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Reivindicando a Terence Trent D’Arby, el hombre que pudo ser rey

En Música 31 marzo, 2021

Sergio Ariza

Sergio Ariza

PERFIL

Este artículo comienza cuando a finales del año pasado escuché el nuevo disco de los Avalanches y volví a oír una voz familiar que tenía olvidada. Se trataba de la voz de Sananda Maitreya, un hombre al que antes conocíamos como Terence Trent D’Arby. Al segundo de volver a escucharla, me pregunté ¿cómo coño nos hemos olvidado de este tipo? En breve estaba deleitándome escuchando sus tres primeros discos.

A pesar de que vendió millones de copias, tenía una voz como la de Sam Cooke, la musicalidad de Prince, se movía como James Brown y estaba más bueno que cualquiera de ellos, D’Arby había pasado al anonimato más absoluto. Era alguien que sería increíble como bailarín, si solo supiera bailar, como modelo, si solo tuviera físico, o como cantante, su voz puede ser considerada como el cruce perfecto entre Sam Cooke y Jackie Wilson (al que, por cierto, interpretó en la olvidable película de 1999 Shake, Rattle and Roll: An American Love Story) pero él era el pack completo, un tipo que cualquiera con ojos y oídos sabía que iba a ser una gran estrella, algo que durante un breve periodo fue.

Pero más allá de ver qué llevó a un tipo con estas condiciones a ser prácticamente olvidado, me interesaba mucho más reivindicar a un músico que merece ser recordado como uno de los más grandes de su generación, alguien que se ganó el respeto de gente como Brian Wilson, Prince, Bruce Springsteen o Smokey Robinson, y dejó huella en generaciones posteriores. A esto también me empujó encontrarme con una de esas listas que se hicieron durante la cuarentena del año pasado. Se trataba de una lista de 100 grandes discos, pero no la elaboraba un cualquiera, sino posiblemente el tipo con mejor gusto musical de los últimos años, el batería, miembro de The Roots y figura fundamental de los Soulquarians, Questlove.

Era una lista muy especial, en la que se mezclaban clásicos incontestables, como el Kid A de Radiohead, el Revolver de los Beatles, el Back To Black de Amy Winehouse, el Remain in Light de Talking Heads, el Talking Book  de Stevie Wonder, el Electric Ladyland de la Jimi Hendrix Experience, el A Love Supreme de John Coltrane, el Pet Sounds de los Beach Boys, el Paul’s Boutique de Beastie Boys, el There’s a Riot Going on de Sly & The Family Stone, el Thriller de Michael Jackson, el 1999 de Prince o el It Takes A Nation Of Millions To Hold Us Back de Public Enemy, con joyas más escondidas como el Kiko de Los Lobos, el Straight Uut The Jungle de Jungle Brothers o el Neither Fish Nor Flesh de Terence Trent D’Arby, que era, curiosamente, el disco que abría la lista.

Esto me llevó a pensar en que, a pesar de haber desaparecido hace tiempo, la huella musical de D’Arby es más amplia de lo que se cree, el hecho de que Questlove, una de las figuras más influyentes del movimiento neo soul, le tuviera en tanta estima me llevó a ver que aquel género tuvo en Terence Trent D’Arby uno de sus principales antecedentes. D’Angelo, el líder de todo aquello, se hacía el “Wishing Well” en directo, su huella está por todo el Urban Hang Suite de Maxwell e, incluso, en “The Seed 2.0”, una de las mejores canciones de los Roots, la voz de Cody Chesnutt suena totalmente influida por D’Arby.

Así que comenzaré por el principio, cuando este neoyorquino que no llegó a conocer nunca a su padre y cuya madre, devota de la religión, le dejó claro desde el principio que su nacimiento había sido un error y tuvo que competir por su amor con Jesucristo; se enroló en el ejército y dejó los EEUU, donde había sufrido racismo entre los chicos blancos, pero también entre los negros, debido a su piel clara.

Su destino fue Frankfurt, Alemania, y tras dejar el ejército por baja deshonrosa, se metió en una banda funk llamada The Touch y entró en contacto con Frank Farian, el productor detrás del éxito de Boney M, que quedó bastante impresionado con D’Arby. Aun así, todavía no había alcanzado la madurez como compositor, a pesar de que su voz y su imagen ya estaban allí (Farian tardaría cuatro años en unirlas de nuevo con Milli Vanilli, pero de eso ya hablaremos más adelante).

