Inaugurar el 52 Sitges–Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya con In the Tall Grass tiene varias ventajas. La primera y más obvia: es una gran película y, por lo tanto, le imprime al festival, ya de entrada, un aire muy bonito y esperanzador. A menudo se pasa por alto la importancia que en un festival de cine tiene la película que lo inaugura, ya que es un título clave porque marca las expectativas, inevitablemente, es la que te reafirma en tus expectativas o te las arruina. Esto no tiene necesariamente que ver con la calidad de la programación que luego se verá.
En relación con todo esto, In the Tall Grass ha sido un acierto monumental del que Ángel Sala y todo su equipo ya pueden estar bien orgullosos. Película claustrofóbica que ocurre prácticamente toda ella en el interior de un siniestro campo de hierbas altas, brinda una adecuada combinación de película más o menos mainstream y, a la vez, destinada más al hardcore fan, con sus gotitas de (controlado) gore incluidas.
In the Tall Grass está dirigida por Vincenzo Natali, que no es precisamente un extraño en Sitges: esta es la quinta vez que pisa el festival, la primera y más notoria de ellas en 1998 cuando arrasó con Cube. Adaptando un relato de Stephen King y Joe Hill (hijo de King), Natali consigue una extraordinaria equidistancia entre algunos de los temas más caros al escritor de terror y los que el director exploró en la citada Cube. Por un lado, es recurrente en la obra de King una determinada representación de la infancia perjudicada por la aparición del mal, desde It hasta (en cierto modo) Cuenta conmigo pasando por Ojos de fuego, por ejemplo.
Natali comprende esto en tanto que le otorga una especial relevancia al personaje del niño que acabará siendo clave en toda la historia. También al rey del terror le encanta jugar con la perversión que supone introducir el Mal en lugares que, a priori, no resultan especialmente inquietantes, desde un coche (Christine) hasta un maizal (Los chicos del maíz), o este campo de hierbas altas que Natali retrata con un sentido de lo orgánico que, sin espoilear, acaba resolviendo más o menos la historia.
Por otro lado, Natali recupera felizmente en In the Tall Grass ese sentido de la paranoia desconcertante que impregnaba Cube, y no solo con el más que evidente paralelismo entre el campo de hierbas altas y el cubo, convertidos ambos en escenarios que atrapan a sus protagonistas en su interior, sino más allá aún, con ese punto de justicia poética que recorre ambas cintas: en Cube, que está protagonizada por diversos individuos con una clara intencionalidad de representación social, el que sobrevive es el que parece menos adaptado de todos, el que nuestros prejuicios nos llevarían a pensar que tiene menos probabilidades de salir con vida; en In the Tall Grass la madre Naturaleza se cobra su justa venganza sobre la especie humana mediante la existencia de una aberración espacio-temporal como es el campo de hierbas altas.
De hecho, las concomitancias con Cube son tan abrumadoras que, finalmente, es posible entender In the Tall Grass como el reverso de Cube: mientras que allí el universo conocido era el interior del cubo y nunca se explicaba qué había en el exterior, aquí no acaba de explicarse del todo qué es exactamente el interior del campo de hierbas altas, pero está claro qué hay fuera de él. Hasta cierto punto, pues, ambas películas comparten un punto de partida similar a partir del cual despliegan lecturas del fantástico también bastante parecidas.
La película fue recibida en Sitges con disparidad de opiniones, aunque en general el público la disfrutó bastante. También se disfrutaron, y mucho, algunas de las películas que este primer fin de semana han hecho sold out (o casi) en sus respectivos pases. El sábado no cabía ni una aguja en las proyecciones en el Auditori de Little Monsters, Guns Akimbo, o Ready or Not. Las tres despertaron el entusiasmo del público porque, cada una a su manera, son tres crowd pleasers típicamente sitgetanos como la copa de un pino, especialmente la primera.
Me gustaría detenerme, sin embargo, en Guns Akimbo, presentada en sección Òrbita aunque podría perfectamente haber formado parte de la sección oficial competitiva. No tanto por su temática, que también, ya que transcurre en una especie de distopía en la que la gente está enganchada a un juego retransmitido por Internet en tiempo real en el que sus participantes se matan de verdad, sino sobre todo por su caligrafía: se trata de un violento actioner tan fuertemente influido por el lenguaje de los video-juegos que llega hasta el extremo de proponer una extraordinaria fusión de ambos códigos, el cinematográfico y el de los video-juegos, que hace bastante complicado reconocer si la película es eso, una película, o una sesión de video-juegos. No llega al nihilismo extremo de Hardcore Henry, pero le pisa los talones.
Cabe mencionar, a todo esto, el doblete de la extraordinaria Samara Weaving en Guns Akimbo y Ready or Not. Se nota que la chica se lo ha pasado bomba en ambas películas, especialmente en la primera, y resulta muy interesante ver cómo se está labrando una carrera bastante atractiva dentro de los márgenes del cine fantástico.
También ha dado que hablar, como casi siempre, la última película de Rob Zombie presentada aquí, en esta ocasión fuera de concurso. 3 from Hell recupera los personajes de la que fue la última película decente de Zombie, Los renegados del diablo, y lo hace sin el menor asomo de vergüenza atendiendo al hecho de que al final de aquella película morían todos y, por ese motivo, Zombie ha de comenzar esta secuela explicando que, en realidad, los balazos que les metieron (una barbaridad) no los llegaron a matar y, después de una temporada en el hospital, salen recuperados.
Mal comienzo para una película que reincide en todo lo malo que tiene la filmografía de Rob Zombie, que no es poco precisamente. Y eso a pesar de que, en sus primeros compases, 3 from Hell hasta parece interesante, proponiendo una tímida pero inequívoca mirada a los ojos del Mal que anida en la América profunda. Una poco ortodoxa crítica a la era Trump que podría haberse convertido en una buena película… si no la hubiera dirigido Zombie, claro.
Porque 3 from Hell, a partir del momento en el que consiguen reunirse los tres personajes protagonistas escapando de la cárcel, se convierte en otro recital de lo único que sabe hacer Rob Zombie: deleitarse en el sadismo sin proponer absolutamente nada más allá de una cierta mirada hacia el género del torture porn. Un nuevo capítulo, pues, de una filmografía, la de Rob Zombie, tan parca en ideas atractivas, tan reiterativa en su exposición de argumentos cinematográficos, y en definitiva tan inane y estéril para el género fantástico, por mucho que Sitges esté empeñado en querer demostrar lo contrario programando casi todas las películas de Zombie cada vez que tiene la ocasión de hacerlo.
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