Ficciones, las justas. La nueva moral en el cine, la música y la pornografía (Ed. Contrabando) aporta con cuatro ensayos inéditos, entre la crítica cultural y el debate académico, una lúcida y actual aproximación a la denominada “nueva sensibilidad”, que en un ejercicio censor o justiciero más allá de las leyes o en adición a sus condenas, sobrevuela e impregna la cultura actual. Firmados por Jesús García Cívico y Ana Valero Heredia, Carlos Pérez de Ziriza y Eva Peydró Sanz, los diferentes capítulos de la obra que acaba de publicarse abordan desde la filosofía, la pornografía, la música pop y el cine, respectivamente, una discusión insoslayable para todo aquel que huya del maniqueísmo y la irreflexión.
En el capítulo inicial titulado «La nueva sensibilidad», Jesús García Cívico, profesor de Filosofía del derecho de la Universidad Jaume I, traza distintas hipótesis para comprender la «cultura de la cancelación», los tabúes propios de la neocensura en la red o las «batallas culturales» como expresiones de un cambio social y cultural más amplio. Para ello, aborda en primer lugar en qué consisten las respuestas típicas a los problemas que surgen en relación con la vida privada del autor y su obra: la autonomía del arte, la separación entre obra y artista, la apelación al contexto histórico de la obra o la capacidad de las expresiones literarias y artísticas para «sacudir» moralmente (no moralizantemente) al lector y al espectador. A continuación, señala un amplio abanico de transformaciones culturales que van desde el estado actual de algunos de los rasgos típicos de la postmodernidad (horizontalidad y descrédito de la verdad y de la crítica), al campo de lo político, del recorrido del compromiso político de las vanguardias hasta el nuevo discurso de la diferencia, el estatus de la víctima, el desprestigio de la meritocrática, la cancelación neoliberal de la idea de progreso o el antiintelectualismo.
Su capítulo replantea de forma abierta viejas preguntas sin ofrecer respuestas dogmáticas invitándonos a mejorar la posibilidad de disfrutar de la cultura o a sofisticar nuestra capacidad de juzgar, a comprender la naturaleza de las sanciones sociales, el significado de la moral en la vida diaria e incluso a reconocer aspectos positivos en la «nueva sensibilidad» en relación con la discriminación simbólica, la evolución de la presencia de mujeres en la dirección y en los guiones cinematográficos, la integración de grupos históricamente minusvalorados o ridiculizados y sobre todo con la paulatina, aunque todavía polémica, destrucción de estereotipos raciales y sexistas.
Por su parte, la periodista cultural y escritora Eva Peydró describe en “Sobre la censura, la cancelación y la ultracorrección” cómo a lo largo de la historia de la ficción audiovisual los creadores se han enfrentado, adaptado o sucumbido a la moral, las costumbres y las presiones que han limitado su expresión artística, bien a partir de las normas legales, corporativas o de opinión pública. Desde los años en que el código Hays determinó con su censura previa no solo las imágenes y la representación en el cine, sino también los contenidos, el tratamiento de las historias y los personajes, la historia de las prohibiciones y límites a la creación ha experimentado una evolución paralela a los cambios sociales y de mentalidad. Puede sorprender que la tolerancia en el mundo occidental a las imágenes que se exhiben en las salas de cine no haya sido creciente, como cabría esperar de una apertura en las costumbres, alejada de la mojigatería propia de otros tiempos. Sin embargo, y al margen de consideraciones sobre la hipocresía que tolera en privado y persigue en público, tal como afirma la autora, ese hecho responde a una nueva conciencia que procura la defensa de los colectivos cuyos derechos se encuentran más amenazados, la integración de las minorías y la superación de la discriminación.
En este momento del recorrido, lo que ofende, molesta o se considera inaceptable como representación, a la luz de lo anterior, se ve también afectado por la priorización de la salvaguarda de ciertas sensibilidades. Por otra parte, la intolerancia social a conductas claramente delictivas o sospechosas de serlo ha implicado el rechazo a la trayectoria profesional de los creadores, al margen de su valor intrínseco. Eva Peydró nos cuestiona también como lectores sobre el valor de la obra al margen de su autor o la distinta valoración ética de los delitos cometidos por el “cancelado”, citando entre otros a Woody Allen, Roman Polanski, Armie Hammer, Felicity Huffman, Kevin Spacey o Bernardo Bertolucci como algunos de los intérpretes y directores cuya reputación ha sufrido las consecuencias de su vida privada.