El caso es que se marchó a Londres y, tras un tiempo, comenzó a grabar varias maquetas que llegaron a los oídos de Martyn Ware, ex miembro de The Human League y Heaven 17. Cuando escuchó la maqueta no se podía creer lo buena que era la voz, pero cuando conoció al dueño de esa voz, no se podía creer lo que tenía entre manos. No había calle de Londres por la que pasasen en la que alguien no se girara suspirando por D’Arby, ya fuera mujer u hombre. Estaba convencido que tenía un éxito entre las manos cuando comenzó a grabar su debut.

Y es que el disco de debut de D’Arby es un pepinazo en toda regla, un disco cuyas cinco primeras canciones podrían haber sido éxitos (tres de ellas lo fueron), “If You All Get to Heaven”, “If You Let Me Stay”, “Wishing Well”, “I’ll Never Turn My Back on You (Father’s Words)” y “Dance Little Sister”. La primera servía de introducción a su increíble voz, la segunda era puro soul con personalidad propia, la tercera una bomba que mezclaba funk y rock con poco más que la voz de D’Arby (doblada en ocasiones) sobre la batería y un gran trabajo de Ware en la producción, la cuarta jugueteaba con el reggae y demostraba que D’Arby también tenía mucha facilidad melódica, por último, la quinta era el acabose funk, una actualización de James Brown que era imposible no bailar y que contaba con un brillante solo de saxofón de Mel Collins, ex King Crimson.

Pero el caso es que el disco no terminaba allí, en la segunda cara estaba la balada sexy “Sign Your Name”, que se convertiría en el segundo mayor éxito del disco, y la espléndida versión del “Who’s Lovin’ You” de Smokey Robinson, que cerraba el disco con sobresaliente. D’Arby daba el do de pecho vocalmente y le robaba a su amado Michael Jackson (en su época de los Jackson 5) la versión definitiva de la misma.

El caso es que el disco salió y se convirtió en un éxito inmediato por toda Europa, mientras que Terence Trent D’Arby, que había estudiado los diarios musicales británicos mientras estaba en Alemania comenzaba a decir que era el disco más importante de la música pop desde el Sgt. Pepper’s de los Beatles. Al poco el disco irrumpía también en EEUU y “Wishing Well” llegaba al número uno de las listas estadounidenses, haciendo que llovieran las comparaciones  con las dos máximas estrellas negras de la época, Prince y Michael Jackson.

El genio de Minneapolis llamó incluso para felicitar a D’Arby, pero la estrella más importante del planeta se sintió amenazada por D’Arby y presionó a su compañía para que retiraran parte de su apoyo al recién llegado. Incluso llegó al punto de pedirle a su abogado, John Branca, que dejara a D’Arby como cliente. El caso es que aquello le debió doler bastante a un D’Arby que era un gran admirador de Jackson y todavía recordaba que en su infancia, con una madre que prohibía cualquier música que no fuera sagrada, escuchar la voz de Michael desde la pared del vecino era una de sus mayores alegrías.

Aun así, no fue Jackson el que acabó con su carrera, sino un cúmulo de circunstancias, entre ellas la aparición de varios dobles. Un año después de su brillante aparición, el productor Frank Farian ideó la fórmula mágica para forrarse, cogió a unos veteranos del R&B con unas excelentes voces y a dos modelos que parecían copias de Terence Trent D’Arby para dar la cara, de las canciones se encargaba él y para que no faltara ningún ingrediente en la mezcla, llamó a Mel Collins para que tocara el saxofón. La jugada le salió redonda, Milli Vanilli tuvo cinco sencillos entre los cinco primeros en las listas estadounidenses. Que el fraude se descubriera en diciembre de 1989, justo dos meses después de la aparición del segundo disco de Terence Trent D’Arby, tampoco le benefició. Sobre él siempre pesó la etiqueta de producto, era demasiado bueno para ser real. Por las mismas fechas apareció otro sex symbol con rastas que sí que le acabó robando mucha de su fama inicial, Lenny Kravitz, que sacó su primer disco, Let Love Rule, el 6 de septiembre de 1989.

Kravitz no tenía tanto talento, ni cantaba tan bien, pero físicamente era todavía más imponente y, además, para el público roquero era más auténtico, esto quiere decir que era una copia más evidente de sus modelos pasados. Si Terence Trent D’Arby logró un sonido propio, Kravitz en cambio parecía una mera copia de sus héroes, desde el sonido hasta las pintas. Así que entre los múltiples imitadores y productos parecidos que inundaban el mercado, y una larga ristra de periodistas musicales esperándole con el cuchillo entre los dientes, Neither Fish Nor Flesh (de título completo Neither Fish nor Flesh (A Soundtrack of Love, Faith, Hope & Destruction)) fue vapuleado desde el principio y vendió cinco veces menos que su debut.

