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Música

Ay, esa E final…

En Vidas salvajes, Música 25 junio, 2014

Miguel Caamaño

Miguel Caamaño

PERFIL

La E final del apellido de Sam Cook(e) le emparenta con Marvin Gay(e) y eso le dota de un marchamo de leyenda de la música, una muerte a bocajarro y una condición de mujeriego que acabó por enterrarle. Sus vidas no pueden decirse que sean en paralelo, pero sin duda acabaron los dos con su cuerpo tendido en las baldosas frías de una desaparición repentina. Otro día hablaremos del autor de Sexual Healing, porque hoy es el turno de alguien que con sólo nueve años ya había formado su primer grupo de Gospel.

El Tío Sam reclutaba a negros, blancos e hispanos por igual, pero les sepultaba en guerras absurdas. Este Sam en el que hoy nos centramos te quería no para alistarte a filas, sino para envolverte en sus melodías sedosas. Fue de los primeros que hizo que otras filas (en este caso, las de los conciertos) no fueran exclusivas para los mayores, sino que se agolparan jovencitos y jovencitas llenas de líbido rebosante y deseos de Rhythm & Blues. Aunque el peaje previo fue estar seis años en una formación centrada en el Gospel: The Soul Stirrers. Sin embargo, Cooke quería más, quería no tener que trabajar de 9 a 5, quería hacer historia…y lo consiguió.

Su primer éxito, dulce (que no edulcorado), para todos los públicos, e incluso con un coro de mujeres blancas de acompañamiento, fue You send me, en el que dejó claro que la elegancia que portaba y desprendía nada tenía que ver con la anteriormente escuchada en otros intérpretes. La súplica de amor mezclada con lo sexy queda dibujada en la misma Wonderful World que años después escenifican Harrison Ford y Kelly Mcgillis en Único Testigo.

Si hubo algo que le caracterizó en vida fue su innata capacidad de seducción y su gusto por el flirteo extramatrimonial mientras que en su obra destacaríamos su intransferible y mágica utilización del melisma; esa capacidad de entonar varias notas en una sola sílaba influenció a tantos y tantos cantantes que podríamos estar hasta la próxima semana con esa lista. Pero era negro y eso hacía todo más difícil en aquella época.

Ed Sullivan, el omnipotente presentador de uno de los Shows más legendarios de la TV norteamericana, por ejemplo, le hizo el vacío e interrumpió una de sus actuaciones para dar paso a consejos comerciales. Por detalles como éste, y tal y como él mismo profetizó en su celebérrima A change is gonna come, tomó las riendas y creó su propia editora musical para así hacer que los afroamericanos ganasen posiciones en esa tortuosa carrera hacia la libertad.

En su sello, luego distribuido por la todopoderosa RCA, llegó a editar desde a su hermano L.C; hasta un tal Cassius Clay, otro de los emblemas de la citada carrera hacia la dignidad de raza. El cambio empezaba a fraguarse.

Aunque no sólo perseguía la libertad, los dólares y las faldas, Sam era también un ávido lector de historia negra, de Aristóteles…o del Playboy. Era su manera de trascender las canciones de amor y crecer como artista. Su prodigioso don era el alegato de libertad para una raza azotada por la cerrazón de tantos y tantos cafres sureños. Ha tardado mucho, mucho tiempo en llegar, pero sé que se avecina un cambio.  Este cambio tuvo su escenificación (casi) perfecta con la toma de posesión de Barack Obama, primer presidente negro de los Estados Unidos, con este himno como banda sonora. Sam seguro que podría haberlo vaticinado en sus desvelos más íntimos, aquellos que nunca se creyó a tiempo nadie. Tal y como sucedió con la justificación que quiso dar a la recepcionista de aquel motel de carretera al que se había escapado con una jovencita, tras haber huido ésta de la habitación en la que Sam quería un poco de sudor en las sábanas.

No le dio tiempo, tres tiros acabaron con su vida. El resto…es leyenda y recuerdos de dos funerales en los que sus amigos, (entre ellos, Ray Charles) le recordaron de la mejor manera…cantando esta canción…

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