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Cultura

Morir sin dios es vivir de amor: la filosofía de Martin Hägglund

En Hermosos y malditas, Cultura martes, 2 de agosto de 2022

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

Quizás porque mi trabajo más específico es la enseñanza de la filosofía del derecho siempre me he inclinado a interpretar libremente la famosa frase de Dostoievski Si Dios no existe todo está permitido como una vertiginosa invitación a fundamentar las normas (morales, éticas y jurídicas) con argumentos puramente «humanos», es decir como convenciones razonables y no como deducciones metafísicas ni como revelaciones de una autoridad paterna celestial.

La autonomía de la especie, su liberación teocentrífuga, abisma tanto como ilusiona. Y al revés. En realidad, ese ánimo celebratorio es el que subyace al intenso mood de la mejor prosa alemana del XIX: no en vano Nietzsche lo integra en Así habló Zaratrusta, pero también jovialmente en La gaya ciencia (el saber alegre) en más de un lugar (§§ 108, 125 y 343).

Y es que, entre otras precauciones frente al abuso metafórico de lo «superior» (la montaña) o el incomprendido concepto de Übermensch (no «superhombre» sino «sobrehumano»), la muerte de Dios significa la posibilidad de regular nuestro destino (el de la especie humana) conforme a elecciones y limitaciones (sacrificios e imposiciones) propias de una especie cuya socialización primaria está ligada a relatos como síntesis grupales y a ficciones de sentido «etnoplásticas» al decir del filósofo Peter Sloterdijk.

Martin Hägglund

Darnos una regla de juego (recordemos que el juego era un concepto esencial en el autor de Más allá del bien y del mal) casi a la altura de renovados anhelos modernos, reglas hechas con plena conciencia de su artificialidad, ¿no es acaso una forma, si no de festejar ese lapso precario que llamamos existencia, al menos de dirigir con la responsabilidad que entraña la creatio latina (biológica y política) nuestra historia? ¿No es acaso la conciencia del arbitrio el estímulo para, si no detener para siempre, al menos interrumpir con breves paréntesis de artificio normativo nuestra historia en la Tierra como continuum de catástrofes sobre catástrofes cuando no como larguísimo y hediondo estercolero de manadas con sobredosis de anabolizantes, océanos de plásticos, vacuos instagramers, sádicos homicidas y disparatados tertulianos de la Liga Santander?

Desde luego, ese ánimo revelador, responsable y jovial constituye el punto de partida de Esta vida. Por qué la religión y el capitalismo no nos hacen libres, el ensayo del profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Yale Martin Hägglund que acaba de publicar, con traducción de Mercedes Vaquero, la editorial madrileña Capitán Swing.

Mientras que el capitalismo subordina nuestro tiempo al propósito de obtener beneficios, las religiones ofrecen el consuelo de que nuestro tiempo es insignificante y será redimido por la eternidad.

Hägglund es un especialista tanto en filosofía postkantiana como en teoría crítica y literaria modernista y por ello Esta vida transita, desde el frontispicio de las Cumbres borrascosas de Emily Brönte o la lectura de las pérdidas (Una pena en observación de C. S. Lewis), entre el detallado análisis del pensamiento clásico acerca de Dios (de San Agustín a Kierkegaard) o del capitalismo (los Grundrisse de Marx) y la búsqueda de sentido de la existencia a partir del relato individual y colectivo (aquí del apego a la vida del noruego Karl Ove Knausgård a la lucha por las condiciones de vida de Martin Luther King).

Esta vida es, sobre todo, una crítica de las condiciones de existencia impuestas, o acríticamente aceptadas, por la religión y el capitalismo. La pareja no es ninguna ocurrencia de este sueco, ya Walter Benjamin en el opúsculo «Del capitalismo como religión», presentaba al capitalismo como una suerte de fenómeno religioso (de la desesperación absoluta) que en vez de redimir las culpas de los creyentes los condenaba a una «deuda» eterna. Para Marx, el capitalismo y la religión demostraron ser altamente compatibles: formas de alienación que impiden el libre desarrollo de los individuos. De acuerdo con Hägglund, ambos nos impiden reconocer en la práctica que nuestra propia vida –nuestra única vida– nos es arrebatada cuando se nos quita el tiempo. Mientras que el capitalismo subordina nuestro tiempo al propósito de obtener beneficios, las religiones ofrecen el consuelo de que nuestro tiempo es insignificante y será redimido por la eternidad.

