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Cine y Series

«La matanza de Texas»: 50 años de cambio político, social y sexual

En Hermosos y malditas, Cine y Series 6 febrero, 2024

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

La impresión que ofrece La matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974) –observada bajo cierta inclinación del pensamiento medio siglo después– es la de una sublimación arrolladora, a la vez terrible y hermosa, del ímpetu de los años 70 por agredir los imperativos políticos, sociales y sexuales reacios a evolucionar.

En lo que toca a la historia del cine, los 70 estaban, como escribió en su día Emilio C. García Fernández, impregnados de la viveza que confiere todo lo nuevo, como una oleada de viento fresco, que esperanzadamente se sumerge en la decadente industria cinematográfica, con la admirativa intención de ofrecerle renovadores impulsos en medio de unos tiempos ni social, ni políticamente alentadores y en cuyo fondo se tenía la continua sensación de que los altos estamentos de poder se hallaban en proceso de degradación.

Fue –en mi opinión y limitándome a Estados Unidos– el momento en que el cine, quizás en sana competencia con las ficciones televisivas hechas para toda la familia (hoy, el modelo Netflix) y el auge de la industria pornográfica mucho antes de Pornhub, decidió contar historias atrevidas dirigidas a personas con un mínimo de madurez mental. De manera que las películas de Martin Scorsese, Paul Mazursky, Peter Bogdanovich o Woody Allen, ya estaban pensadas para espectadores con una idea –quizás no del todo teóricamente elaborada, pero sin duda vivencialmente experimentada– de la complejidad de la vida adulta en relación la familia, el trabajo, el matrimonio y la experiencia sexual.

Hoy, ya no se pueden hacer películas como La conversación (Francis F. Coppola, 1974), sencillamente, porque el auge del narcisismo primario (descrito perfectamente por el sociólogo Cristopher Lasch) y los múltiples factores de infantilización han conseguido que el público haya dejado de estar culturalmente preparado para entender, sin ofenderse, la crítica profunda a una época, los matices morales y estéticos de la auto-decepción y el proceso de desolación personal.

la matanza de texas

Medio siglo de La conversación (1974): la época buena de Coppola.

En efecto, hace 50 años de los últimos pasos de la transformación de la industria, de la desintegración del sistema de los grandes estudios, del declive de los viejos códigos moralistas, de las «enmiendas verdes» (Green Amendments) como expresión política de la sensibilidad medioambiental, del momento en que la raza dejaba de ser significativa en el plano ficcional. Hace también medio siglo  de la «poética del reconocimiento transnacional», por decirlo así, mediante la cual, un director neoyorquino podía sentirse fascinado y proclamar sin ambages la admiración y la imitación de referentes europeos como Pasolini, Ferreri, Bergman o Buñuel. La burguesía, probable cómplice del deterioro de la esfera pública pre-legislativa, era el blanco fácil de guiones, que todo sea dicho, tampoco ofrecían una alternativa al mito del sueño americano capaz de ilusionar.

Y por volver a la obra maestra de Tobe Hooper, con sus inspiradísimos movimientos de cámara, la naturalidad en las actuaciones y la fotografía de Daniel Pearl, quizás lo primero que quepa decir es que el tórrido aliento a carnicería y a putrefacción de Vietnam o del Watergate inspiraban la atmósfera cruel, hostil, dulzona y enfermiza de la película más aterradora de la historia del cine, semejante a la ventilación del matadero de cerdos cuyo olor se cuela en la caravana de aires hippies de los jóvenes protagonistas, como trasunto trágico de los personajes de Scooby-Doo: (Sally, Jerry, Franklin, Kirk y Pam).

la matanza de texas

What the fuck? (¿Qué hace este chalado con el cuchillo? ¿Y quién se cargó la utopía política y el verano del amor?).

En lo que toca al sexo obervado desde la costumbre social, en el cine de los años 70 la mujer huía no solo del matrimonio burgués sino del molde restrictivo y castrante de la ama de casa funcional. La sombra fantasmática del «ángel del hogar» la aterrorizaba, al igual que el empeño de la industria cultural en presentarla como apéndice decorativo, o por decirlo con los términos del slasher como costilla que romper y domesticar. Fuera de aquel patrón estereotipado, fuera de la normativa del matrimonio y la crianza de la familia como institución social, la mujer podía perderse, volverse loca o transformarse en heroína contracultural. 1974 fue el año de Una mujer bajo la influencia la película más maravillosa, difícil e incomprendida de Gena Rowlands y John Cassavetes, del experimento sociológico de Stanley Milgram sobre la obediencia a la autoridad (con todos los ecos del análisis de Hannah Arendt sobre Eichmann y la banalidad del mal)  y de Piss Factory de Patty Smith: una actitud y no solo un sonido proto-punk.

