Leer a Uwe Johnson nos traslada a los albores de la construcción del Muro de Berlín. En 2011, Errata Naturae editó en español su Dos puntos de vista (traducción de Iván de los Ríos), la experiencia de la Guerra Fría desde el corazón de Alemania. El Muro es esa “enfermedad” que, según Max Frisch, Johnson describió antes y mejor que ninguno de sus colegas generacionales (nadie antes había escrito sobre la división alemana). Su lectura hoy, con el avance global de los autoritarismos, se hace más necesaria que nunca.
Verano de 1961. Una pareja de veinteañeros se debate entre darle forma sólida a un vago idilio o hundir la experiencia en el olvido. Es agosto y el alambre de espino ha brotado una noche partiendo la ciudad mientras los berlineses dormían: ella es oriental y él occidental, ¿podrán verse de nuevo?
Johnson, que nunca logró alinearse con el marxismo dogmático ni con la férrea burocracia soviética, sabía de primera mano lo que significa la pérdida de libertad. Su imposibilidad de encontrar trabajo le hizo abandonar su Pomerania natal para instalarse en Alemania del Oeste, donde publicó esta novela en 1965. Sus novelas tendrían un gran éxito en ambos territorios y expresarían la necesidad de su pueblo de definir ese nuevo estado de ánimo nacional. Con Hans Magnus Enzensberger, Heinrich Böll, Günter Grass y Paul Celan, integraría un núcleo de escritores generacionales que se autodenominaron Gruppe 47. Artistas que asumieron el punto cero del arte alemán después de la guerra y urdieron una réplica a la mítica pregunta formulada por Adorno: ¿se puede escribir poesía después de Auschwitz?
Dos puntos de vista no está concebida como novela política, sino como antinovela, y el autor elude la mención de nombres, instituciones y hasta el acrónimo de cada nuevo país alemán; durante 258 páginas, lo único que ubica al lector a ambos lados del Muro es la palabra “oriental” u “occidental”. A pesar de ello, Johnson sería recordado como el escritor “de la división alemana”, dado su gusto en retratar al detalle los puntos de unión y desunión de ambas idiosincrasias. Las formas diversas, y hasta opuestas, de falsificar la realidad desde el gobierno. Sin embargo, sus personajes sufren a cada página el peso de su modelo político en la médula de sus rutinas: ella siendo expulsada de la universidad o de su piso, él cegado con adquirir coches más y más ostentosos.
El relato cabecea en una sucesión acumulativa de detalles descriptivos, de cosas que rodean a los protagonistas y parece reacio a los diálogos directos y a los puntos y aparte. Hay una densidad narrativa que, por momentos, se hace demasiado opresiva. Pero el estilo es tan cautivador que sostiene la novela en pie. Johnson avanza en esta enumeración y hace que los estados de ánimo broten por la alquimia de su escritura. En ningún momento se dialoga sobre lo que es el Estado pero sabemos que, para la joven, el Estado parecía un maestro severo sin más que de pronto se rebela como un padre cruel. Desde niña, le había sido inoculada Una cierta confianza en el Estado, presente de un modo tan incomprensible como ubicuo. Un día, ese padre-Estado cierra el perímetro de sus ciudadanos porque le pertenecen y ella se lamentará de haber pasado tanto tiempo deshojando la margarita, limitándose a Importunar a sus compañeros de clase más creyentes con las alegres músicas de las emisoras occidentales…
Johnson sería recordado como el escritor “de la división alemana”, dado su gusto en retratar al detalle los puntos de unión y desunión de ambas idiosincrasias.
Es una enfermera huérfana y se deleitaba bajándose del tren a su paso por el lado occidental y desobedeciendo las normas. Compraba medicamentos para su hospital y practicaba una forma fácil de contrabando. Esto le había permitido flirtear con chicos del otro lado, dejarse deslumbrar por el brillo de los escaparates, resbalar apenas en la seducción capitalista. Pero está educada en el rigor y sabe discriminar bien las mentiras del otro Estado; tanto él como ella tienen puntos de vista distintos, incluso una sutil competición. Pero no les mueve la política, sino una vaga excitación sustentada en la idea de que su tiempo era inofensivo, Que estaban en un periodo de paz y no en la víspera de un domingo en que el Estado impondría con satisfacción sus mayores deseos.
Incluso después del Muro, la indignación no será instantánea. Seguirá dominándoles una vaga curiosidad por el otro, los primeros pulsos de poder: se buscarán sin admitir que se buscan. Él le escribe de forma inocente y la sola recepción de su carta se traduce en sanción para ella: es degradada en su trabajo. Deberían rebelarse contra la injusticia, pero no lo harán, ¿por qué no? Esta es una de las muchas preguntas a las que la novela pretende dar respuesta. Se podría decir que es una novela sobre el tedio, la fatiga y la indefinición. O sobre la libertad y su tibia defensa. O sobre cuánta verdad podemos tolerar sin colapsarnos.
