy tomate -ya hay, hacia el final, una sección sobre la historia de la prensa amarilla- y procedo un poco a lo Henry James, perfilando o insinuando situaciones muy comprometidas y describiendo, alrededor de ellas, un circunloquio, para que sea el lector quien tenga que acabar de imaginárselas, completándolas con su propia experiencia. Porque al escribir siempre estoy interpelando a la experiencia vital del lector, a sus impresiones, preocupaciones, sentires y registros, a niveles muy distintos, a veces lo interpelo como lector de ensayo y a veces como el voyeur que yo mismo soy a veces. O sea que hay por mi parte, en el estilo de En la confidencia, un trabajo literario de insinuación, de invitación solapada a participar de una verdad, y esa es la forma que he escogido para transmitir la idea que señalabas, de que contarlo todo no es solo liberador, porque nos obliga, porque nos convierte en presos de nuestras palabras, con prisión permanente revisable, o no…

Pero claro, quienes han visto la versión teatral del libro que realizo como presentación, y que se titula Granito del Nuevo mundo, me dicen, con toda razón, que la puesta en escena es muy verbal, que ahí es todo a calzón quitado, que uso poco los silencios para ser una pieza de una hora y media -en tres actos consecutivos-… y que en los momentos catárticos, que es lo que más me gusta de la escena, doy unas voces que pa qué. ¿Cómo cuadra eso con esa idea preventiva sobre el silencio? Pues en alguna medida no cuadra, mi yo escénico no es el mismo que mi yo escritor, aun cuando use parte del texto, junto con otra extensa parte inédita y concebida exclusivamente para la representación, y solo puedo decir que si me pongo a comparar las dos experiencias, la de la escritura y la de la actuación, me siento llevado, en ambos casos, por una pulsión -hablo de ello más adelante en este diálogo- que es, por un lado, de cierto silencio u omisión literariamente elaborado y, por otro, sobre las tablas de decirlo todo, desdoblándome en varios personajes, alternando acentos e idiomas, buscando la expresividad vocal y fónica… ¿me pasa solo a mí o se trata de una dicotomía en la que vivimos todos, el día y la noche, el deseo de decir y el impulso de reservarse?

Eloy Fernández Porta

Eloy Fernández Porta

¿Cómo es que la imagen, las apariencias, al final, son menos relevantes de lo que parecen?

En buena medida porque lo que llamamos apariencias es, tal como lo veo, una vertiente de la personalidad, un modo de aparecer, más patente que otros, no necesariamente menos importante que los rasgos solapados, ocultos o MrHydes que nos constituyen. Hay una dinámica entre apariencia y ocultación que para mí se expresa, de manera muy clara, en la figura de diplomático, que representa, por antonomasia esa tensión. La aparente voluntad de mediar y solucionar que define al embajador, al cónsul, su formalidad francesa, su dimensión pública… combinada con la secreta, creciente certeza de que los problemas políticos no tienen solución, no hay mediación posible porque siempre siempre habrá de imponerse el narcisismo de las pequeñas diferencias, el malentendido exagerado, la identidad como exclusión. Todo diplomático oculta a un gran misántropo, y le quema en la boca la gloriosa frase que pronunció, en el Consejo de Ministros, el 9 de junio de 1873, el Presidente de la República, Estanislau Figueres: Francamente, señores… estoy hasta los cojones de todos nosotros. Hasta la punta del rabo, vamos, de tanta tontería micropolítica, y por eso la vocación del diplomático es la espantá, así Figueras, que abandona su cargo y se pira en tren a Francia, ahí os quedáis, o, peor aún, el odio a esa diferencia innegociable, el hartazgo… la psicopatía.

Esta sección del libro, La vía diplomática, la he desarrollado en formato booktrailer, creando, con el realizador Natxo Medina, amigo y colaborador habitual en estas lides, un cortometraje en que entro en un cuadro de diplomáticos pintado por el artista cartagenero Ángel Mateo Charris y recito esa parte del texto, en diálogo con sus personajes pictóricos, que incluyen parejas de embajadores, pero también un ídolo de la Isla de Pascua, que representa ese lado tenebroso de los tratos y tejemanejes entre mediadores internacionales.

¿Cómo hemos llegado a un momento en el que tener una personalidad estoica puede ser casi un acto de resistencia cultural?

