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Cine y Series

Con los gustos hemos topado

En Placeres y berrinches, Cine y Series 23 agosto, 2015

Rafa Marí

Rafa Marí

PERFIL

Elegir la mejor película de la historia es un juego bastante absurdo. Cada cual lleva su preferida -o preferidas- en la retina, la memoria y el corazón. Con los gustos hemos topado.

Luis Goytisolo escribía en El País (25-VII-2015) que nunca ha comprendido la admiración que suscitan determinadas películas, Casablanca por poner un ejemplo. Y me gusta «Ciudadano Kane»pero no así la mayor parte de las películas de Orson Welles, que como actor me parece horroroso. Vamos, que no lo considero a la altura de Kubrick o de Bergman o de Fellini. Y en cuanto a las series televisivas, pues tampoco me gusta Juego de tronos, de la que nunca he podido aguantar un solo capítulo, concluía tajante Goytisolo.

Es un placer leer estas opiniones a la contra de muchos y emitidas por personas cultas. Me da igual coincidir o estar en desacuerdo con ellas, no es eso lo que me importa. Lo estimulante, al menos para mí, es otra cosa: El menoscabo inteligente de un canon que tiende a lo inamovible, dejarse refrescar con el desdén por los lugares comunes y las ideas heredadas, apreciar las subjetividades inteligentes… Hace unas semanas fui al cine Lys de Valencia para ver El niño 44 (pequeña decepción). En la cafetería, situada en el vestíbulo de la planta baja, vi un gran fotograma de Casablanca con un lema absurdo: La mejor película de la historia. Digo absurdo porque ninguna película puede colgarse la medalla de ser la mejor de todas las que se han hecho desde el nacimiento del cine.

Gertrud (Carl Theodor Dreyer, 1964)

Gertrud (Carl Theodor Dreyer, 1964)

Con las afinidades electivas hemos topado. Esas competiciones son paletas a más no poder. Citaré unas cuantas películas que a mí me gustan bastante más que Casablanca, además de considerarlas mucho más personales y creativas: Teléfono rojo, volamos hacia Moscú, Lolita, 2001, una odisea del espacio, Barry Lyndon, El resplandor, Corredor sin retorno, Los sobornados, M, el vampiro de Düsseldorf, Los verdugos también mueren, El hombre atrapado, El apartamento, Con faldas y a lo loco, Encadenados, La ventana indiscreta, Vértigo, Con la muerte en los talones, Psicosis, Los pájaros, Marnie, la ladrona, Ser o no ser, Fort Apache, El hombre tranquilo, Centauros del desierto, Las reglas del juego, El río, Narciso negro, El fotógrafo del pánico, El hombre que mató a Liberty Valance, Siete mujeres, Johnny Guitar, Esplendor en la hierba, Dos en la carretera, Madadayo, La quimera del oro, Luces de la ciudad, Tiempos modernos, El gran dictador, Candilejas, Ladrón de bicicletas, Lawrence de Arabia, Madame de…, El placer, El increíble hombre menguante, Drácula (1958), El padrino I y II, El verdugo, El espíritu de la colmena, Ordet, Gertrud

Gertrud (Carl Theodor Dreyer, 1964)

Gertrud (Carl Theodor Dreyer, 1964)

Me detengo ya. He nombrado exactamente 50 películas. Hubiera podido nombrar 500. Es imposible que alguien me convenza de que Casablanca es mejor que las que acabo de citar. Igualmente, sería imposible que yo convenciese de mis preferencias a alguien que tiene al filme de Curtiz-Bergman-Bogart en el puesto más alto de sus amores cinéfilos. Todos tenemos nuestras razones. Una vez intenté que un amigo treintañero rebajase la admiración que siente, sin sombra de duda alguna, por la brava y entretenida Braveheart, instalada en el puesto número 1 de su pódium íntimo desde que la vio en el momento de su estreno. Esta fidelidad la mantiene desde entonces. Maniobré verbalmente para que sustituyese en su corazón el film de Mel Gibson por el seco refinamiento de Gertrud. Noté que avanzaba poco con mi tesis.

Braveheart (Mel Gibson, 1995)

Braveheart (Mel Gibson, 1995)

En mi casa, tras una cena ligera rociada con buen vino valenciano, le puse la película. Tras asistir en silencio y durante una media hora a los lentos movimientos rituales de los protagonistas de la obra maestra de Dreyer (con los daneses Nina Pens Rode, Bent Rothe y Ebbe Rode deslizándose -de dos en dos- de un tresillo a otro tresillo), mi amigo me espetó con evidente irritación: ¿Pretendes que me trague todo este rollo?. Supe ver -conviene tener reflejos en estas ocasiones- que debía elegir: O el proselitismo cinéfilo de arte y ensayo nórdico o la amistad. No lo dudé. Elegí la amistad. No me arrepiento de mi decisión. Pero, quizá en otro momento, cuando mi aún joven amigo madure…

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