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“Alcarràs”, el linaje rural

En Cine y Series martes, 26 de abril de 2022

Marc Muñoz

Marc Muñoz

PERFIL

Con apenas dos largometrajes en el casillero, la barcelonesa Carla Simón lidera el pelotón de mujeres cineastas que han refrescado el cine catalán y nacional. En el caso de Simón su proyección es aún más notoria por su inmediato encaje en el circuito autoral internacional corroborado el pasado febrero con el Oso de oro obtenido en el Festival de Berlín . Este fue un hito histórico para el cine español, por ser la primera mujer española que levanta el máximo galardón de la Berlinale. El motivo de tanto revuelo es Alcarràs, esa segunda propuesta que aterriza este viernes en la cartelera española. Y lo hace cargado de parabienes. No es para menos. Si Verano, 1993 fue la irrupción inesperada de una voz capacitada en los márgenes del cine español, Alcarràs supone la maduración de una entidad autoral con un futuro por delante que augura muchos dividendos para el cinéfilo.‎

Alcarràs

Carla Simón con su Oso de oro.

Alcarràs tiene su germen como proyecto en la muerte del abuelo de Simón, un hombre que dedicó buena parte de su vida a cultivar melocotones en la población leridiana (comarca del Segrià) que da nombre a la película. Su vacío imprimió en Carla, quien por aquel entonces andaba con el rodaje de su ópera prima, la necesidad de narrar una historia sobre la vida en el campo y su posible extinción. A nivel narrativo su película se enfoca hacia los Solé, una familia de jornaleros abocados a un renovarse o morir que amenaza con exterminar su modo de vida y desintegrar su unidad familiar. La directora y guionista catalana, junto el apoyo del guionista Arnau Vilaró, traza así un fresco costumbrista que se representa a su vez como un retrato vertical de esta familia de la pagesia abonada a la tierra que alimenta y que les alimenta. Pero, a su vez, Alcarràs es también un canto naturalista a la vida rural como fuente vital; a ese linaje telúrico de los que han nacido alejados del ruido, la contaminación y el jaleo de las concentraciones urbanas.

Alcarràs

Resulta difícil hacer un memorándum con todos los atributos cinematográficos y narrativos que convierten a Alcarràs en una experiencia cinematográfica que prevalece a la salida del cine. Quizás uno de los aciertos más indiscutibles sea esa coralidad que define su despliegue dramático. Detrás de toda esa puesta en escena naturalista, reforzada por actores no profesionales —que Simón y su equipo eligieron a través de un casting de 9.000 personas de la misma zona de Lérida en que transcurre la acción—, emerge un trabajo más sutil, pero no de menor relevancia, alrededor de la elección de distintos puntos de vista, según el encaje dramático que convenga para cada escena/secuencia. El abuelo retirado angustiado por la suerte de su familia; su descendiente directo, un Quimet que actúa como un padre de familia que se  deja la espalda en el trabajo, y cuya tozudez causa muchos agravios para la familia. Pero también el complemento que aportan las nuevas generaciones en su ruptura con una tradición luchando por permanecer. Una temática que Simón resuelve con el mismo grado de realismo a través de un hijo adolescente dolido por el desabrigo emocional al que le somete su padre y una hija preadolescente que capta las energías emocionales que acercan y distancia al núcleo familiar.

Carla Simón es el relevo que necesita la parcela autoral de nuestro cine. Y resulta difícil imaginar un relevo del que sentirse más entusiasmado.

Así, cada punto de vista complementa los surcos de la historia central, permitiendo con esto a Simón indagar en ese paisaje de su abuelo, así como profundizar sobre distintas temáticas que subyacen en la vida en el campo y en las vidas labradas en ese territorio. Desde la industrialización del campo a las movilizaciones sociales y quejas de quienes lo trabajan, hasta la explotación neoliberal de la tierra como un bulldozer imparable tal y como expone esa estremecedora secuencia final.

Alcarràs puede definirse como un relato comunal sobre la resistencia de los que viven apegados al campo y sus dependencias vitales; sobre su legado, sus escisiones, y el choque inevitable entre la tradición y unos nuevos tiempos que barren con todo. Y esa incursión, que en lo formal busca asemejarse a la no ficción, Simón la aborda desde el máximo respeto, sin paternalismo ni una mirada urbanocéntrica. Y ahí radica otra de las claves que privilegian su visionado: la proximidad de unos personajes que, a través de sus conflictos intrafamiliares y su amor por su entorno en crisis, desprenden una emocionalidad que inunda la pantalla

Alcarràs se posiciona así como un prodigio naturalista de una cineasta pergeñando su estilo desde un renglón aparentemente invisible; esa sutileza ya desempeñada en Verano, 1993 que aquí extiende en formación coral y con mayor musculatura en su producción. Carla Simón es el relevo que necesita la parcela autoral de nuestro cine. Y resulta difícil imaginar un relevo del que sentirse más entusiasmado.

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