Alguien ha empujado a la muchacha que me ha tirado el bourbon mientras disfruto del concierto de The Lemon Twigs, (junto con los neoyorkinos Bodega, mi directo preferido del año). El líquido color caramelo y los hielos, y esos trozos de cristal diminutos casi invisibles que se habrán desprendido del cuello del vaso con el impacto, se deslizan por la barra como un río anegando codos a su paso y la sensación, inmediata, frívola y terrible de revivir algo doloroso en la metáfora me conduce (vete a saber por qué ocurren tales cosas) al repaso cultural del año.
Entre los muertos de la DANA y la victoria de Trump como muerte de la razón, entre las decenas de miles de asesinatos en Palestina como respuesta a los asesinatos de Hamas y la propia muerte de mi gato y de mi madre, ¿qué calificativo debo reservar para esta mortífera vuelta de la Tierra alrededor del sol?
Suena «In My Head» y en mi cabeza resuena una entrevista con Hartmut Rosa, probablemente el frontman más sosainas y bienpensante de la cuarta generación de la Escuela de Frankfurt cuya resonancia me parece a la vez hermosa y naïve. El sociólogo acierta sin embargo en dos cositas que empiezan con la letrita «c» y con la letrita «g» y que permean el estrato cultural del año que termina. «Contradicción», ese término querido a Daniel Bell, es la primera porque este es un año de contradicciones: la izquierda y el feminismo esencializan la raza y el género en una siniestra simetría con los usos más rancios del machismo y la derecha reaccionaria. El movimiento poscolonial reclama «personas de color» (sic) y no especifican (para qué) si de directora o encargado de sala. ¿Pero no resolvimos que el color y el sexo no importaban?
«Giro» es el otro nombre ineludible: voltereta, cambio, inversión. Es lo que sucede con la visión del tiempo, ése donde antes la izquierda política proyectaba un río de progreso (vaya, otro río) que desembocaría a base de planificación y sacrificio en la liberación y el bienestar de la humanidad. Ahora el tiempo acelerado, el tiempo sin medida (la disponibilidad las 24 horas del día, los 7 días, etc.), el tiempo mejorado y la mejora contínua en el tiempo es el lema de la derecha con su espíritu predatorio y su corazón de capital, ese que encadena, con sonrisas y vacua positividad, nuestras vidas en la rueda ratonil del crecimiento y la productividad. Eva Illouz con sus diatribas contra el capitalismo emocional ha sido otra de mis agarraderas sociológicas de 2024.
Que el mismo camarero que se ha apresurado a reponerme la copa me pregunte si le pago con tarjeta o efectivo (en lugar de ofrecerme una servilleta, regalármela y pedirme perdón por el caos o por reventar el aforo) remueve en mi corazón una charla en el Club El por qué de las cosas sociales cuando el investigador del CSIC David Barberá dedica una tarde a explicar con palabras sabias La construcción social de la realidad, el clásico de Berger y Luckmann. Otro momentazo del año. Reificación: tantos congéneres tienen a las normas y a las instituciones que un momento crearon concretos seres humanos, como entes de vida propia que siempre estuvieron allí. Otro giro: antes la conciencia de la artificialidad suponía un poderoso argumento de las fuerzas del progreso frente a conservadores amantes de los privilegios heredados (por nacimiento, origen divino, etc.) y la tradición –en esa línea, todavía Thomas Piketty insiste en que entendamos la desigualdad como otra construcción histórica y social a desmantelar–.
Pero el mundo gira y 2024 gira todavía más: ¿no pasa ahora, en los siniestros think tanks de la Ilustración oscura, con sus spin doctors medio listos, que esa misma conciencia auto-poiética (la de que todo es construido) es la coartada para deshacer avances en la igualdad o en el bienestar en nombre del nihilismo, en nombre de las criptomonedas (recomiendo el libro de López Menacho al respecto), en nombre de la libertad anarcoliberal como liberación de mecanismos de contención civilizatoria y el libre acceso a Pornhub, etc. etc. deshacer, sí, toda una serie de hitos, logros y presupuestos del avance de la humanidad? Me refiero a su inquina no solo con la igualdad de la mujer, el medioambiente o los derechos elementales de refugio y de asilo sino a su aversión a la figura del profesional, a su odio a cualquier argumento que suene intelectual, a su cruzada fibrosa contra las tradiciones de saber que se acumulan en los libros y en la Universidad.
