Rape & revenge: subgénero de películas exploitation que generalmente siguen la misma estructura en tres actos. En el primero, un personaje (típicamente femenino) es violado y abandonado o dado por muerto. En el segundo acto, el personaje sobrevive y/o se rehabilita. En el último acto se produce la venganza sobre sus violadores.
Es muy probable que los orígenes de tan poco edificante sub-género cinematográfico se deban nada más y nada menos que a Ingmar Bergman. Fue en 1960 cuando el célebre director sueco establecía, seguramente sin quererlo, las bases de este género con El manantial de la doncella, en la que una joven virgen es violada y asesinada y, posteriormente, por una casualidad del destino, sus violadores acaban pidiendo refugio y comida en la casa de los padres de la chica, quienes, al conocer lo que han hecho con su hija, no pueden evitar asesinarlos.
No será sin embargo hasta la década de los años 70 cuando el rape & revenge tome la forma definitiva en la que, con mayores o menores variaciones, nos ha llegado hasta hoy en día. Lo hizo gracias a las dos películas canónicas del género: La última casa a la izquierda (Wes Craven, 1972), que calcaba prácticamente el argumento de El manantial de la doncella, y sobre todo La violencia del sexo (Meir Zarchi, 1978), en la que la chica era quien directamente asesinaba a sus violadores. La polvareda de prohibiciones que arrastró en diversos países, y las amputaciones que sufrió la cinta en muchos de los mercados donde sí llegó a estrenarse, la han convertido en una película de culto que le perjudica más que le beneficia: si hoy en día alguien la rescata movido por la curiosidad, lo que se va a encontrar es una serie B bastante limitada técnicamente, nada prodigiosa en lo relativo a interpretaciones, y descaradamente orientada a provocar el shock en el espectador, sin mayores contemplaciones, sacrificando para ello cualquier asomo de solidez argumental o narrativa.
Desde entonces, la lista de películas que se han abonado al rape & revenge no ha hecho más que engordar, a veces incluso con resultados más o menos óptimos, como por ejemplo I Spit on Your Grave (Steven R. Monroe, 2010), remake de La violencia del sexo que recuperaba el título con el que se reestrenó la cinta de Zarchi en 1980, Escupiré sobre tu tumba, mucho más apropiado, teniendo en cuenta el argumento, que el original El día de la mujer. Pero mejores o peores las películas, la verdad es que el género se ha movido hasta hoy dentro de unos márgenes bastante limitados por la misma propuesta: tú violas, yo te mato.
Revenge es un fuck you off dirigido a la industria cinematográfica que no se ha preocupado demasiado por facilitar el acceso de la mujer (y de su punto de vista) a este tipo de productos.
No es que Revenge (Coralie Fargeat, 2017) no siga esa misma estructura. De hecho, los tres actos inherentes al género se repiten aquí con matemática precisión. Hay sin embargo en esta película algunos detalles que, examinados con calma, revelan un cierto distanciamiento de los preceptos clásicos del rape & revenge.
El primer detalle, y no es precisamente el menor, es que la persona que ha escrito y ha dirigido la película es una mujer. No abundan precisamente las películas de estas características firmadas por mujeres. En un género, pues, dominado casi exclusivamente por los hombres, la irrupción de una mujer con un producto de esta contundencia (de ello hablaré después) no puede entenderse sino como un fuck you off dirigido a la industria cinematográfica que no se ha preocupado demasiado por facilitar el acceso de la mujer (y de su punto de vista) a este tipo de productos.
Que la mente que ha orquestado Revenge sea la de una mujer sirve, además, para darle bien fuerte en los morros a ese ala derechoide, retrógada y, en ocasiones, hasta fascista de la sociedad moderna que desde el principio ha acusado al rape & revenge de machismo o incluso de fomentar la violencia contra las mujeres. Es esa zona oscura en la que habitan monstruos del neandertal como los que han conseguido que Disney despida a James Gunn de la tercera parte de Guardianes de la galaxia, o en la que habitan los medios de comunicación neocon cabreados con todo lo que implicó la revolución contracultural de los años 60 –y que destacan, cada vez que alguien comete algún acto malévolo, que ese alguien era adicto a los videojuegos o al cine de terror.