Por si faltara poco, D’Arby había dejado fuera del disco una de las mejores canciones de su carrera, la emocionante “The Birth Of Maudie” que publicó en 1988 bajo el excéntrico seudónimo de The Incredible E.G. O’Reilly. La canción no aparecería oficialmente hasta 2002, cuando lo hizo en su Greatest Hits, lo cual es una pena porque es otra de esas canciones gigantescas que prueban su tremendo talento.

Además, por si Farian no le hubiera boicoteado lo suficiente, tres semanas antes de la aparición del disco publicó en su sello unas maquetas de D’Arby junto a The Touch, grabadas en Alemania en 1984. D’Arby ha intentado explicar muchas veces como sucedió todo, culpando a la industria, a su casa de discos, a Jackson… Pero creo que, como decía, el propio D’Arby se autosaboteó a sí mismo, no sé si consciente o inconscientemente, y no porque, como ha quedado escrito, el disco fuera autoindulgente y pretencioso, porque a mi entender es un disco maravilloso que aguanta las comparaciones con su debut, y puede que hasta le supere, siendo un disco más ambicioso.

El caso es que creo que D’Arby sabía que era medio imposible superar el éxito de Introducing… y prefirió un cataclismo comercial a una suave derrota. Solo así se explica que decidiera no publicar ningún sencillo de adelanto, que publicara el disco en el competitivo mercado navideño y que, además, decidiera secuenciar el disco de esa manera. Y es que Neither Fish Nor Flesh es uno de los discos con uno de los inicios más exigentes de la historia. Comienza con segundos de silencio hasta que va apareciendo una leve distorsión psicodélica que deja paso a un recitado de D’Arby diciendo cosas como … Así que no soy tu perla, a esto me he resignado, pero para el mundo exterior no seré definido, porque no soy ni pescado… ni carne. Por si faltara poco, a esta introducción le sigue una canción en la que casi no hay instrumentación, apenas un arpa, con la voz de D’Arby en primer plano cantando sobre tener fe en estos desolados tiempos. Ni rastro de funk, de invitación al baile, ni de nada parecido. No es una canción mala por ningún lado, su voz es absolutamente desgarradora, pero está muy lejos de cualquier tipo de comercialidad, ni siquiera cuando entra la percusión hay nada a lo que aquellos que estaban aquí esperando un “Wishing Well” o “Dance Little Sister” pudieran agarrarse.

Pero es que la tercera canción comienza con unas cuerdas psicodélicas y no sube el tempo ni un mínimo. Se titula “It Feels So Good to Love Someone Like You” pero, a pesar de eso, está a años luz de la sensualidad de “Sign Your Name”, con sitares y cuerdas evocando, esta vez sí, al Sgt. Pepper’s o al Pet Sounds de los Beach Boys. Para cuando comienzan los coros de la maravillosa “To Know Someone Deeply Is to Know Someone Softly” parece que D’Arby va a ofrecer un respiro al oyente, pero esos acordes de piano y ese bajo tan jazz, dejan claro que esto está lejos de ser un rompepistas. A pesar de que es una gran canción, D’Arby ha ocupado el primer cuarto de hora de su disco con medios tiempos y baladas, puede que algunos de los más impacientes no llegaran a pasar de aquí.

Craso error, y no lo digo porque ese inicio no sea bastante bueno de por sí, si uno sabe lo que le espera, sino porque lo que llega a continuación puede ser lo mejor de la increíble obra de este artista. Primero llega “I’ll Be Alright”, un tema que, como el disco, se hace esperar, con una larga introducción vocal, junto a un humeante órgano que dan paso a una explosión soul, con una de las mejores voces de todos los tiempos (no exagero lo más mínimo) arropada por unos vientos maravillosos. Vuelve a sonar eufórico cantando lo que parece una declaración de intenciones para el resto de su carrera. Sam Cooke daría su sello de aprobación y Otis también.

La primera cara llegaba a su fin con la deliciosa “Billy Don’t Fall”, que sería publicada como tercer sencillo del disco en 1990. Se trataba de una gran canción con una letra un poco naif sobre un amigo homosexual que contrae el SIDA. A pesar de que a día de hoy ese estribillo en el que le advierte que no se enamore de él puede sonar a declaración de heterosexualidad, que en 1989 una estrella de su calibre diera voz a un enfermo de SIDA, antes de que salieran a la luz los casos de Magic Johnson o de Freddie Mercury, cuando todavía eran vistos casi como apestados, dice mucho a su favor.

