La meritocracia es un ideal típicamente moderno que postula un modelo de sociedad en la que cada individuo ocupa la posición que merece en virtud de la calidad de su desempeño, de su inteligencia, de su talento o de su esfuerzo. Nació históricamente como una forma de combatir la rigidez de la estructura social estamental, tanto en lo que toca a las limitaciones de acceso a los cargos públicos como a la movilidad vertical en el ámbito de las profesiones y los negocios privados (la posibilidad de que los hijos superaren el estatus económico o las posiciones de los padres). Sin embargo, el último libro del filósofo político norteamericano Michel Sandel ya se titula abiertamente La tiranía del mérito.
¿Qué ha pasado aquí?
La tiranía del mérito: ¿qué fue del bien público? (Debate, 2020) comienza con un diagnóstico poco alentador de EE. UU. (un país de una extraordinaria desigualdad social y mucho apego al individualismo económico) que se podría extender a un gran número de estados en el marco de la globalización comercial: la ruptura de la cohesión social, el desigual impacto del coronavirus (afecta más a grupos desaventajados y a minorías étnicas), los continuos escándalos de fraude en el ámbito de la universidad, la ausencia de oportunidades y un largo etcétera de afrentas al imperativo de la cohesión social coexisten con el auge del discurso que distingue entre ganadores y perdedores.
La gente apoya a figuras políticas autocráticas (algunas inquietantes otras simplemente delirantes) como una forma de protesta ante el desempleo o, mejor, ante el empleo de pésima calidad, ese empleo que —como ya vio Marx mucho antes que Sandel—, no realiza al hombre sino que lo enajena. La miseria diaria contrasta con las vidas felices y deshogadas que exhiben sin pudor las vallas publicitarias, los reportajes de famosos o las series de ficción. Los líderes sin escrúpulos explotan la frustración para auparse en el poder sin haber exhibido ni un programa mínimamente decente ni una trayectoria ejemplar. La gente muerde el anzuelo de la xenofobia, del relativismo moral o de esa vieja-nueva forma de mentir que ahora se llama posverdad.
Para Sandel, los resentimientos populistas que sacuden la política estadounidense tienen su origen en agravios laborales que se traducen en falta de reconocimiento social. El esfuerzo laboral ha dejado de recompensarse, mientras que ha aumentado la distancia entre los ciudadanos sin estudios superiores y una determinada élite académica que peca de arrogancia.
La era de la meritocracia en EE.UU. habría terminado por menospreciar a los trabajadores y considerar el título universitario una condición necesaria (aunque tampoco suficiente) para disfrutar de una privilegiada posición social. Mientras que por parte de la visión neoliberal de la sociedad (la sociedad como un enorme mercado) y tal como se comprobó en la crisis financiera de 2008, el éxito o el fracaso en la economía globalizada puede prescindir tanto de la titulación académica y del trabajo remunerado por cuenta ajena como del impacto positivo en la economía real.
Todo ello, a decir de Sandel, habría alimentado un enorme resentimiento de los trabajadores hacia las élites que un tipo listo como Donald Trump no dudó en amortizar. La clase media hundida o desalentada era bien objeto de condescendencia por parte de las propias élites bien objeto de una burla tan cínica como desengañada.
La pregunta que plantea Sandel es: ¿qué se considera contribuir al bien común?; si el bien común consiste meramente en satisfacer preferencias de los consumidores, entonces los salarios del mercado son una medida adecuada: quienes ganan más dinero hacen la contribución más valiosa al producir exactamente los bienes y servicios que los consumidores desean (o creen desear). Ahora bien, ese no es el único enfoque del bien común.
Aparecen aquí, aunque no explícitamente mencionadas por Sandel, las dos dimensiones del sujeto moderno, de un lado el homo economicus, de otro el ciudadano comprometido con unos valores públicos (en las versiones comunitaristas más atemperadas o en el ideal del republicanismo cívico): aquí el bien común no consiste en aumentar el tamaño del PIB ni en lograr el máximo bienestar de los consumidores sino en la creación de un tejido cultural y socioeconómico bien cohesionado con empleos socialmente valorados capaces de atender las verdaderas necesidades de nuestros conciudadanos.
Sandel suele poner el ejemplo de Walter White, el protagonista de Breaking Bad quien gana y mueve menos dinero como profesor de química que como traficante de droga, pero cuya función docente debe considerarse socialmente más valiosa que su función como fabricante anfetamina. Aristóteles defendía que el progreso humano depende de la realización de nuestra naturaleza mediante el cultivo de nuestras habilidades ahora el mercadosolo recompensa las actividades más rentables desde el punto de vista de los consumidores y no lo que realmente contribuye al bien común.
Cuidar a personas mayores, hacer pan, limpiar las calles son actividades tan necesarias socialmente como defender legalmente a un detenido o diseñar edificios: todas tienen un sentido relacionado con el bien común. Esa es la tesis principal de Sandel en La tiranía de la meritocracia, una revalorización en términos retributivos y de estima social en el marco de una globalización que deje de estar impulsada por el mercado. Para ello, propone desde suplementos salariales públicos para trabajadores con ingresos bajos hasta una revisión del sistema de impuestos de modo que no grave tanto las rentas de trabajo como la riqueza, la especulación y las transacciones financieras.
Para algunos eso es pedir demasiado, para otros —entre los que me incluyo— es pedir demasiado poco, pero quien conozca el debate norteamericano en torno al sacrosanto mérito propietario (ya analizado modélicamente por autores tan distintos como C. B. Macpherson o por el italiano Pietro Barcellona) reconocerá el mérito de Sandel en atreverse a cuestionar toda una piedra angular del capitalismo en el país del self-made man.
Hermosos: trabajos que significan algo.
Malditas: supervisiones de la supervisión de un trabajo.
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