Otra pista de que no estamos ante un rape & revenge más la encontramos en la exquisita formalidad de la película. Casi parece dirigida por Stanley Kubrick. Cada plano tiene un significado, cada momento tiene su razón de ser, cada espacio es mostrado con sobriedad y claridad expositiva. La extraordinaria elegancia visual es, desde el minuto uno, una senda que Revenge no abandona hasta el final, haciendo gala de ella incluso en los momentos más sangrientos. Una apuesta por la belleza formal que no es nada frecuente en el género, que colisiona de manera frontal además con el carácter vil y obsceno de lo que cuenta. Sí, en efecto, se pueden rodar planos llenos de sangre por todas partes que sean de una belleza estética incuestionable. En Revenge hay unos cuantos.
Por último, otro asunto bastante peculiar en esta película atañe a ciertas decisiones argumentales. La primera y más obvia de ellas es la de apenas mostrar el abuso sobre la mujer, cuando precisamente una de las razones de ser del género es el morbo inherente a ese preciso momento. Pero hay otra igual o más importante, y que básicamente se concentra en el segundo acto, el de la recuperación/rehabilitación de la víctima.
Al final de primer acto, la desafortunada protagonista ha caído por un precipicio y ha quedado empalada en un árbol. Sus violadores la dan por muerta. En realidad, la película la da también por muerta, con ese plano impresionante del empalamiento y el cuerpo totalmente inmóvil.
Pero lo siguiente que vemos es a los protagonistas quemando las ropas de la chica. El fuego, que sirve a los violadores para limpiar su delito, será poco después el que devuelva a la vida a la (aún viva) chica, que consigue zafarse de su trampa mortal provocando un incendio en el árbol que la retiene. El fuego como purificador de pecados, pero también como medio de volver a la vida, es un símbolo de una profundidad rara vez expresada en este tipo de películas, y abre el rape & revenge a significados bastante más complejos de los que hasta ahora se habían esbozado en el género. La venganza se urde en esta ocasión directamente desde el más allá, desde la muerte, y es que la comparación con el Ave Fénix que resurge de sus cenizas es obvia y la película la explicita en el momento en el que, para cauterizar la herida provocada por el empalamiento, la chica utiliza una lata de cerveza que le deja marcada en el vientre un ave de dimensiones formidables.
Es por todo esto que el tercer acto, el de la venganza, adquiere unos tintes definitivamente sobrenaturales que hacen de Revenge un punto y aparte en el género. Ya no se trata de una mujer violada infringiendo las torturas más crueles sobre sus violadores, que es a lo que el género nos ha tenido acostumbrados. Se trata de un castigo divino cuyo brazo ejecutor es la propia víctima del crimen. La dimensión costumbrista, ya sea urbanita o campestre, que es típica del género, se vuelve aquí sobrenatural y profundamente alegórica. La película ya había lanzado algún indicio simbólico, el más evidente de todos con el empalamiento de la chica: la figura fálica del trozo de árbol que atraviesa su vientre remite a una atávica dominación patriarcal del pene sobre la vagina, dominación que a menudo acaba en muerte y que simboliza perfectamente ese miembro ensangrentado que atraviesa a la protagonista.
El simbolismo se manifiesta definitivamente, de manera brutal y descarnada, en el enfrentamiento final entre hombre y mujer, cuerpo a cuerpo y ambos cubiertos hasta las cejas de sangre. El pasado patriarcal luchando contra su extinción en un mundo donde ya no tiene (o no debería tener) su espacio, la dominación del macho alfa peleando por sobrevivir en una sociedad cada vez más concienciada, cada vez más preocupada por la igualdad de género. La confrontación definitiva entre un modelo social anacrónico, arcaico, y un nuevo orden más feminista, más igualitario. La lucha total entre el pasado y el presente, lo viejo (y rancio) y lo nuevo (y justo).
Solo por esta lectura simbólica, Revenge escapa en cierta medida del género al que pertenece. Son detalles casi imperceptibles durante el visionado, detalles que pueden pasar inadvertidos porque, a grandes rasgos, la película sigue los patrones formulados por el género en los años 70. Pero los detalles están ahí para el que quiera buscarlos y para el que quiera darse cuenta de que no estamos ante un rape & revenge más.
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