Annie Clark, mejor conocida como St. Vincent, siempre ha tenido algo de alienígena. La verdad es que cuesta imaginar a esta nueva Diosa de la reinvención y el cambio, algo así como la extraña mezcla entre Bowie, Prince, David Byrne y PJ Harvey, siendo una adolescente en Texas y cogiendo su primera guitarra después de oír a Jimi Hendrix en Forrest Gump, claro que también cuesta imaginársela en algún sitio que no sea Marte o Nueva York, su ciudad de acogida.
El caso es que esta artista cumple 40 años con seis discos a sus espaldas, más uno en colaboración con el propio Byrne, mientras sirve de telonera para otra banda que, como ella misma, lleva impresas las palabras Art Rock en letras mayúsculas en su definición misma, la Roxy Music, justo en el momento en el que esta transformista se encuentra en su época más setentera, con su peluca rubia (y un increíble y fortuito parecido con Raffaela Carrá) y su mirada a la colección de discos de su papi, la época Plastic Soul de Bowie, Steely Dan o la época dorada de Stevie Wonder.
Pero no fue así como comenzó todo, sino en Texas, mientras el mundo esperaba que esta chica tan guapa se convirtiera en animadora, ella prefería tocar su guitarra, llorar la muerte de Kurt Cobain y marcharse de roadie de sus tíos, el dúo de jazz vocal Tuck & Pattie. Así que a nadie le sorprendió nada que a los 18 años decidiera marcharse a estudiar a la prestigiosa Universidad de música de Berklee, en Boston. Mientras estudiaba allí sacó su primer EP, Ratsliveonnoevilstar, con dos compañeros de escuela, el bajista Mark Kelley y el batería Walker Adams, que suena a una especie de banda tributo de Jeff Buckley con la voz de Björk. Es interesante, pero todavía no ha encontrado ni su sonido, ni las canciones que vayan con él.
Así que decidió dejar Berklee porque no cree que lo fuera a encontrar allí y vuelve a Texas donde se enrola en la gira europea de The Polyphonic Spree, poco después funda una banda de noise rock donde da rienda suelta a su pasión por Nirvana, pero tampoco es su sonido. En 2006 saca otro EP, Paris Is Burning, esta vez ya bajo su seudónimo de St. Vincent, uno que sale de otra de sus grandes influencias, Nick Cave, que en su canción “There She Goes My Beautiful World” dice: And Dylan Thomas died drunk in / St. Vincent’s hospital.
Ese mismo año conoce a Sufjan Stevens y se integra en su banda de directo, el cantautor acaba de sacar el excelente Illinois y le da su primera gran oportunidad, dejando que abra los conciertos de su gira y luego toque junto a él con su banda. Poco después St. Vincent comenzará a grabar su primer disco, Marry Me, lanzado en 2007, una obra donde la influencia barroca de Stevens se deja notar, así como la de Bowie y la de Kate Bush, pero el resultado ya es completamente original, con Clark poniendo orden en el caos aparente de sus canciones, con riffs cortantes de su guitarra y melodías suaves.
La continuación llegaba dos años después con Actor, el disco con el que comenzaba a abrazar la teatralidad, con melodías maravillosas y un sonido como de película de Disney pero dirigida por John Carpenter, algo así como el sueño de Tim Burton, como bien ejemplificaba el magnífico arranque con The Strangers.
Pero si esos dos discos ya eran notables todo mejora a partir de Strange Mercy, el disco que la convierte, con toda justicia, en una de las niñas mimadas de la crítica internacional. Aquí perfeccionaba la fórmula de música arriesgada y angular junto a melodías inolvidables en canciones como “Cruel”, la mejor hasta esa fecha, “Cheerleader” o la propia canción titular, donde demostraba que es una de las pocas guitarristas de los últimos años con un sonido totalmente propio.
Luego llegó uno de sus sueños hechos realidad, una colaboración con uno de sus referentes, David Byrne, el ex líder de Talking Heads. Su disco conjunto, Love This Giant, dejó fascinado a un Byrne que declaró A pesar de haber estado de gira con ella durante casi un año, no creo conocerla mucho mejor, al menos no a nivel personal… El misterio no es algo malo para una mujer (o un hombre) joven, hermosa y con talento. Y lo hace sin parecer distante o huraña.
