A Daniel Torán le quedó un viaje pendiente cuando un verdugo –como él lo califica– decidió cometer un asesinato psicológico. Entonces aprendió que la crueldad, la injusticia, la violencia son los más burdos instrumentos para controlar y domesticar, inculcando el miedo en nuestros cuerpos. El autor de Un viaje pendiente nos cuenta que prefiere ver a ese verdugo despersonalizado, como un mero instrumento y también –¡bien observado y procesado!– como una víctima sin conciencia, un eslabón más de la cadena… ¿Quién entre nosotros no ha tenido contacto con uno de estos monstruos, en la empresa, el colegio, el ejército o en la propia pareja? Su aparición en la vida de cualquiera es una irrupción de violencia psicológica –cuanto menos–, un factor de desequilibrio planeado que llega a desintegrarnos hasta el núcleo, convirtiendo nuestra existencia en una inseguridad absoluta, empobreciendo nuestra personalidad y anulando todo lo que nos convertía en las personas que éramos. Torán ha padecido esta situación durante largo tiempo, se ha sumido en lo abisal y, mediante un ejercicio de fortaleza mental, observación y objetivización, ha vuelto entre los vivos colmado de la asertividad que niega la venganza o el odio.
Con las piedras que me arrojan construyo mi hogar.
Proverbio tibetano.
Como relata Torán, el acoso lo contamina todo: el miedo, la intimididación, el desprecio y el desánimo se infiltran en cada rendija de nuestra vida. Sin embargo, el conservó la capacidad de aprender y adaptarse. Mientras la cultura del miedo promueve el individualismo y la negación de la empatía, Daniel Torán mantuvo la fe en un mundo en el que las personas no se sienten jueces de las personas, donde no existe el miedo, porque contaba con un bagaje que, sin saberlo, le proporcionó la energía, la confianza en que las cosas no tienen que ser necesariamente así. Esa fuerza le ayudó a recuperarse anímicamente, a plantar cara, a defender –con éxito– sus derechos laborales, a seguir confiando en la gente.
El secreto de este hombre que venció a un gigante se halla a los pies de otro: el Himalaya, un lugar desde el que aprendió cuál era su auténtica dimensión como ser humano, cuáles eran su altura y su valor. Aunque en los primeros momentos se sintiera desconcertado por una agresividad a la que ingenuamente buscaba una razón de ser y, más tarde, aplastado, anulado y casi vencido, el coraje que nace de la calma interior, de las lecciones que no se aprenden memorizando sino sintiendo pudo con todo. Solo faltaba ajustar una cuenta pendiente, la de ese viaje que el horror truncó.
Los lectores de EL HYPE ya conocen el primer libro de Daniel Torán, Subir hacia abajo y sus andanzas solitarias en viajes que son pura vida: Subir hacia abajo, salir hacia adentro y encontrar el ser que habita en mí oculto bajo capas de interferencias, miedos e imposiciones. El autor no es un ejecutivo que vendió su Ferrari sino un hombre inteligente, sensible, que en lugar de una revelación new age ha escuchado al mundo, ha empatizado con él y ha pagado la fascinación y consciencia aportada por uno de los lugares más míticos del mundo con amor, solidaridad y honestidad. En Un viaje pendiente se narra la expedición que, abortada años atrás, tiene por fin lugar al reino de Mustang.
La primera parada en un Nepal post-terremoto ofrece a los ojos de Torán la devastación de la “zona restringida”, un Kathmandú que conserva el paisaje creado por un seísmo de 8,1 que tuvo el epicentro a 81 km de la capital, causando 10.000 víctimas y diez millones de personas necesitadas de ayuda humanitaria. Sería la primera prueba de capacidad de resiliencia, un proceso de identificación con la gente y el paisaje que continuará a lo largo del viaje. Mustang es un lugar recóndito del Himalaya al que se llega por una carretera casi intransitable que lleva a su capital, Lo Manthang, un reducto de desconexión con el materialismo suicida y una sociedad paupérrima en espiritualidad. Al norte de Nepal con frontera con el Tíbet, es un desierto a 4.000 metros de altitud, arropado por el Anapurna (8091 m).
El reino de Mustang fue históricamente un estratégico paso para las caravanas de sal y carne seca que viajaban de Tíbet a Nepal por la “Ruta de la Sal”, pero en la actualidad sus habitantes viven de la agricultura, el pastoreo y el comercio. La población de etnia tibetana, sin influencia china, es un reducto cultural. Como recuerda Daniel Torán, se cree que James Hilton se inspiró en Mustang para el Shangri-la de Lost Horizon. En la crónica surgen paisajes vívidamente descritos –a veces, creemos sentir la sequedad del polvo de los caminos en nuestra propia boca–, personajes surgidos de precarias chozas o en una revuelta del camino, cuya voz y presencia se antojan fantasmagóricas e irreales.
Este es el caso de mi personaje preferido, una aparición a los pies del Nilgiri (más de 7000 m), Shankarya, una figura esquelética y harapienta con un taparrabos azafrán, que se anuncia al grito de ¡Hoy muero! Con sus barbas blancas, tres rayas de ceniza en la frente (para destruir el egoísmo, la acción con deseo y la ilusión o maya) y un tridente (símbolo de Shiva); este quijote se revela buen conversador y el autor transmite con acierto el tiempo detenido, con temor a la interrupción del momento aunque sea con la respiración. La sonrisa y el sentido del humor no abandonan al sadhu, que ha renunciado a lo terrenal, a la ilusión, para buscar los verdaderos valores y borrar karmas pasados.
¿Por qué hoy muero? así comienza su historia, contando que cada mañana prepara su corazón para entender que puede irse en cualquier momento. Sólo así se siente libre y vive con plenitud. Sentencia que la muerte es lo opuesto al nacimiento, no a la vida, es solo un intervalo entre dos vidas. Así, la naturaleza sigue su curso y eso le alegra. El miedo a la muerte en la sociedad occidental es a la desaparición de todo a lo que estamos apegados, ilustra el sadhu, no podemos ser algo que pueda desaparecer tan fácilmente como lo material. Siguen reflexiones sobre ecología, abogando por una ciencia que estuviera al servicio del equilibrio perdurable, lo calidad frente a la cantidad y, en un remate propio del más exitoso manual de autoayuda, se despide así: Hace años entendí que me iba a llevar lo vivido, entonces empecé a vivir lo que quería llevarme.
En la nube de palabras que el viaje sugiere al autor destacan misticismo, aislamiento, armonía, paz, oculto, cielo, felicidad; pero, inevitablemente hay que añadir otras menos inspiradoras que caracterizan sociopolíticamente la vida en Mustang: intolerancia, pobreza, discriminación…
Y por último, el silencio, la ausencia de palabras, la ausencia del ego, para viajar sin mochilas ni verdugos que impidan la honestidad ni la reciprocidad en un compromiso donde la razón deja su lugar al sentimiento.
Un viaje pendiente (198 páginas). Editorial Círculo Rojo
Fotos ©Daniel Torán
Ilustraciones @Claudia Torán
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