A lo largo del ensayo, recurriendo a múltiples e ilustrativos ejemplos del cine y las series de televisión, se plantea una reflexión acerca de los límites de la censura, la autocensura, la legitimidad de la cancelación cultural y sus consecuencias, la retroactividad de este tipo de acciones o la mutable validez de una obra cinematográfica según el contexto histórico en que se aprecia, entre otras. No se soslaya tampoco el tema de la apropiación cultural y la necesidad de tener en cuenta dos factores importantes a su juicio: el contexto y la intencionalidad, que protegerían de la hoguera obras como Lo que el viento se llevó.
La profesora de Derecho constitucional Ana Valero Heredia centra su capítulo titulado “Sexo, arte y censura (líquida)” en la obra transgresora por antonomasia: la sexual, ya que a lo largo de la historia ha violado todos los preceptos, tanto estéticos, sociales, políticos, religiosos como culturales. Desde el arte sexual más antiguo originado en China, durante la dinastía Han (200 a.C-220 d.C.), pasando por el Kamasutra y su componente religioso, hasta la tradición occidental y el oscurantismo sexual desencadenado por el cristianismo medieval, a pesar de la iconografía explícita de capiteles y relieves, la plasmación artística de la sexualidad ha sufrido los avatares de la historia y las restricciones de la moral. Ya siendo despojada de erotismo y destacando el cuerpo como modelo de los cánones de belleza como en el Renacimiento, hasta la acepción contemporánea de la pornografía, originada en la era victoriana, y sin parangón en sociedades no occidentales, hemos visto impregnarse de una acepción peyorativa la expresión sexualmente explícita contraria a la norma y la decencia. Será a partir de la revolucionaria teoría psicoanalítica y la aparición del cine y la fotografía, coadyuvadas por la eclosión de las vanguardias cuando una nueva perspectiva sobre la representación de la sexualidad aporte una visión necesaria, a través del arte, no exenta tampoco de polémica y confrontación.
En su texto, Ana Valero pone de relieve el valor revulsivo del arte, al margen de la plasmación de la sexualidad, como una constante a lo largo de la historia, un poder de subversión del que se han valido artistas como Robert Mapplethorpe, cuyo acto de autocensura en el verano de 1989 fue profético. Por otra parte, en su referencia a la pornografía, cuya edad de oro se vivió a gran escala a finales de los años 70, la autora no obvia el incendiario debate en el seno del movimiento feminista, que se prolonga hasta la actualidad, acusándola de perpetuar el sexismo a través de la cosificación y el androcentrismo. La poscensura, ejercida a través de las redes sociales con el objeto de conseguir la humillación pública, es una acción comunitaria e identitaria que abre un nuevo frente en la historia infame de la censura, donde entran en consideración los sentimientos como bien jurídico protegible. El derecho a no ser ofendidos parece ser la última frontera a tutelar, según un sector de la sociedad, en un debate abierto que de prosperar, resultaría en la desprotección de otra de sus partes.
En su capítulo “Corrección política y pop como armas arrojadizas en las batallas culturales de nuestro tiempo”, el escritor y crítico musical Carlos Pérez de Ziriza aborda esta época que considera de transición, hacia un nuevo modelo político, sociológico y cultural. Citando a Gramsci El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer, y en ese claroscuro surgen los monstruos. A lo largo de su exposición, el periodista y escritor denuncia la similitud eventual de los métodos empleados por quienes promueven postulados racistas, sexistas o xenófobos y por aquellos que presumen de combatirlos, resultando una retroalimentación de los opuestos. En este sentido, la música pop ha sido un reflejo de nuestra sociedad, sirviendo de termómetro infalible para medir la imparable progresión de la mujer en el terreno artístico. Pérez de Ziriza relaciona una serie de conflictos que representan episodios recientes en los que la división radical ha separado en blanco y negro, sin matices, diversos acontecimientos que han demostrado el peligro de dejarse llevar por la irreflexión. Así, en cuanto al reggaetón, el trap o las músicas llamadas urbanas, que más allá de su valor musical o el gusto de la audiencia, el autor no considera intrínsecamente más machistas, sexistas ni discriminatorias que otros estilos o géneros musicales. Además, el porcentaje de mujeres que lo promueven con sus trabajos es muy superior al del rock and roll clásico.
A lo largo de su texto, el autor muestra que los prejuicios solo sirven para radicalizar y estigmatizar, ya sea un estilo musical o un intérprete o incluso para ampliar la marginalización a una forma de diversión que se acusa de promover conductas de dudosa moralidad.
Lamentablemente, los ejemplos contenidos en Ficciones, las justas. La nueva moral en el cine, la música y la pornografía no cesan de crecer y la prensa nos enfrenta a diario a nuevos casos de censura social o de denuncia acallada durante años, que no dejan de obligarnos a reflexionar más allá del tweet irreflexivo o el like automático. Obras como este ensayo, que inaugura la serie Gris de la editorial Contrabando, colaboran sin ninguna duda a instalar un debate imprescindible en una sociedad madura.
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