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Cultura

¿Quieren hacer el favor de no quemarme vivo, por favor?

En Hermosos y malditas, Cultura 31 agosto, 2016

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

A M. le costó un tiempo acostumbrarse a las salas convencionales de cine. Su madre y yo le habíamos llevado desde muy pequeño a un auto-cine cerca de la playa. A ella le gustaba estar junto a las aves y los pinos, a M. enlazar las olas del mar con las películas y a mí, aquella pantalla que se veía desde el coche me recordaba gratamente un film de Bogdanovich. Los primeros 5 años de su vida el único cine que  M. conoció fue aquel auto-cine.

Nos dimos cuenta el día que fuimos a un cine en el centro de la ciudad. Nada más dejar el coche en el parking, M. nos avisó de que habíamos aparcado “al revés”. Tardamos un rato en descubrir a qué se refería y nos hizo mucha gracia explicarle que no todos los cines eran auto-cines y que en ése al que íbamos, la película no se veía desde el coche.

Este año se cumple el centenario del nacimiento del único ser humano conocido que sobrevivió a la explosión de dos bombas atómicas. Tsutomu Yamaguchi, ingeniero de profesión, estaba en Hiroshima el 6 de agosto de 1945 en viaje de negocios, pensando en sus cosillas, en el sexo, en la familia y en otros asuntos humanos que no resulta posible adivinar, cuando la primera bomba nuclear lanzada sobre población civil le cayó encima: Little Boy.

Hiroshima

La temperatura se elevó un millón de grados y el aire de agosto, literalmente, se quemó. Bob Caron, el fotógrafo en la cola del Enola Gay describe lo que ve con un halo poético afín a la categoría estética de lo sublime. Lo sublime reside en la elevación, la amplificación en la abundancia, había escrito Longino al que presumiblemente Bob no había leído: es muy negro, pero muestra cierto tinte violáceo muy extraño. La base del hongo se parece a una densa niebla atravesada con un lanzallamas, describe Caron. Si consideramos la naturaleza de este placer, hallaremos que no nace tanto de la descripción de lo terrible como de la reflexión que hacemos sobre nosotros mismos al tiempo de leerla, había explicado siglos antes Joseph Addison, en Los placeres de la imaginación.

Con medio cuerpo quemado y comprensibles ganas de regresar a casa para tumbarse boca abajo en el sofá y no pensar en nada, ni en su negocio, ni en el sexo, ni en las extrañas cosas que de normal ocupan nuestras mentes, Tsutomu emprendió a los pocos días la vuelta a Nagasaki. Prácticamente todas las cosas vivas, humanos y animales, se han quemado vivas hasta la muerte, decían con voz quebrada los locutores japoneses.

Pero no todo se había quemado vivo en Hiroshima, no el hombre de negocios con ganas de volver a casa. Yamaguchi regresaba noqueado pensando en la muerte y quizás en la suerte de haber sobrevivido. Una vez allí, en Nagasaki, antes de que pudiera sacar la ropa quemada de las maletas, le alcanzó Hombre gordo (Fat Man) la explosión de la segunda bomba nuclear.
Ein mal ist keinmal.

The Grey Man Dances, George Grosz, 1947

Al parecer ambas ciudades habían permanecido deliberadamente intactas sin decorarse aún con el daño de la guerra. El ejército americano las había mimado como se mima el pavo que se quiere hornear en Navidad: para comprobar cuál era la impresión exacta que bombas así causaban en una ciudad habitada. También se buscaba una foto inolvidable: hacer suficientemente espectacular el uso inicial del arma de tal forma que fuera reconocida para siempre en términos publicitarios. Ay, las imágenes y las guerras.

Uno imagina a Tsutomu, al que presumiblemente la publicidad (el tema publicidad como diría Kiko, el comentarista de fútbol) le interesaba mucho, uno se lo imagina, digo, deteniéndose como se detiene la gente que necesita con urgencia recordar. Uno imagina a este hombre ya quemado, a punto de quemarse por segunda vez y de quemarse para siempre, como los personajes de Raymond Carver, en otra acepción del término (burn out), fruncir el ceño hasta formar un solo ojo, mientras a su espalda atraída tontamente por la Tierra, se precipitaba en un silbido inquietantemente familiar, el segundo artefacto nuclear: extrañeza, publicidad, dolor cansado, déjà vu.

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En 2009, el gobierno japonés que ya había reconocido a Tsutomu Yamaguchi como hibakusha de Nagasaki le registró también como superviviente de la bomba de Hiroshima, convirtiéndose así en la única persona certificada oficialmente por el gobierno en haber sobrevivido a ambos acontecimientos ocurridos durante los últimos días de la Segunda Guerra Mundial.

La radiación, otro hecho inolvidable.

En el cine americano la radiación no es mala: crea héroes como Spiderman. En el cine japonés, sin embargo, da lugar a mutaciones monstruosas como Godzila.

Uno ha traído aquí este raro aniversario de un hombre de negocios que conoció, por una de esas líneas inverosímiles que escribe la vida, la extraña casualidad del destino en lo que toca a las bombas, al lugar y al tiempo de vivir; uno ha traído aquí la familiaridad de Yamaguchi con las bombas porque, como tantos de nosotros, no puede quitarse de encima, como se le quitaba la piel quemada al desgraciado/afortunado de Tsutomu, la imagen de un niño sirio muy pequeño y muy quemado, anonadado en la ambulancia como Kaspar Hauser al salir de su encierro de feral, un niño familiarizado con el fuego igual que El pequeño salvaje debió de familiarizarse con los lobos, incapaz de estar cansado de las bombas porque las bombas son, como aquel auto-cine de la playa era para M., el único mundo que ha conocido.

Hermosos: auto-cines

Malditas: cabezas de los generales de Georg Grosz y Otto Dix

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2 comentarios

  • Santiago

    Santiago 2 septiembre, 2016 1:53 pm

    Quizás para escribir un artículo como esta habría sido bueno investigar el nombre correcto de la bomba de Nagasaki. No sé, me parece a mí.

    • Jesús García Cívico

      Jesús García Cívico 3 septiembre, 2016 9:14 am

      Muchas gracias por tu comentario, Santiago.
      Dijimos Little Boy y Fat Boy, ¡estaríamos pensando en niños!
      Es Little Boy y Fat Man, por supuesto.
      Gracias por tu lectura, un cordial saludo.
      Jesús