Engels y Platón ya habían dicho algo contra la familia, pero fue el cine de terror (me extraña que sobre este punto no incidiera más Monster Show el canónico viaje cultural por el género de David J. Skal) quien supo socavar con los golpes más certeros y salvajes la aparente armonía y dulzura de la institución familiar. Tanto El exorcista (William Friedkin, 1973) como La profecía (Richard Donner, 1976) situaron el mal en ese grupo de seres que se quedan solos al cerrarse la puerta con llave por la noche, a merced unos de los otros como ese micro-poder salvaje del que hablaba el jurista florentino Luigi Ferrajoli, ese poder donde casi siempre el padre, pero en el cine de terror, también el hijo, ejerce el poder constitucional. Los retiros familiares nunca fueron lo mismo desde El resplandor (1977) de Stephen King.  «Hacer parentesco y no bebés», dirá la filósofa Donna Haraway mucho tiempo después.

En los 70 las mujeres no querían ser floreros ni estar ligadas a las viejas ataduras y no hay imagen más rotunda del cambio social en el terreno sexual, no hay cuadro más informativo de la negativa a seguir ocupando el rol de la buena chica sentada a la mesa familiar que los ojos enloquecidos de Sally Hardesty ante la saga machirula de los Sawyer y su exhibición de sadismo, tradición y carne para cenar.

La matanza de Texas.

No hace falta que me presentes a tu familia, Leatherface

Cincuenta años después de La matanza de Texas, sorprende no solo la perfección estética, la puesta en escena, el desesperanzado símbolo del armadillo atropellado, el prólogo artístico en el cementerio como una instalación de Damian Hirsch, el poético final crepuscular, sino la actualidad de su durísimo hálito posthumanista a través del cual vemos al grupo de jóvenes sacrificados como carne blanda, carrilladas, cabezas de ganado ejecutados a golpe de martillo en el cráneo antes de la llegada de los sistemas de acabamiento industrial. Para los Sawyer, como para el gobierno de Nixon y su Vietnam, como para el gobierno de Putin y su paja mental, el grupo de chicos abocados a la muerte no son sino carne de cañón, ganado ingenuo capaz de gritar como poseídos y gesticular para mayor placer del sádico criminal.

Asomaba en los Sawyer, la familia de matarifes asesinos, una resistencia a cualquier idea que no pareciera dictada por el apetito animalesco, la crueldad, el sexo o el calor y, en otros términos, el inicio de la resistencia privada a las referencias específicamente humanas en la forma de progreso que implicaba el estado de bienestar. Los jóvenes (las víctimas de La matanza de Texas, pero no solo ellos) con su apariencia desarreglada y su confusa charla psicodélica y fascista sobre las drogas empezaban a pagar lo que Mark Fisher llamaba en su blog k-punk, «el precio de la felicidad».

la matanza de texas

La matanza de Texas: la huída de las minorías y de mujeres del mundo blanco y patriarcal.

Hoy, hay más veganos que en 1974, la desconfianza hacia el estado de los Sawyer (proto-votantes de Trump) lleva a lunáticos como Milei al poder en la bella patria de Borges, Alejandra Pizarnick o Roberto Arlt; Tinder enseña que no hace falta quedar a cenar ni presentar a la familia si lo que se quiere es follar, a Franklin, el chico de la salchicha en la boca y la silla de ruedas no se le llama «minusválido» sino «persona con discapacidad», la mujer no es un objeto y si se ofrece en OnlyFans, porque así lo decide ella misma (sic), lo llama «empoderamiento sexual». La influencia negativa de Saturno no explica la pervivencia del sadismo o la crueldad y uno va a la cárcel por matar a otra persona, pero si mata a 1.000 inocentes por terrorismo o a 25.000 civiles en calculada venganza ilegal, siempre habrá gente que aplauda o a la que no le parezca mal.

Hermosos: filmes italianos de los 70  y del nuevo cine alemán.

Malditas: carnicerías humanas con carta de legalidad internacional.

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