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‘Ya se van los pastores’: un haiku riojano

En Música 23 diciembre, 2020

Óscar Carrera

Óscar Carrera

PERFIL

Ya se van los pastores a la Extremadura; 

ya se queda la sierra triste y oscura.

 

Ya se van los pastores, ya se van marchando; 

más de cuatro zagalas quedan llorando.

 

Ya se van los pastores hacia la majada; 

ya se queda la sierra triste y callada.

Esta popular canción pudo provenir de la Sierra de Cameros (La Rioja), pero la trashumancia la propagó por toda la meseta española. Se canta en Navidades, se canta en coros e iglesias, se canta en las escuelas, la cantan grupos folk e Ismael Serrano. Todo indica que aún tenemos la capacidad de emocionarnos con el remoto mundo pastoril del que proviene; esperemos que por mucho tiempo.

Una melodía pentatónica nos sugiere, de lejos, las músicas del Asia oriental; su contenido lírico, en concreto, no desentonaría del todo en la poesía japonesa, especialista en condensar en unas pocas sílabas las emociones e intuiciones más sutiles. Su formato más popular en Occidente es el haiku, un brevísimo poema de 17 moras (unidad semejante a la sílaba), divididas por lo general en tres frases de 5, 7 y 5 moras. Veamos algunos ejemplos, traducidos por Vicente Haya.

Koi koi to iedo hotaru ga tonde yuku

«Ven, ven», le dije,

pero la luciérnaga

se fue volando

(Ueshima Onitsura)

 

Uri-ushi no mura o hanaruru kasumi kana

Vendida la vaca

se aleja del pueblo

por entre la niebla

(Hyakuchi)

 

Kozue yori ada ni ochi keri semi no kara

Desde lo alto del árbol

cayó sin el menor significado

la cáscara de una cigarra

(Bashô)

El haiku es una forma poética difícil para hablantes de otras lenguas, no sólo por la dificultad de comprender los originales, sino porque fabricar haikus en otros idiomas supone un esfuerzo añadido de concisión. Qué decir del verboso castellano: un haiku cualquiera en español cuesta por definición más que uno en japonés y, fácilmente, dice menos. Jorge Luis Borges aceptó el reto en uno de sus últimos libros (La cifra, 1981) y nos regaló haikus elegantes, aunque demasiado conceptuales (y amorosos) para los estándares clásicos.

A nivel emotivo, los haikus suelen transpirar una cierta resignación ante la transitoriedad de las cosas (mono no aware), que se acompaña de una empatía hacia su fugaz existencia, expresada casi siempre en términos impersonales, sobre todo mediante imágenes del cambio de estación (las hojas de otoño, el florecer de los cerezos…). Si bien se ha sobrevalorado la conexión del haiku con el budismo zen, pues hunde sus raíces en la literatura nipona anterior, no es menos cierto que a partir del siglo XVII muchos de los grandes creadores de haikus fueron monjes budistas, que encontraron en él un reflejo artístico de la doctrina de la impermanencia de todo lo que existe.

Hoy en día no habrá tantos pastores o majadas, pero nuestra vida no deja de tener sus ciclos.

Estas consideraciones budistas parecen quedar muy lejos de nuestros jóvenes pastores riojanos. Sin embargo, creemos que “Ya se van los pastores” cifra un sentimiento intrigantemente similar. El telón de fondo es el cambio estacional: el comienzo de la temporada de la trashumancia. El narrador observa, quedo y anónimo, cómo un año más se van los pastores y cómo un año más lloran las zagalas del pueblo. La naturaleza cíclica de estos acontecimientos viene expresada punzantemente por el adverbio ‘ya’ (ya se van los pastores…, ya se queda la sierra…). El resto de la canción lo componen sucintas descripciones de un paisaje permeado de sentimientos: la sierra triste y oscura, la sierra triste y callada.

Aunque más sentimental que muchos haikus (que se ahorrarían la mención al llanto), no puede serlo menos en el marco de la lírica española. A diferencia de un haiku ortodoxo, aquí la transitoriedad no es percibida por un sujeto poético en los cambios de la naturaleza, sino que se desprende de los acontecimientos del año campesino, que acompañan a aquellos, generación tras generación, desde que se tiene memoria.

Como cabría esperar, nuestra canción presenta múltiples variantes. En una de ellas, minoritaria, “volverán” los pastores, arruinando el espíritu melancólico con la esperanza fácil de un final feliz:

Ya se van los pastores, volverán cantando 

los amores que dejan ahora llorando.

Casi se puede percibir en esta “corrección” impertinente la mano de algún folclorista decimonónico, no sólo por la expresión “cantar amores”, sino por la imagen idealizada de los pastorcillos cantores, que contrasta con la desolación de los versos anteriores.

También parece un añadido (quizá por parte de los habitantes de Monfragüe) la estrofa:

Al pasar por Monfragüe se van alegrando: 

a la mesa extremeña ya están llegando.

A la incoherencia del final feliz se suma, en este caso, la del cambio de perspectiva: antes, el eje era el pueblo, con sus pastores que se marchan, su sierra oscurecida y sus zagalas llorosas. Ahora, de repente, avanzamos quinientos kilómetros para enfocar la sonrisa de los pastores en Monfragüe… Aunque nunca sabremos cuál se acerca más al original –si acaso hubo original–, los veneros de sabiduría del pueblo pueden (y suelen) dar más de sí.

Otra versión coloca a las zagalas al final de la canción, a modo de clímax dramático. La que citamos al principio, en cambio, termina en una “sierra triste y callada”. Ello refuerza una repetición anterior: “Ya se van los pastores, ya se van marchando”. Pues el único regusto que deja la marcha, la marcha repetida, necesaria, eterna, es el de una desolación silenciosa. Hoy en día no habrá tantos pastores o majadas, pero nuestra vida no deja de tener sus ciclos, empezando por los del nacimiento y la muerte, y esta resignación agridulce respeta mejor el orden de las cosas. Como lo expresa otra canción popular en estas fechas:

La Nochebuena se viene, 

la Nochebuena se va. 

Y nosotros nos iremos

y no volveremos más.

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