Desde siempre, me he sentido atraída por la cultura japonesa. En ella, la arquitectura y la literatura, con representantes como Tadao Ando y Haruki Murakami, tienen un papel destacado, ya que exploran temas como el mundo de los sentimientos, el vacío y la relación del hombre con el entorno.
Sus creaciones exaltan la belleza femenina, así como la de los edificios, y el delicado erotismo que se desprende de ellos, de una manera tan sugerente y sutil que, en mi opinión, la belleza poética de sus obras es tan singular que raya la perfección. Es lo que ocurre con los edificios del arquitecto Tadao Ando (Osaka, 1941) y los libros del escritor Haruki Murakami (Kioto, 1949).
Los orígenes de estos dos creadores son bien diferentes. Murakami vivió con sus padres, ambos con estudios universitarios, tuvo acceso a la universidad, donde estudió literatura y teatro griego, entrando así en contacto con la cultura occidental. Amante de la música, apasionado del jazz, siempre tuvo claro que escribiría para contar historias.
Tadao Ando es hijo de comerciantes, nunca estudió arquitectura ni llegó a tener formación académica de la misma. A los dos años fue enviado a vivir con su abuela, que influyó mucho en su educación y le enseñó los principios fundamentales de la cultura japonesa. Siempre fue autodidacta: aprendió leyendo libros de segunda mano, asistió a clases nocturnas de dibujo, realizó cursos de diseño de interiores por correo y viajó, quedando prendado por los edificios y las obras de los grandes arquitectos. Fue en uno de esos viajes a Tokio, donde al contemplar el famoso Hotel Imperial, obra de Frank Lloyd Wright, quedó tan fascinado que decidió que quería ser arquitecto.
En 1995, Tadao Ando recibió el premio Pritzker de arquitectura en 1995. Por el contrario, hace unos años, Murakami pidió que retiraran su nominación al premio Nobel de literatura alternativo.
Hablar de la arquitectura de Tadao Ando es fácil, porque es una arquitectura con una geometría simple, sólida y delicada, con ausencia de elementos decorativos, que emplea una limitada gama de materiales: hormigón, madera y vidrio. En ella, los muros de hormigón tienen mucho protagonismo, son fuertes y pesados pero, a la vez, frágiles y ligeros. Son los que, según él, regulan y aportan orden a nuestra vida, definiendo nuestras relaciones con nosotros mismos, entre los individuos y el entorno, pero sin dejar de lado la cultura local de su localización geográfica.
En cambio, la literatura de Murakami es algo más compleja de explicar, porque en sus historias la frontera que separa la lógica cotidiana de lo fantástico se desvanece de una forma única. Su estilo es difícil de catalogar por ese tono entre surrealista, onírico y metafórico de sus obras. En mi caso, sin saber muy bien por qué, me he visto atrapada por las páginas de determinados libros suyos, que han despertado en mí tiernas y bellas emociones, como lo hace la arquitectura.
En mi opinión, tanto las obras de Tadao Ando como las de Murakami parten del principio de dualidad, según el cual en el mundo existen fuerzas aparentemente opuestas pero que, en realidad, son complementarias. Teniendo en cuenta esto, si contemplamos la arquitectura de Tadao Ando vemos que en ella se integran elementos como el vacío y lo lleno, la oscuridad y la luz, dentro y fuera, tecnología y tradición, espacio profano y espacio sagrado, construcción y naturaleza.
Un ejemplo de ello es la Iglesia Kasugaoka o de la luz construida en 1989, en Ibaraki (Osaka). El edificio tiene forma de caja, atravesada por un muro diagonal exento que divide el espacio principal en una capilla y un vestíbulo, a través del cual se accede a la capilla. La iglesia, de pequeño tamaño, está realizada íntegramente con muros de hormigón. Su muro trasero tiene una abertura en forma de cruz que deja pasar luz natural, que purifica el espacio. En ella, la austeridad y desnudez encaja perfectamente con la idea de vacío sin forma que es Dios.