Libros: En el terreno literario mis dos libros del año son Minimosca de Gustavo Faverón y La conejera de Tess Gunty que ganó el Booker en 2022. La gira por España del autor de Vivir abajo o de ensayos tan sugerentes como El orden del Aleph de cuya fascinante disección de Borges y el horror atómico hablamos en su día aquí fue un acontecimiento cultural. Lo celebramos en Librería Ramón Llull (València). En ensayo elijo Temporada de brujas: El libro del rock gótico de Cathi Unsworth publicado en Contra.
El ciclo 20 años Candaya (haciendo del margen un lugar) en 20 ciudades de España está a punto de terminar y la fiesta en la Plaça Navas y en la sede de la editorial supuso un acontecimiento intenso con momentos mágicos y cruces interminables con editores, amigos, colegas, poetas olvidados, traductores de lujo y autoras estupendas; además jugamos un partido, nos acordamos de Paco Robles. Todo fue bien.
También destaco el Festival de los Libros Incorrectos que los de la escuela de escritura Selecta (Bárbara Blasco y Kike Parra) celebraron en Villafranca del Cid con Luna Miguel, Ernesto Castro, Fernanda García Lao y muchas escritoras de bien; la mejor exposición que vi en 2024 fue Suburbia (la creación de un imaginario universal) de la que Marc Muñoz habló aquí. Entre lo distinto-mejor llamo la atención sobre el nuevo experimento literario de David Pascual, Dinosaurio, editado por Colectivo Bruxista con su perturbadora originalidad y su amor por los niños que sufren everywhere. Pago la copa. Mi mente excursiona en otra zona. Uno de los paseos más emocionantes del año lo dimos por Coney Island en Anora, la meritoria comedia romántica de Sean Baker. Para mi monstruoso gusto, la cima de lo sublime ficcional fue ponerme en los zapatos —como diría Scott Fitzgerald, el autor del rótulo de este blog— del asesino del slasher más fresco en mucho tiempo, In a Violent Nature del prometedor Chris Nasch. Lo dijo perfectamente Sergi Sánchez: una mezcla entre Viernes 13 y el Gerry de Gus van Sant.
También coincido con Cahiers du Cinema en que La trampa de Shyamalan es una gozada incluible en la lista de las diez del año. Lo mismo que tengo a Volveréis, de Jonás Trueba, como una de las películas más bonitas y sospecho que su visionado además de empujar a la lectura de Kierkegaard tiene el efecto indirecto de bajar el número de separaciones y divorcios. Entre las mejores de 2024 incluyo Bird de Andrea Arnold y Emilia Pérez del gran Jacques Audiard.
A mí Longlegs me decepcionó, pero reconozco que tiene uno de los mejores paratextos del año, empezando por un póster que ya ha creado escuela. Mi sensación personal con La sustancia (Coralie Fargeat) fue desde el principio un déjà vu presentado no como tragedia sino como farsa. La trilogía de Ti West con Mia Goth cerró alto con MaXXXine. De mi género preferido me quedo con Late Night With the Devil (Cainers) y con la argentina Cuando acecha la maldad de Demián Rugna, aunque sé que ambas se estrenaron en Sitges en 2023. Por terminar con las mejores películas del año señalo Love Lies Bleeding de Rose Glass, El mal no existe de Ryusuke Hamaguchi y el inteligente film de Jonathan Glazer (también de 2023) La zona de interés.
Celebramos el centenario de Sidney Lumet escribiendo sobre el autor de Serpico y Doce hombres sin piedad (con uno de los personajes morales más importantes del cine de juicios: el jurado número ocho interpretado por Henry Fonda) y sobre su manual de referencia (Así se hacen las películas) a partir de una de sus obras menos valoradas o conocidas: El príncipe de la ciudad.
Como presa de los raptos éticos del gran Lumet, de pronto reparo en que toda revolución comienza con un gesto y me esfuerzo por explicar al personal de la barra donde sige sonando The Lemon Twigs y donde aún gotea sobre mis TUK el líquido color caramelo que no es justo que un cliente tenga que pagar por una copa que ni siquiera ha bebido, que no ha tirado etc. y que el mundo está mal porque la gente muere y porque la peña solo ve su parcela hipersubjetiva reforzada, victimista y desinformada y desdeña el conocimiento global e insisto en que aunque la responsabilidad se diluye en la cadena de empujones de ese barrizal en que se ha convertido la vida cultural, política y social ahora necesito que ellos, ahora mismo, no me miren como si estuviera loco sino que me pongan rápidamente otro bourbon y esta vez no me lo hagan pagar.
Hermosos: gestos solidarios de la sociedad civil.
Malditas: repeticiones ad nauseam del “y tú más”.
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