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Cuatro formas de pasar página a 2017

En Música miércoles, 10 de enero de 2018

Carlos Pérez de Ziriza

Carlos Pérez de Ziriza

PERFIL

Expiró el año. Y como cada fin de ejercicio, aprovechamos para tratar de resumir doce meses trazando cuatro aproximaciones. Cuatro caminos, otras tantas formas de pasar página musicalmente a 2017.

#1 Hijos de su tiempo

Es lo que les pedimos algunos discos para fijarlos en la memoria como testimonio de una época: que sirvan como fiel reflejo del presente. Cada uno es libre de crearse su propia burbuja de escapismo ante una realidad que depara no pocos sinsabores e inquietudes, sobre todo si uno echa un vistazo al entorno sociopolítico que nos rodea. Pero aspiramos también a que algunos trabajos expliquen 2017, si es que eso es posible. Aún a riesgo de que el paso del tiempo acabe poniendo su singularidad –en teórica sintonía con la vanguardia– en cuarentena en solo unas temporadas (véase el caso de The xx, aún sólidos pero ya sin generar aquel éxtasis).

Father John Misty, por ejemplo, parió un álbum descomunal, que seguía nutriéndose de mimbres clásicos pero trasteaba en torno a la política, el amor, la religión, las drogas, la fama, las redes sociales o el paso del tiempo, en una suerte de parábola distópica –muy actual– en la que una aborregada humanidad elige a payasos como gobernantes. ¿Les suena? El de Maryland puede seguir siendo un ególatra petulante (damos fe: tanto por alguna entrevista como por alguna otra charla que no se llegó siquiera a producir porque no se dignó a levantar el teléfono a la hora acordada), pero su Pure Comedy fue uno de los discos definitivos del curso.

Poco más o menos lo mismo cupo decir del retorno de LCD Soundsystem. O cómo renovar los votos de fe en la reformulación más atinada del pop retrofuturista del nuevo siglo desde su prisma más crepuscular e introspectivo, sin perder el tren de los tiempos y asumiendo que la vida se ve muy distinta desde la atalaya de los 47 años, al menos en relación con los 39. Eso fue American Dream: una ensoñación inquietante, tramada desde la fascinación del bagaje acumulado y el vértigo irremediable por el paso del tiempo y por lo que aún está por llegar.

Kendrick Lamar, objeto de consenso prácticamente generalizado en el balance del año, también deslumbró en su momento con un trabajo que sacaba petróleo de sus alianzas con Rihanna o Bono (ahí es nada). Pero su condición de estandarte generacional, supremo monarca de un hip hop sin ninguna clase de servidumbre, quizá –y es esta una apreciación muy personal– no sorprenda ahora mismo tanto como cuando despuntó hace un par de años (To Pimp a Butterfly, 2015). Por ello, lejos de consignarle a una liga aparte (en la que seguramente merezca puntuar), optamos este año por igualar sus rimas y ritmos en nuestro ranking de preferencias particulares con algunos otros trabajos mayúsculos: los de Destroyer, Jens Lekman o The Magnetic Fields, nuevas cotas de refinamiento en el discurso de todos ellos.

#2 El folk rock también se reescribe con nombre de mujer

En tiempos en los que tanto se habla sobre el porcentaje – aún escaso – de féminas en los carteles de los grandes festivales, reconforta seguir testimoniando su pujante presencia en los recuentos anuales. No se repara tanto en el influjo que una nueva hornada está teniendo a la hora de redefinir los contornos del folk rock desde Norteamérica, porque este año Angel Olsen (imponente en su magnética visita al Primavera Sound, su bolo más multitudinario en nuestro país hasta la fecha) solo despachó un disco de descartes, pero lo que facturaron Julie Byrne, Madeline Kenney o Julien Baker ya merecía tocar el cielo con la yema de los dedos.

#3 El año del tiempo en suspenso

Como si se hubieran quedado criogenizados durante años, a la espera de que alguien les devolviera al mundo de los vivos para crear la ilusión de que el tiempo se quedó detenido, un buen manojo de músicos y formaciones veteranas volvieron este año con discos que nada tenían que envidiar a sus mejores logros. Eso es lo que ocurrió con Ride, Michael Head o The Clientele. Y especialmente con Peter Perrett, Slowdive, The Dream Syndicate o Bash & Pop, en su caso, quedó claro que cinco, diez, quince o veinte años no son nada.

#4 España, claroscuros entre el viejo y el nuevo mundo

En pocos terruños ha sido más evidente la actual tensión entre pasado y presente que en nuestra sufrida piel de toro, escenario de una recta final de año en la que de nuevo emergieron dos formas muy distintas de concebir esta cuadrícula que llamamos España. Y ocurrió en medio de un clima enrarecido por interesadas lecturas, que siguen negando cualquier amago de reforma bajo el espantajo de la ruptura total, que, tristemente, acabó por cobrar forma tangible ante el radical inmovilismo de quienes temen que les apeen del machito.

Afortunadamente, la plana mayor de nuestros músicos transitan lejos de polarizaciones y banderías de tres al cuarto, lo que no significa que renuncien a reflejar en su música el insidioso brete en el que a veces parecemos sumidos. Es precisamente la confluencia armónica y sin traumas entre tradición y presente la que ha dado algunos de los mejores frutos creativos, con discos como los de Maria Arnal i Marcel Bagés o Exquirla. Estos últimos, formando parte de una tanda de talentos heterodoxos de quienes ya dimos buena cuenta aquí: Tiger Menja Zebra, Big OK, Pablo Und Destruktion o Seward. A quienes sería de ley sumar a Flamaradas.

Joana Serrat, Marina Gallardo o Tulsa también volvieron a mostrarnos que los caminos del folk pop en el nuevo siglo son inescrutables, mientras Cala Vento, The Unfinished Sympathy, Miquel Serra, Mishima, Maronda, Salto, Sierra, Jacobo Serra, Júlia e incluso Los Planetas (reculando ligeramente a su veta más pop) abonaban el terreno para el cultivo de un pop multiforme pero siempre radiante.

La prueba del algodón, la del álbum, para los prebostes del emergente trap se saldaba con desigual nota: mejor Bejo que C. Tangana, aunque en honor a la verdad sea esa una prueba que no necesitan: su liga, la de su clientela, es la de las canciones sueltas (¿quién necesita álbumes?). Y por encima de todos, una debilidad personal, por suerte compartida con muchos: el quinto álbum de Josele Santiago. Uno de esos trabajos –y con esto volvemos al principio– que por sonido y lírica general huele, sin necesidad de epatar, a puro 2017.

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