En el caso de Murakami, esta dualidad se observa en muchas de sus novelas, en las que juega y experimente con la idea de un mundo paralelo, en el que se confunden los sueños con la realidad. Este es el caso de: Sputnik, mi amor y 1Q84. En su universo particular, todo tiene un reverso. Así, cuando termina la lectura, no tenemos muy claro si seguir a un lado o al otro, ya que nos preguntamos ¿qué es lo real y verdadero? Todo dependerá del punto de vista del lector.
En ambos casos, sus diseños y obras reflejan una sensibilidad artística e intelectual muy característica. En el caso de Tadao, la arquitectura es algo que cambia la vida de las personas por las emociones que genera y los recuerdos que puede ayudar a construir. Él busca separar el exterior, un espacio normalmente ruidoso, del interior, un espacio tranquilo y sereno, integrando elementos y materiales puros, que invitan a la introspección y conectan directamente con el alma del ser humano.
Hallamos un ejemplo de lo anterior en la casa Azuma en Sumiyoshi, un núcleo denso de Osaka compuesto por viviendas adosadas. El aspecto exterior de la vivienda parece el de una fortaleza impenetrable, que desentona con las casas de madera tradicionales de su alrededor. Fue construida en 1976 según las características de la arquitectura doméstica japonesa: un patio interior como núcleo central alrededor del cual se generan las circulaciones a través de escaleras que separan las estancias comunes de las privadas.
Para Murakami, la soledad es la mejor vía de conocimiento. Partiendo de esa idea y del mundo cáotico y aleatorio en el que vivimos, su literatura conduce a los personajes a la búsqueda y encuentro consigo mismos, dan un salto hacia adelante en su propia evolución, así lo observamos en Kafka en la orilla, que trata sobre la madurez, sobre dejar el pasado atrás y continuar viviendo, porque la vida merece la pena.
Los muros desnudos de hormigón de los edificios de Tadao Ando son delicados al tacto, su textura es suave como lo es la piel de las mujeres protagonistas de los libros de Murakami. Si comparamos ambas obras, podemos establecer cierto paralelismo, porque los edificios de Tadao tienen cierta femineidad y aúnan la simplicidad de la forma con la complejidad del espacio. En ellos, los muros de hormigón, con sus superficies pulidas, son el reflejo de la elegante cultura japonesa, son tímidos, reservados y parecen llenos de dolor, producido por el encofrado metálico utilizado para construirlos, ya que en su ejecución se emplean dos planchas metálicas ensambladas y unidas mediante unas varillas de acero corrugado (espadines). Una vez hormigonado el muro y retirados los espadines, vemos los huecos equidistantes dejados en su superficie, como cicatrices en la piel.
En las novelas de Murakami, ocurre igual. En ellas, la figura femenina siempre es extremadamente bella, con iniciativa; suele compartir gustos con los protagonistas. En apariencia son fuertes y sencillas, pero, a la vez, complejas y más frágiles de lo que suelen aparentar. El ejemplo más claro lo tenemos en Sputnik, mi amor: las almas del trío protagonista tienen cicatrices. Su soledad se ve magnificada por la complejidad de las relaciones entre personas, por culpa de los sentimientos no correspondidos que lleva consigo un deseo sexual reprimido. Otro ejemplo lo tenemos en el trío protagonista de Tokio Blues, en el que Toru se debate entre dos mujeres muy diferentes: la frágil y melancólica Naoko y la excéntrica y simpática Midori.
La disyuntiva de Toru entre estas dos mujeres, consciente de que la elección de una, inevitablemente, le llevaría a la pérdida de la otra, me remite a las casas 4×4 de Tadao construidas en Kobe (2003-2005): Dos viviendas con una rígida geometría, una organización simple y clara y unas de dimensiones mínimas en planta, 4×4 m aproximadamente y una altura de 13,4 m (sótano, planta baja y tres pisos). Las diferentes plantas están conectadas entre sí, a través de una escalera en el caso de la primera, o un ascensor, en la segunda. La primera está realizada íntegramente con hormigón, vidrio y acero y en la segunda se añadió la madera.
En ambos casos, el volumen de la última planta está desplazado un metro para dar más espacio a la cocina y salón situados en la misma. La enorme cristalera que mira al mar conecta al individuo con el paisaje y es el lugar perfecto sereno y con fuerza para leer o escuchar música.
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