Puede decirse que estamos en ese momento, al menos desde los principios históricos del pensamiento estoico. Desde que Séneca se declara poseído por la gran pasión de la templanza, que, tal como él lo plantea, no puede reducirse al acto de callar o a la timidez, sino que constituye un sentimiento fuerte y un modo de constituirse como sujeto. Ese modo se contrapone, evidentemente, a los rituales de hiperexposición pública, a la presencia continua e insistente en Periscope o en Instagram: en fin, a la autobiografización 24/7, que empezó siendo un requerimiento para algunos famosos y semidioses de los media y, que, como todas las cosas de famosos, ha sido, claro está, adoptada por la mayoría, que se comporta como emisor autobiográfico, como director redactor único de un medio de comunicación unipersonal, en aras de una sobresocialización compulsiva. Más que defender el estoicismo, que depende del talante personal, consigno la importancia de toda una tradición, no siempre reconocida, de comportamientos de contención, ese es el lado british del libro, pero desde luego no se reduce a los casos y autores británicos que describo, como el estoicismo de los espías del MI5, sino que constituye un código internacional, y tiene consecuencias distintas en función del género, como traté de señalar al examinar las escrituras de la frialdad y la distancia, como puede verse en mi lectura de la novela de Alicia Kopf Hermano de Hielo, cuya narradora se educa en una cierta frialdad, en el trato con un hermano mayor que padece de un trastorno del espectro autista.

En un momento de tertulianismo imperante, ¿dónde queda el secreto? ¿Sigue latente? ¿Se está borrando el límite entre la conversación pública y privada?

Creo que el tertulianismo y otras formas de parlanchinería non-stop se proponen decirlo todo, todo lo malo. claro, y a fe mía que a veces lo logran… Pero incluso en un ámbito de hiperexpresividad imperativa, dilo o muere, la Confidencia, que yo veo y describo como una energía, una fuerza primordial, siempre busca su ocasión, siempre la encuentra, es un fenómeno meteorológico imprevisible que se va a desencadenar en cada intercambio casual y en cada mesa, inevitable como las tormentas y los tornados. Y el límite al que te refieres a veces parece, en efecto, que se reduce, en ocasiones se borra y desaparece, con él, la noción tradicional de intimidad, o de privacidad, eso lo vemos cada día… pero en general sería más exacto decir que esa barrera, esa frontera, se mueve, se resitúa. Una vez hemos acordado que hablar de la sexualidad propia con una cámara delante ya forma parte del discurso público, en esa nueva pantalla del juego vuelven a surgir secretos, chitones obligados, escenas o ideas que mejor será no contar ante un micro.

Y si me preguntas por la razón de ese cambio, diría que se puede ver como un desarrollo más de ese gran accidente meteorológico que nos arrastra, nos lleva en volandas, pero a la vez lo podemos entender como un rasgo distinto de la caracterización del sujeto. Un sector de la crítica feminista, especialmente el que se ha ocupado los géneros del yo, como la escritura memorialistica, el dietario o el epistolario, ha revalorizado, con toda razón, esas escrituras, secretas hasta anteayer, como formas estéticamente eficientes de ciertas verdades que habían sido, y aún siguen siendo en muchas medidas, censuradas. No hay que olvidar que los procedimientos de subjetivación actuales, el selfie y la autobiografía, combinados de distintas maneras, se distinguen de sus antecedentes, principalmente porque en ellos, por primera vez en la Historia, son mujeres quienes toman la cámara o logran protagonismo escribiendo. Ese es el gran cambio, hay un antes y un después de esa translación de género, y eso lo comprobamos en todos los géneros, desde el más elaborado de los dietarios hasta el vídeo de RedTube preparado y filmado motu proprio por una mujer, sin que haya un productor masculino de por medio, sin ninguna figura que construya lo que el feminismo de segunda ola había llamado la mirada chauvinista masculina.

Por eso, cuando oigo hablar de narcisismo, que es una forma laica de referirse al pecado de orgullo, digo: Nada de eso. Si algunas personas, hombres en su mayoría, se ponen de los nervios con las artes el auto es precisamente porque perciben que se va perdiendo progresivamente el control masculino sobre la representación de la mujer; en algunos aspectos, empezando por la foto digital, se ha perdido ya del todo. Y aunque eso, por sí solo, no da como resultado una iconografía totalmente renovada de la identidad femenina -porque una tradición iconográfica milenaria no se derrumba en una sola generación, ni siquiera las de los millennials, que son derrumbones ellos-, sí abre caminos nuevos: los que han ido abriendo, en el arte de la fotografía sección peformance, las artistas que trabajan en el autorretrato de otra persona, como Cindy Sherman, que abrió ese campo, o, más recientemente, en el autorretrato satírico del devenir-mujer, como el célebre fake de Instagram que elaboró en 2014 Amalia Ulman.

En Cannula de Daniel Canogar (Foto María Angulo IV)

En Cannula de Daniel Canogar (Foto María Angulo IV)

¿Hasta qué punto la confesión en las redes es una forma de dominio simbólico?