La gira con Byrne la recargó creativamente y a las 36 horas de finalizarla ya estaba componiendo su disco homónimo, tal era la cantidad de ideas y melodías que tenía en la cabeza. Los ecos de su colaboración con Byrne se podían escuchar en una de sus mejores canciones, “Digital Witness”, con sus vientos y su energía angular. Esos mismos ecos, en concreto de los Talking Heads, también se pueden escuchar en “Psycopath” pero St. Vincent iba mucho más allá de sus influencias.
El disco era una suma perfecta entre experimentación y melodías pop. Donde “Birth In Reverse” sonaba caótica y a la vez accesible, “Prince Johnny” llevaba una de sus mejores melodías, una que podría estar escrita en los mejores días del doo wop, y que trataba sobre un amigo homosexual que volvería a aparecer en una de las canciones de Masseduction.” Huey Newton”, por su parte, comenzaba de manera calmada para romperse en un tremendo riff en su brutal segunda parte.
Líricamente se planteaba como una reflexión sobre el siglo XXI. ¿Qué sentido tiene hacer algo? Si no lo comparto, no puedes verme cantaba en “Digital Witness”, una perfecta alegoría de estos tiempos de likes y fotos de comida, en los que la gente parece más preocupada en compartir lo que está haciendo que en disfrutarlo.
La enorme confianza de Clark en su cuarto disco se notaba desde la portada, en la que posaba cual diva futurista, hasta el sencillo título, St. Vincent. Era una clara declaración de principios, esto es lo que soy y esto es lo que hago. Fue uno de los grandes discos de 2014.
Pero en 2017 llegaba una nueva transformación, esta vez volvía como dominatrix en el manicomio que se estaba convirtiendo el mundo, con Masseduction. Un disco en el que su vida privada, por primera vez, se colaba en la promoción del mismo, debido a la repercusión en los tabloides de su ruptura con la modelo y actriz Cara Delevingne. Las personales letras se diluían en las cientos de capas pop cortesía del productor estrella Jack Antonoff, con las guitarras perdiendo peso frente a los sintetizadores, siendo este el disco más ‘diva pop’ de su carrera, sin perder por ello su sonido o comprometer su talento.
Eso sí, aquí estaban algunas de las mejores canciones de su carrera como la bella “New York”, a medio camino entre canción de ruptura y tributo a su ciudad de acogida, el homenaje al amor por la cirugía de “Los Ageless”, la emocionante “Happy Birthday, Johnny”, el pop barroco de “Slow Disco” (que también funcionaba como himno bailable en su versión “Fast Slow Disco”) o el escalofriante final con “Smoking Section”, que demostraba que el corazón del disco estaba en sus medios tiempo, como bien definiría esa versión de las canciones al piano en MassEducation.
St. Vincent quedaba en ese 2017 como la discípula aventajada de dos de los gigantes que se llevó el maldito 2016, Prince y Bowie, siendo probablemente la única artista que haya podido tocar con Nirvana en su inclusión en el Rock & Roll Hall Of Fame, tocando y cantando con ellos “Lithium”, además de participar en el concierto homenaje a Prince tocando y cantando, junto a Sheila E, “Controversy”, demostrando que su estilo a la guitarra es tan inimitable como su música.
Hasta ahora su última reinvención ha sido como decadente estrella de la factoría Warhol en Daddy’s Home, un disco marcado por la vuelta a casa de su padre tras pasar diez años en prisión por un fraude económico. Era 2021 y Annie Clark desempolvaba la colección de discos de su padre, (Songs In The Key Of Life, Dar Side Of The Moon, There’s A Riot Goin’ On, Pretzel Logic o Young Americans) recreando esos sonidos desde su punto de vista personal, tendiendo puentes entre los primeros 70 y la actualidad. Un disco ‘retro’ con un toque íntimo en el que se encuentran grandes canciones como el guiño a “Fame” de “Pay Your Way in Pain”, el repaso a sus heroínas, como Joni Mitchell o Nina Simone, en “The Melting of the Sun” o la preciosa “…At The Holiday Party”.
Quedamos a la espera del nuevo c-c-c-c-cambio.
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