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Carlos Saura y la caverna de Platón

En Cine y Series 26 marzo, 2023

Charo García Diego

Charo García Diego

PERFIL

Cuando a mitad del siglo pasado, Carlos Saura comenzó la que sería una larguísima trayectoria en el cine español, sentía, dada su inquietud, el encadenamiento dentro de la caverna platoniana que sufría España desde las guerras de la independencia allá por 1808. Las sombras, que como prisionero metafórico de la dictadura franquista vio reflejadas en la pared de la caverna, le persiguieron toda su vida y las recreó en su cine. Los dos mundos de Platón, el mundo sensible percibido a través de los sentidos y el mundo inteligible, puro conocimiento donde los sentidos no intervienen, son un síntoma que vemos en sus películas.

Carlos Saura nació en Atarés (Huesca) en 1932, cuando contaba con cuatro años la guerra civil estalla en España (1936) y teniendo el cineasta siete años finaliza la misma. España cayó prisionera en manos del fascismo cuando él era un niño y su mundo se me imagina asimilable al de los prisioneros de la caverna de Platón. En dicha cueva, a un grupo numeroso de seres humanos con cadenas alrededor de sus cuellos y pies, solo se les permitía ver lo que se reflejaba en la pared del fondo sin poder nunca girar la cabeza.

Carlos Saura

Los golfos (Carlos Saura, 1960)

Saura comienza su andadura dentro del cine con un largometraje, Los golfos (1959), donde muestra la vida en Madrid de un grupo de jóvenes que, como forma de subsistencia utilizan la delincuencia. En su siguiente largometraje, Llanto por un bandido (1960), será un bandolero, José María Tempranillo quien luche contra los franceses antes de la llegada de Pepe Botella, hermano de Napoleón Bonaparte. Nunca Saura consideró como verdad las sombras que arrojaban los objetos en la pared de la caverna, si bien atado por la cadena (el yugo y las flechas) se reveló a través de sus sentidos y la adquisición de conocimientos. Ese pasillo platoniano, por donde pasaban los hombres portando todo tipo de objetos cuyas sombras se reflejaban a través de la iluminación de la hoguera, y que la sociedad española recibía como doctrina, sirvieron al cineasta para acometer un primer acercamiento a una realidad ilusiva que no tenía nada que ver con la que en España se vivía.

Sus películas Peppermint Frappé (1967), Stress-es tres-tres (1968), La madriguera (1969), El jardín de las delicias (1970), Ana y los lobos (1973), La prima Angélica (1974) y  Cría cuervos (1976) son producciones que protagoniza una actriz extranjera, Geraldine Chaplin, quien viene a representar la aptitud y el derecho que teníamos los españoles a elegir nuestra  propia forma de actuar dentro de nuestra sociedad y lo paradójico del momento que vivíamos. Sus personajes indicaban otras maneras de ser y sentir. Se enfrentan a la envidia, la falta de humor, los traumas de la infancia, el falsario de la religión, los santos, el adulterio, los vencedores de la Guerra Civil… esas sombras arrojadas por la vida y que tenían que ser tomadas como única certeza, no se podía dar la espalda al sistema, quedan fracturadas y replicadas por sus películas.

Carlos Saura

Ana y los lobos (Carlos Saura, 1973)

Saura, con su inteligencia, estaba obligado a liberarse y mirar hacia la luz de la hoguera y con ello contemplar una nueva realidad. Cuando nos la ofrece, rompiendo la apariencia de lo que acontece a los sentidos, nos obliga a asumir una nueva situación invitándonos a salir de la caverna, muy a pesar de lo duro y difícil de los tiempos que se vivían, donde costumbre, armas y misa gobernaban con impudicia.

Con la llegada de la transición política a la vida cotidiana de los españoles, el director realiza varias películas Elisa vida mía (1977), Los ojos vendados (1978), Mamá cumple cien años (1979), Deprisa, deprisa (1981) y Dulces horas (1982), que reflejan las dificultades del pueblo español para acomodarse a nuevas maneras de vivir. Llegan la diversidad ideológica, el terrorismo, las drogas, la delincuencia y el paro, creciendo en desmesura en el transcurso de los años. Ese significado simbólico que arrojaba la alegoría de la caverna llega a su fin porque, cuando el prisionero libre vuelve allí a liberar a los compañeros, muchos se ríen de él y no le creen.

Carlos Saura

Saura fue un director de cine a quien se tildaba de intelectual retorcido, de difícilmente asumible y comprensible y tuvo que soportar el ninguneo y el cainismo español. La confianza de productores como Elías Querejeta, Emiliano Piedra, Andrés Vicente Gómez, no impidió que llegados los años 80 y a partir de Bodas de sangre (1981) sus películas tomaran en muchos casos forma de musicales: Carmen (1983), El amor brujo (1986), Sevillanas (1991), Flamenco (1995), Tango (1998), Salomé (2002), Iberia (2005), Fados (2007), Zonda: folclore argentino (2015) o Jota, de Saura (2016).

Con ellas, la alegoría se acaba, porque sus contemporáneos comenzaron a no reconocerle en sus trabajos y a desinteresarse por su cine, símil de sometimiento a muerte cultural. Solo se salvó Saura del desinterés patrio con ocasión de la película ¡Ay Carmela! (1990), que fue premiada con 13 premios Goya en 1990 incluyendo mejor película, mejor director, mejor actriz y actor.

Carlos Saura demostró a lo largo de su carrera cinematográfica libertad creativa e independencia en sus trabajos e ideas. ¡Un coloso español!, alguien por quien reivindicar los prodigios que tiene España.

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