Y luego está la maravillosa segunda cara de este disco que se abría con una de las grandes canciones de su carrera, “This Side Of Love”, en la que rock, soul y psicodelia se dan la mano en un tema en el que Hendrix se mezcla con Sly & The Family Stone, todo ello pasado por el potente filtro de la voz de D’Arby. De haberse publicado como sencillo, podría haber sido un éxito, aunque es evidente que no buscaba serlo. Luego llega el FUNK con la imparable “Attracted To You”, una canción que esta vez sí que recuerda a los momentos más bailables de Introducing, aunque con un tono más rock. La cosa no para con el funk psicodélico de Roly Poly, en la que se puede apreciar la huella de Prince.

La fiesta funk continúa con esa especie de jam a lo James Brown que es “You Will Pay Tomorrow”, con guitarras pasadas por wah y otra gran interpretación vocal por parte de D’Arby, que añade vientos y cuerdas para darle otra dimensión a la canción. El dúo final de canciones es una especie de actualización del final de Introducing…, pero dándoles la vuelta, primero llega el guiño al soul clásico con “I Don’t Want to Bring Your Gods Down”, como si quisiera demostrar que también era capaz de componer su propio “Who’s Lovin’ You”. Como final deja a su voz acompañada únicamente por escalofriantes armonías vocales en “…And I Need to Be with Someone Tonight”, por si algún despistado de la primera cara hubiera decidido saltar a la última canción para comprobar que, efectivamente, D’Arby se había suicidado comercialmente.

El disco no pasó del puesto 12 en el Reino Unido ni llegó a estar entre los 50 primeros de las listas del Billboard, en EEUU, su carrera se desvaneció para siempre. Muchos la tomaron personalmente con él, como se puede ver en la reacción del público en una actuación de Bruce Springsteen en el Madison Square Garden en 1993, el Jefe invita al escenario a D’Arby que comienza a cantar a capella “I Have Faith In These Desolate Times”, es una interpretación escalofriante, una voz única dejándose el alma, pero aun así un grupo comienza a abuchear claramente lo que lleva a Springsteen a cabrearse y a tener que decir algo así como No hace falta que os recuerde que cada persona que subo al escenario es un invitado mío, hijos de puta desagradecidos. Para colmo, el concierto era un homenaje a Kristen Carr, la hija de 17 años del promotor de Springsteen cuyo cantante favorito era el propio D’Arby. En honor al Jefe hay que decir que, en vez de bajarle del escenario, se cantó con él ”Many Rivers To Cross”, con ovaciones del público, “Jole Blon” y el “Jumpin’ Jack Flash” de los Stones.

Era en la época en la que ya habría aparecido su tercer disco, el también maravilloso Symphony or Damn (de título completo, para no faltar a su kilométrica tendencia Terence Trent D’Arby’s Symphony or Damn* (*Exploring the Tension Inside the Sweetness). Casi cuatro años después del fracaso de Neither Fish nor Flesh, y cuando muchos ya no esperaban volver a oír hablar de él, D’Arby regresó con un disco que produjo cuatro sencillos entre los 20 primeros en el Reino Unido y que significó su regreso comercial en Europa.

Se podría ver a Symphony or Damn como el disco que D’Arby debería haber hecho después de Introducing… para seguir siendo una estrella, mezclando la ambición de Neither Fish con la instantaneidad de su debut. Esta vez D’Arby iba a por todas desde el principio, tras una mínima introducción, ardía Roma con la canción más rock de su carrera, la brutal “She Kissed Me”, que no sonaba tanto a refrito clásico sino a algo que podía escuchar la generación Grunge, luego llegaba el funk rock de “Do You Love Me Like You Say?”, con la que demostraba que había tenido los bien oídos abiertos al hip hop, mientras que en su dueto con Des’ree en “Delicate” encontraba la heredera perfecta para “Sign Your Name”.