Lo es en la medida en que quien se confiesa adopta una posición elocutiva que demanda atención, comprensión, empatía, respaldo y suspensión de la incredulidad. Lo cual puede ser justo y necesario o puede ser un chantaje emocional en toda regla, no siempre es fácil deslindar una cosa de otra. El confesor domina la conversación, se entroniza en ella y puede adquirir un protagonismo que de otro modo le sería imposible conseguir. Eso lo hace compartiendo un material valiosísimo: el relato de un acto en que ha sufrido, con razón o sin ella, vergüenza.

Los discursos autobiográficos se basan en una dinámica entre la vergüenza padecida y la sinvergonzonería admitida o performada, y así se distinguen de los ficcionales en un factor que denomino el oro del oprobio. Ahora bien: el habla confidencial, como se ha señalado desde una perspectiva foucaultiana, no trae consigo un control absoluto y tampoco puede asegurarse que nos lleve a la liberación. Bien al contrario, el poderoso confesor está, a su vez, atrapado por las los imperativos de la expresión confidencial, que le obligan a recurrir a registros como el patetismo o la victimización, y pueden convertirlo, a los ojos de sus oyentes, en una Víctima propiciatoria, un ejemplo de manual de una mala práctica social, un robot confesor de quien se espera que repita una y otra vez el mismo acto, como ocurre en los procedimientos mediáticos que codifican la escena de salir del armario y que restringen su tiempo y sus implicaciones a la vez que eliminan sus matices.

Quien busca a la Humanidad hallará la muchedumbre, así titulas una sección que podría resumir la paradoja de pensar que siendo honesto, sincero y humano, vamos a llegar a un mejor lugar. ¿A qué es debido ese interés en mostrarse humano y empático? ¿A dónde nos lleva?

Sí, lo que trato de describir en esa sección es un movimiento por el que todos hemos pasado, un movimiento que tiene forma de parábola. Yo empiezo creyendo en la colectividad, en el desinterés, en la polis, y lo demuestro realizando actos sin remuneracion financiera –como difundir el trabajo ajeno en las redes sociales–, pero he aquí que mi experiencia de trato con otros sujetos, digitales o analógicos, que creen hacer lo mismo, es una experiencia de desgaste: el roce, el malentendido menor, el mayor, la querella, el sectarismo –que es el lado oscuro de la comunidad–, la sospecha terrible de que no hay más que actos interesados –como crear un personaje en las redes sociales.

Decepción personal, política, sentimental, que estructura nuestros tentativos movimientos en el espacio virtual, es un destino de vida –quienes se dedican profesionalmente a la política lo conocen, quizá, mejor que los demás– y que constituye un destino predefinido, una experiencia por la que todos pasamos o pasaremos, y que nos conducirá, en función del carácter, a la desazón, al cinismo, al individualismo o, en los casos más extremos, a cerrar, con el perfil de Facebook o de Tinder, el acceso directo a esa Humanidad buscada, rebuscada, imposible.

Ilustración cubierta Jaime Hernández.

Ilustración cubierta Jaime Hernández.

¿Dónde se inscribe tu último ensayo con respecto a los anteriores? ¿En qué sentido supone una ampliación de los conceptos expuestos en Emociónese así?

Pues en relación con mis dos libros anteriores es un trabajo que, por una parte, comparte la perspectiva de sociología de las relaciones personales, si bien con un estilo más conciso y aforístico, con menos digresión y un poco más de énfasis en la psicología, porque nuestra manera de imaginar la red, la posición del sujeto en ella y los vínculos virtuales es, además de un fenómeno material, un proceso imaginativo que requiere de una aproximación desde el análisis psicológico. Esto que digo se puede ver especialmente en el capítulo Estética del gran otro, donde trato de dar una versión alternativa del tema del selfie a la vez que me opongo, con todas mis fuerzas, a la idea de que hemos creado un mundo narcisista, idea que me parece inútil y desorientada.

Para terminar, ¿hacia dónde se dirige Eloy Fernández Porta?

En otoño publicaré en la colección Llibres Anagrama: L’Art de Fer-Ne Un Gra Massa, un ensayo en que he tratado de renovar el género de la monografía sobre artista –en este caso, sobre el creador catalán Oriol Vilanova– combinándolo con un discurso estético y satírico acerca de la Exageración como categoría cultural. Trabajo también en un texto sobre para la colección Nuevos Cuadernos Anagrama y, en el apartado de traducciones, en una propuesta del editor Laurent de Sutter para publicar en una de mis colecciones en inglés favoritas, Theory Redux, de la editorial Polity Press.

 

Foto cabecera: ©Javier Arias.

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