Si tanto el capitalismo como la religión («opio del pueblo») nos hacen renegar de nuestras vidas, al dedicarlas al consumo, a la distorsión del significado del valor y la riqueza social y a la asunción de la injusticia telúrica bajo la promesa de una improbable redención metafísica ¿qué deberíamos hacer con nuestro valioso tiempo finito?

Aquí las dos ideas motores de la zona constructiva de Esta vida son la «Fe secular» y la «Libertad espiritual». Frente a la aparente bondad de la idea de vida eterna, Hägglund argumenta que una vida infinita carece tanto de sentido como una vida atemporal: desaparece el riesgo de pérdida pero también el compromiso moral serio con lo que nos rodea, nuestros segundos, nuestros seres queridos, nuestro recalentadísimo planeta, esto es, con aquello que es valioso precisamente porque un día desaparecerá.

Martin Hägglund

Los testimonios de la pérdida de hijos (el caso de Lutero, por ejemplo) y otros seres queridos refrendan la idea de que el duelo resulta, en el fondo, inconsolable. La propia pasión y el pathos de vivir con la persona amada son incompatibles con la seguridad de una vida eterna. La finitud es condición necesaria para la voluntad y para la libertad. Lo mismo ocurre con la defensa de una vida emancipada en el seno del socialismo democrático post-capitalista tal como el pensador sueco desarrollará en la parte central de esta obra.

Esta vida no es una diatriba ofensiva (en el sentido de resultar irrespetuosa con la ficción religiosa ni con los creyentes) a là Feuerbach, ni una respuesta frente a quienes todavía aducen que la religión no es lesiva per se sino que ha sido desviada de la paz y del amor por injerencias políticas más o menos heréticas. Esta vida no es un escarnio cargado de razón (de racionalidad científica) ni una serie de argumentos contra la religión desde la ciencia (Daniel Dennett). Tampoco tiene el tono combativo-celebratorio del biólogo Richard Dawkins, quien, en mi opinión, lleva razón tanto al recordar que las religiones (no solo las monoteístas) nunca han sido inocuas para la salud y la integridad corporal como al señalar un elemento pedagógicamente dañino: al hablar de cielos y milagros fuera de la vida real impiden celebrar desde la infancia la magia de una ballena saltando bajo la luna, la muda de una serpiente en el desierto, la vía láctea, la aurora boreal, la maravilla real que ciertamente nos rodea.

Otro mérito del autor radica, a mi juicio, en que tanto la crítica a las distintas búsquedas de beatitud y huidas del mundo (teológicas y filosóficas) como el reproche a la economía neoclásica y al capitalismo es siempre una crítica inmanente. Hägglund desarrolla su argumentario, no desde fuera, sino desde el interior de las ideas del estoicismo, del budismo, del cristianismo o de autores como San Agustín (la cupiditas como amor al mundo temporal), de Spinoza (en lo que toca a la idea de la naturaleza eterna de Dios), de Kierkegaard o Charles Taylor, o (ya en el otro polo) en diálogo hermeneúticamente solidario con la salvación en Adorno o con el eterno retorno del propio Nietzsche al que coherentemente afea la celebración del sufrimiento. ¿No hay una diferencia sustancial entre decir que el sufrimiento es parte de la vida que deseo y decir que deseo el sufrimiento?

La forma elemental de fe secular es la fe en que la vida (esta vida) merece la pena aun a pesar del riesgo de pérdida y del sufrimiento que entraña. Se trata de un compromiso existencial que es, de nuevo, normativo: vivimos nuestra vida a la luz de una idea de lo que debemos ser y de lo que debemos hacer.

