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Mommy (Xavier Dolan, 2014)

En Cine y Series 5 diciembre, 2014

Rubén Higueras

Rubén Higueras

PERFIL

El realizador canadiense Xavier Dolan regresa al terreno de la alienación y la angustia vital de su ópera prima ―J’ai tué ma mère (Yo maté a mi madre, 2009)― para ofrecernos una suerte de reverso (el punto de vista materno) de aquella venganza petulante hacia su progenitora.

Una línea fracciona en varias ocasiones el espacio dramático en el que se desarrolla Mommy, la última película del tan joven como talentoso Xavier Dolan. Lo que sintagmáticamente no representa más que la señalización vial que escinde la calzada del barrio donde viven los protagonistas deviene, sin embargo, figurativización de su escisión interior y deseo de traspasar esa frontera intangible que les impide alcanzar esa vida normal con la que en algún momento se aventuran a fantasear (y que Dolan plasma mediante una secuencia de montaje que a buen seguro sea lo mejor que haya rodado hasta la fecha). Resulta fácilmente perceptible la impronta cassavetiana en los desgarros emocionales de los personajes de Mommy, aunque Dolan, al contrario que el director de Faces (1968), no deja nada abierto a la improvisación.

En esta obra desmesurada, el autor de Laurence Anyways (siempre interesado por los personajes marginales y borderline) se apropia de formas narrativas hiperbolizadas (entre la grandilocuencia, el barroquismo y el manierismo), alejándose (quizá inconscientemente) del minimalismo rector del cine de autor europeo contemporáneo y logrando que lo estimulante de su propuesta compense sus cuantiosos puntos débiles (un planteamiento distópico caprichoso que no es adecuadamente rentabilizado, la igualmente antojadiza inclusión de temas musicales íntegros, la tendencia y celebración de la digresión narrativa o la incapacidad de Dolan para dotar de trascendencia al relato, consecuencias de su latente inmadurez como narrador).

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Mommy termina erigiéndose en una pieza fílmica próxima a la genialidad y rabiosamente singular: en un habilidoso ejercicio de  funambulismo narrativo, el filme no sólo mantiene el equilibrio a lo largo de una duración a todas luces desorbitada (considerando el precario hilo argumental sobre el que se sustenta la trama), sino que la praxis fílmica dolaniana basada en el exceso consigue elevarse en determinados instantes y ofrecer pequeños pasajes de inconmensurable cine. Nuevamente, el cine de Dolan crece cuanto más se distancia de las convenciones narrativas y transita por senderos insólitos del enunciado y la expresión cinematográficos.

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A diferencia de algunas de sus propuestas previas, el cineasta consigue en esta ocasión revestir a su desbocada fuerza creativa de sustancia dramática. La coherencia entre la relación de aspecto (el ratio vertical 1:1) y el estado anímico de los personajes denota una gran inteligencia por parte del joven realizador: la desazón del trío protagonista es trasladada al espectador constriñendo su campo de visión, aprisionando su mirada de igual manera que el encuadre y las circunstancias vitales parecen sofocar a los personajes. Es por ello que la pantalla únicamente conquista el formato panorámico durante los dos únicos instantes de efímera felicidad que se manifiestan en pantalla. Inspirada formulación estética de aquel agridulce aserto que Jacinto Benavente nos regalara, según el cual la dicha total no existe en la vida, sino que únicamente existen momentos felices.

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