Él es fotógrafo free lance y vive a la deriva que le marca su propio deseo. Conduce deportivos fuera de sus posibilidades y ha cultivado con ahínco el arte de la notoriedad. Se adentrará varias veces en el otro Berlín diciéndose que busca su propio coche, que ha sido robado, pero Johnson nos deja pistas de que busca otra cosa que no se atreve a nombrar. El autor del Gruppe 47 tiene una prosa tan contenida, tan ceñida a lo que pasa, que es un regalo; deja que seamos nosotros quienes juzguemos cada emoción, cada acto.
La trama avanza como el mismo Spree, fuente de los canales que abren Berlín, y que serpentea por la ciudad sin corriente, a veces hacia atrás incluso. Es una trama lenta porque obedece a la apatía de los protagonistas, a la eterna postergación de sus decisiones, a la duda que los ha colonizado. Nadie tiene un destino pintado a lápiz, nítido, trágico ni épico, pero nadie me lo había hecho notar hasta leer esta novela. La mayoría nadamos en una niebla poblada de casualidades y pocos son los actos que nos pertenecen de forma genuina. Este estado de ánimo tibio, sin sobresaltos, en el que no nos hacemos cargo de nuestra libertad, ni la miramos de frente: puede que permita surgir un muro en cualquier ciudad de la noche a la mañana.
Los fascismos nos penetran con facilidad mientras estamos distraídos en la rutina, en las miserias cotidianas, en los protocolos de enfermería o en la compra de un coche mejor y Johnson lo describe a la perfección: esos estados de ánimo desdibujados y cobardes en los que se puede colar la violencia o un régimen autoritario sin hallar resistencia. En la madrugada de un sábado, el precio de elegirse una vida con coherencia y justicia se pone imposible y será “una vejación de la que no se puede vengar…”
La enfermera desconoce su deseo ardiente de moverse libre por un mundo que la excita de continuo y le ofrece cosas sin fin, novedades, modernidad, progreso, gestos espontáneos lejos de la rigidez soviética. Como desconoce su deseo, desconoce su frustración y ha dormido el espíritu para no sufrir, navega sin decisión entre los protocolos de seguridad, las rencillas entre colegas y una madre desapegada y trágica que no la sabe consolar. Vacila ante unos hermanos distantes que tampoco luchan por el nido y esa ignorancia de su deseo real, ese descuido de sí misma se combina con el destino que el joven occidental prepara para ella desde el otro lado: cuando conoce la oferta, la adoptará de forma ambivalente, tibia, sin decirse a sí misma que hay algo excitante por lo que jugarse la vida.
Por su parte, el joven que la añora deambulará por Berlín en un estado de duermevela, despreciando su tiempo y sus ahorros, desafiando su fobia a los aviones, derrochando vanidad masculina y disparos de cámara fotográfica. Sentirá terror de que descubran su impotencia, su pobreza de origen y el niño temblón que le habita, y no admitirá el vacío que lo mueve sin rumbo.
Me gustaría saber qué escribiría Johnson de nosotros ahora, más distraídos y falaces que los de entonces. Quizá empachados de emociones y cuya única experiencia del riesgo proviene de los videojuegos.
Se dice de Uwe Johnson que contribuyó a una Literatura Alemana con mayúsculas, levantó acta de la vida germinal de los alemanes de posguerra y fue leído de forma ávida a ambos lados de la frontera. En esta novela, me parece brillante cómo retrata la apatía de sus personajes, jóvenes inexpertos, asustados, que se resisten a tomar partido en sus vidas personales y en la vida pública. Su fotógrafo occidental a veces toma contacto con su fanfarronería, con su absurdo afán de acaparar las miradas, con lo mucho que le aflige la soledad. Ella, que despierta un domingo a la traición Que le oprime la respiración, le aprieta la garganta, ve el Muro y sabe que se engañó creyendo que tenía tiempo infinito para pensar en qué mundo deseaba vivir. Quizá, como parece explorar la novela, lo que sí dure para siempre es la separación definitiva de dos formas de vida incompatibles.
Lo más destacable de esta novela es la forma que tiene Johnson de pintar cómo el terror se filtra a través de estas vidas sin definición, con qué facilidad sucumbimos a la pereza mental o la fatiga extrema. Si uno se deja robar el deseo durante años detrás de un muro: ¿Qué más no nos pasará? Cualquiera de los muros que existen hoy sin alambre de espino, torres de vigía ni perros, son muros que nos segregan igualmente: lo terrible es que no exista piqueta alguna para derribarlos.
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