No deja de resultar curiosa la figura del productor Ryan Murphy, convertido en una de las piezas más importantes del espectáculo televisivo del siglo XXI a partir de una carrera inclasificable que le ha llevado a producir desde un revival ochentero como Glee (2009-2015), hasta una pequeña enciclopedia de lugares comunes del terror como era la extraordinaria American Horror Story (2011-2022), pasando por una reinvención en clave tremendista del formato de teleserie ambientado en el mundo médico que era Nip/Tuck, a golpe de bisturí (Nip/Tuck, 2003-2010).
De su polifacética carrera me interesa muchísimo la parte más oscura, ese empeño suyo en retratar los terrores más profundos de los Estados Unidos, terrores unidos habitualmente a lo paranormal, a lo inexplicable. American Horror Story, o la reciente Dahmer. Monstruo: La historia de Jeffrey Dahmer (Dahmer. Monster: The Jeffrey Dahmer Story, 2022), son series que construyen una bizarra e inquietante visión de América, a partir de leyendas urbanas, de asesinos en serie, monstruos innombrables, y personajes malignos.
Murphy escarba en esos mitos y leyendas para proponer un país en el que nadie puede estar seguro en ninguna parte, ni en la ciudad ni en el campo, ni en casa ni en la calle ni en un hotel. Tal y como otros grandes hicieron antes que él: Tobe Hooper con La matanza de Texas (The Texas Chain Saw Massacre, 1974) fue probablemente el primer gran director de cine que se empeñó en destruir América del Norte utilizando a esa inmortal familia de matarifes que, como muchas de las propuestas de Murphy, no dejaba de ser una visión crítica de la imagen hipócrita y falsa que proyectaba la sociedad de su país.
La serie se mueve con pericia en su primera mitad dentro de los márgenes del fantástico… sin realmente llegar a pisarlo nunca del todo.
Con Vigilante (The Watcher, 2022), Murphy acomete una pirueta de riesgo mayúsculo: hacer pasar por fantástico algo que no lo es. La miniserie propone una historia que comienza con el consabido rótulo “basada en hechos reales”, pero la sombra de Murphy es alargada: todo indica que nos la está jugando. Una familia se muda a su nueva casa en las afueras de la gran ciudad buscando la paz para encontrar de todo excepto, precisamente, paz: vecinos de comportamientos extraños y misteriosos, muertes inesperadas, figuras en segundo plano que pasan por la casa de manera inadvertida para los protagonistas, hechos macabros que parecen repetirse en la casa, e incluso una visita de alguien que podría ser, parece ser, un fantasma.
La serie se mueve con pericia en su primera mitad dentro de los márgenes del fantástico… sin realmente llegar a pisarlo nunca del todo. Y esa es la clave, porque después de dibujar un paradigma muy cercano al de las casas encantadas, pero sin apuntar directamente en esa dirección, Vigilante revela en la segunda mitad de su recorrido sus verdaderas cartas, y toma una forma definitiva que no es la del género de terror, ni el fantástico.
Es más bien un thriller de misterio en el que lo importante es la apariencia de paranormal que tienen personajes y hechos absolutamente explicables desde un punto de vista racional. Y así, proponiendo un relato que se revela finalmente más deudor de Bret Easton Ellis que de Stephen King, Vigilante acaba encajando de manera admirable en esa idea de la América bajo el terror que recorre buena parte de la filmografía murphyana: otro retrato de la inseguridad en el sacrosanto hogar estadounidense, el castillo de la tranquilidad que, al ser violado, expresa de manera elocuente lo que supone vivir en aquel país.
Un retrato en el que, como es habitual en los productos de Murphy, el apartado interpretativo brilla con luz propia. La pareja protagonista está interpretada por Bobby Cannavale y Naomi Watts, dos rostros que definen de maravilla al americano medio, ese que lucha por pertenecer a una clase media quizás ya aniquilada por la crisis de 2008. en un apunte socio-económico que la serie no se ahorra.
Sorprendente es, en cambio, la aparición de Mia Farrow interpretando a uno de los (peculiares, por decirlo de alguna forma) vecinos de los protagonistas. Su fragilidad física, que con la edad se ha tornado casi espectral, subraya el componente (pseudo) fantástico que envuelve la historia, y hasta le sirve a Murphy para parafrasear uno de los cuadros más famosos de la historia reciente norteamericana, el American Gothic (1930) de Grant Wood: los personajes de Pearl Winslow (Farrow) y Jasper Winslow (Terry Kinney) recuerdan mucho a la pareja de ese cuadro, incluso Jasper aparece con una horca. La cita no es casual: el cuadro, una sátira del mundo rural americano, no deja de resultar inquietante en tanto que inescrutables son los rostros de los dos personajes retratados (padre e hija).
En Vigilante, pues, el terror no proviene de lo sobrenatural, pero sí de lo desconocido, de la desconfianza. Y aunque no tenga nada de fantástica, la conclusión de la serie revela un poso ciertamente perturbador: existen cosas en esta vida que ocurren, que pasan a nuestro alrededor sin explicación aparente, y que es imposible resolver. Justo la idea que plantea uno de los personajes principales, el de la detective Theodora Birch, en esos compases finales de la serie: un misterio sin resolver es una puerta a la locura.
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