Es así, entre la filosofía y la literatura, como Hägglund persigue las posibilidades emancipatorias de la fe secular a la vez que desarrolla su concepto de libertad espiritual en relación con la formación de la vida, el tiempo y el valor. Aunque no constituye estrictamente una novedad, el análisis vitalista de Marx (la economía del tiempo, la plusvalía, la libertad social, el desarrollo personal, etc.) forma parte de la zona más atractiva del libro al elucidar con sentido la idea de valor y del excedente del tiempo. Para Marx, cabe recordarlo, la superación del capitalismo no tenía por objeto abolir la democracia (ni la propiedad privada, dicho sea de paso) sino posibilitarla de verdad. El compromiso de Hägglund con el valor del tiempo de la vida va más allá de la crítica en términos igualitaristas, correctores del mercado o redistributivos y tras revisar la obra de liberales de la economía política (Mill, Rawls, Keynes, Hayek) propone un socialismo democrático que destierre para siempre al capitalismo y la lógica del trabajo asalariado a la historia de las (malas) ideas.

Tras recorrer con Hägglund la fe, el amor y la responsabilidad tal como podrían ser si asumimos que esta es nuestra única vida, el filosofema de Los hermanos Karamazov Si Dios ha muerto todo está permitido ya no es solo una invitación a la coherencia con nuestra frágil vida espiritual sino una lúcida observación (la que extraemos del pasaje de Abraham decidiendo sacrificar a su hijo Isaac): es, paradójicamente, bajo la irracionalidad de la religión o bajo la lógica del manto de plomo del capitalismo donde todo está permitido.

Martin Hägglund

Martin Hägglund

Esta vida (el libro, no nuestra existencia) termina con un análisis inquietantemente actual del activismo político de Martin Luther King lúcidamente conciliado con las tesis sobre el estado, la libertad y el reconocimiento de Hegel, el pensador que atraviesa todo este ensayo. Si en el plano político esta idea (antiintuitiva pero cierta) de que la normatividad jurídica propia del estado de derecho es condición de posibilidad de la libertad (la de uno conciliada con la de todos), en el terreno antropológico adolece, según lo veo, de realismo. Se le podría objetar a Hägglund un optimismo exagerado sobre la percepción más extendida de la existencia así como una apuesta contrafáctica en relación con lo que haría la mayoría de la gente si estuviera liberada o felizmente desocupada. ¿Acaso no ha visto los datos sobre las páginas más visitadas en Pornhub, el chat de Foro Coches o el hedonismo grosero y la visión más vacua del ocio en los vídeo con más likes en Internet?

De otro lado, aunque esto no pase de lo subjetivo, por un mínimo de modestia intelectual uno (yo mismo) nunca se ha declarado ateo (me parece una forma de religión invertida) sino agnóstico, o más exactamente agnóstico-optimista. ¿Qué existía antes de los nanosegundos iniciales del gran bang? ¿Por qué no podemos concebir una partícula inicial del tiempo sin acudir a la imagen de un/a relogero/a? ¿Y si solo somos el aturdido resultado de una distracción tal como relata Platón en el Protágoras (La condición despistada) o, tal como especula el misticismo judío, la omisión distraída de un signo diacrítico en el dictado de la Torá permitió no solo la entrada de mal sino nuestra confusión profunda en el mundo? Distingo, en fin, entre el asombro sin respuesta y la respuesta para todo que creen tener las (intrínsecamente violentas) religiones de la verdad.

Creo en el desbordamiento del espíritu al contemplar el cielo estrellado, en la esperanza de que el más oscuro de los agujeros de los universos repare el dolor de los oprimidos y de quienes solo conocieron el miedo, la privación y el sufrimiento con un inextricable y misterioso telón benigno. Por mí casi prefiero que no exista nada. Tampoco es descartable que todo no sea sino una inmensa broma cósmica.

Libro poco veraniego el de Hägglund al que posiblemente le sobren dos centenares de páginas (a diferencia de la vida real Esta vida no es demasiado corta) pero que bien podría servir al lector, ciudadano de una de las épocas más complejas de la historia, para replantearse el valor del tiempo, el significado del amor y el sentido de la vida, ¿hay algún argumento mejor?

 

Hermosos: compromisos responsables con la justicia social, con nuestra existencia en sentido normativo, con el cuidado de la vida y del planeta, sobre todo porque lo más probable es que no tengamos nada más.

Malditas: cruzadas, inquisiciones, presiones eclesiásticas contra el divorcio, el matrimonio homosexual, el aborto and so on.

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