No puedo dejar de ver Bones and All con el recuerdo presente de los jóvenes perdidos de We Are Who We Are (Luca Guadagnino, 2020). En la serie deambulan por Chioggia —tan cerca de este Lido donde se ha estrenado en el Festival de Venecia— entre la base militar americana y la playa, a lo largo de sus correrías por mansiones abandonadas y fiestas de pueblo. Esa pandilla que comienza a atisbar la vida adulta intenta identificar un hambre que les roe las entrañas, se equivocan, osan, y finalmente la logran saciar, al menos momentáneamente. De un modo parecido, Maren (Taylor Russell) y Lee (Timothée Chalamet) hacen lo posible por entrar en el mundo rompiendo reglas, créandolas cuando es necesario. Sin embargo, los dos jóvenes adultos protagonistas de la nueva película de Luca Guadagnino están un paso por delante de aquellos, porque sus circunstancias les fuerzan a una madurez literalmente desgarradora, y la mirada del director de Call Me By Your Name es igualmente cercana y empática, sin importar lo bizarras que sean aparentemente aquellas.
Este romance envuelto en horror, cuyos protagonistas son a la vez inocentes y monstruosos, es tan delicado como punzante, estableciendo una antítesis aparentemente irreductible entre poesía y realidad, carnicería y sentimientos puros. En este baño de sangre, la motivación y la maldición que, a su pesar, sufren sus protagonistas nos mantiene en una tensión interior tan intensa como incómoda, y al mismo tiempo subyugadora, tan bien resuelta que no podemos sino aceptarla, entregarnos e incluso sentir una empatía no menos desazonadora.
Maren crece sin su madre y más tarde es abandonada por su padre, mientras la historia familiar de Lee no es más ortodoxa. Sin embargo, en su coming of age este no es un hecho común a otras situaciones semejantes, puesto que se halla intrincado en el núcleo de su conflicto. La necesidad de aceptación de su entorno, el enfrentamiento con los progenitores y el rito de paso que supone matar al padre, así como la búsqueda de la afinidad con sus pares se plasma en Bones and All de la manera más descarnada. Si tu padre se da por satisfecho porque no te has atragantado fatalmente con el pendiente de tu niñera cuando te la empiezas a comer por el cuello, y es tan rápido en preparar mudanzas como tú en darle un bocado a tu nueva mejor amiga, no puedes dudar de que te ha aceptado, pero probablemente lo más complicado es que te aceptes tú.
Al final de la adolescencia, la dificultad de conocerse, que realmente no nos abandona a veces en toda una vida, marca el crecimiento de Maren y de Lee, que se encuentran en diferentes momentos de madurez y saben a ciencia cierta ya que son distintos de los demás. El formato de road movie —con una estructura casi de cuento de hadas— sirve a Guadagnino para mostrar a los personajes que van apareciendo a lo largo del camino de baldosas amarillas, cada uno con una misión, un mensaje que aportar a los viajeros. Entre ellos, habrá oportunistas, falsos amigos o bien intencionados en los que no se puede confiar, como en la vida misma, donde una afinidad que consideramos distintiva de nuestra personalidad no es suficiente para crear un lazo definitivo. Ni una capacidad diferente ni un superpoder compartido anulan el resto de características que nos hacen ser como somos, por eso la relación que une a Maren y a Lee es un milagro de pureza dentro de su fatalidad. El romanticismo más arrollador se alía con el horror mágicamente, en un filme a priori muy difícil de convertir en algo bello y sensible, a lo que entregarnos, subyugados.
Hemos visto romances a tiros, Bonnies and Clydes contemporáneos, bromances envueltos en sangre y venganza, pero lo que nos ofrece Guadagnino es una lucha contra uno mismo, mientras se recorre el camino de la aceptación. Este, por otra parte, incluye integrar en tu vida a otro que es precisamente un reflejo de lo que odias de ti, al tiempo que te atrae y te asiste con una lealtad total. La química entre un Chalamet perfecto y una Russell minimal es absoluta, imprescindible para que la verosimilitud no se cuestione y adquiera una profundidad, en la que podemos percibir sus emociones y no solo su complicidad. Como nos tiene acostumbrados, el director elige cuidadosamente sus settings y la dirección artística es brillante, para envolver a sus desahuciados personajes entre paredes desconchadas y cocinas que se caen a trozos, para mostrarnos una precariedad que se corresponde con lo peor del reaganismo, en un contexto lo más hostil posible para la supervivencia, amplificando su aflicción.
El terror de Guadagnino es punzante, de un gore nada estilizado y a la vez muy personal, nos lo creemos todo, apartamos la mirada de la pantalla y a la vez sentimos la entrega del amor que llega a las últimas consecuencias, empapado de ese romanticismo que no concibe este sin la muerte, porque es en el territorio más allá de los límites donde puede revelarse por completo, hasta los huesos.
La más original de las coming of age del director, que el guionista de Suspiria, David Kajganich, adapta de la novela de Camille DeAngelis, presenta una vez más un cuadro de actores deslumbrante, donde los adolescentes o jóvenes protagonistas están arropados por las interpretaciones extraordinarias de adultos que merecerían un spin off. Guadagnino vuelve a contar con una fantástica Chloë Sevigny —y también con Francesca Scorsese de We Are Who We Are—, y un irreconocible Michael Stuhlbarg, cuyo monólogo en el bosque, acompañado por el director David Gordon Green, aún supera el de Call me By Your Name. En sus palabras encontramos el significado del título del filme, en suma, el momento en que sabremos que hemos dejado de buscar. En el reparto encontramos también a Jessica Harper, y por encima de todos a Mark Rylance, en un papel soberbio que dota de una desasosegante y difícil verosimilitud. El capítulo musical es siempre relevante en las películas de Guadagnino, en este caso, a cargo de Trent Reznor y Atticus Ross, pero si algo tuviéramos que reprochar al filme sería quizá que la banda sonora subraya en exceso, innecesariamente e incluso irritablemente en algunos momentos, de forma contraproducente en un filme destacable en tantos aspectos.
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