Era su disco más variado y largo hasta esa fecha, sobrepasando la hora de duración, con el sonido más fuerte de su carrera, más guitarrero, como bien ejemplifican canciones como “Wet Your Lips”, “Neon Messiah”, “Castilian Blue” o “Succumb To Me”, pero el corazón del mismo volvía a llegar en su segunda cara cuando D’Arby bajaba las revoluciones, primero con esa maravilla llamada “Tension Inside The Sweetness/Frankie & Johnny”, que sirvió de banda sonora para la película de Al Pacino y Michelle Pfeiffer. La canción se abría con su voz cantando sobre cuerdas para dar paso a un tema soul pop con una maravillosa melodía en la que volvía a brillar, como el sol de mayo, su espléndida voz, lo mejor era un puente en falsete que daba paso a unos vientos que le acompañaban hasta el final.

El final del disco era un trío de baladas que se encuentran entre lo mejor de su carrera, primero llegaba mi favorita, la sensacional “I Still Love You”, una sencilla canción de amor capaz de partirte el alma y es que puede que Terence Trent D’Arby no sea un letrista especialmente fino, pero todo lo que no es capaz de expresar con las palabras lo hace con su prodigiosa garganta, como ocurría en las otras dos, “Seasons” y “Let Her Down Easy”.

Y es que en Symphony Or Damn había canciones que pueden considerarse adelantos a esa segunda ola de R&B progresivo de la segunda mitad del siglo XXI capitaneada por Frank Ocean, ¿no se puede ver en el minimalismo de “Seasons”, con su línea de guitarra y sus florituras vocales, un antecedente del Blonde? Lo mismo pasa con “Delicate” que parece un claro antecedente del dueto entre Janelle Monae y Miguel en “Prime Time”.

Le pude ver en directo ese mismo año, en el desaparecido Aqualung y confirmó en directo todo lo que sospechaba de él, que su voz no engañaba, tenía carisma y canciones, puede que la cabeza no estuviera muy bien amueblada, pero tampoco es que Prince o Michael Jackson sean ejemplos de una salud mental intachable. En 1995 publicó Vibrator, el primer resbalón artístico de su carrera, aun así contaba con canciones como la titular o la maravillosa “Holding Onto You”, donde juega levemente con un riff de Hendrix, aunque lo que construye es otro delirio soulero, con vientos y esa voz monumental derrochando poderío y clase.

Luego, ya medio olvidado, llegaría en 2001 su cambio de nombre a Sananda Francesco Maitreya, su establecimiento en Italia y la aparición de Wildcard, un disco en el que todavía utilizaba el nombre que le dio a conocer, pero que desecharía dos años más tarde cuando lo reeditara. El caso es que su debut como Sananda Maitreya era un disco notable que se abría con la excepcional “O Divina”, además de volver a demostrar su maestría en canciones como “Love Can You Hear Me” o, sobre todo, “What Shall I Do”, para un resultado notable.

Desde entonces, Sananda hace lo que le da la real gana, fuera de cualquier expectativa comercial, se autopublica un disco cada cinco o seis años y sigue viviendo bien gracias a los royalties de sus éxitos pasados, demostrando que no ha sido ningún estúpido. No parece tener ningún remordimiento por haber pasado a ser casi invisible para medios y público general. Hace poco acaba de publicar uno nuevo y vuelve a haber dos o tres canciones que hacen ver que lo sigue teniendo y unas cuantas que no pasarían el corte de sus mejores años, su voz ha envejecido bien y sigue siendo maravillosa, normal que los Avalanches decidieran recuperarla (por cierto su colaboración con los australianos también forma parte de su nueva obra).

El caso es que esto no es una ¿qué pasó con? de Terence Trent D’Arby sino una demanda para revaluar toda su obra y carrera, principalmente sus tres primeros gloriosos discos, y colocar a su creador en el lugar que le corresponde, como una de las figuras fundamentales de la música negra, uno de los nexos de unión entre Smokey Robinson y D’Angelo o Jackie Wilson y Janelle Monae.

Hubo un breve momento en el que D’Arby se codeó con otros de esos nexos, figuras legendarias como Prince y Michael Jackson y haríamos bien en recordar que, si bien su carrera estuvo lejos en cuanto reconocimiento popular, la música de D’Arby fue superior a la de ambos en el periodo que va de 1989 a 2001, aunque es evidente que no tiene ningún disco a la altura de un Sign O The Times, un Thriller o un Purple Rain. Así que creo que ha llegado el momento de actualizar las bases de reivindicar a un hombre que lo tuvo todo para reinar pero que, a pesar de que no lo hizo, tampoco desapareció sin dejar rastro. Puede que no fuera la segunda llegada de los Beatles, como él mismo llegó a reclamar, pero estuvo muy lejos de lograr el reconocimiento que se merecía.

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