Si hay algo que caracteriza al cine de terror estrenado en España en 2023, tal cómo ha ido el año, es una separación casi perfecta entre apuestas de futuro y apuestas clásicas, concentrándose las primeras en las plataformas de streaming y las segundas en los estrenos en salas. Remarco el “casi” porque, obviamente, ha habido un poco de todo en ambos sectores de la exhibición cinematográfica. De hecho, ha sido precisamente en una plataforma de streaming, concretamente en Netflix, donde se ha estrenado el que quizás es el mejor producto de género del año, La caída de la casa Usher, de la cual hablé extensamente aquí mismo hace un par de meses y que es, sin duda, un retorno por la puerta grande al clasicismo del género, tanto en contenido como en forma.
Pero es igualmente cierto que se han concentrado de manera evidente en los estrenos en salas las propuestas más caducadas y repetitivas, mientras que nos han llegado vía streaming algunas de las apuestas más valientes, innovadoras y sorprendentes del género de este año. Así pues, en salas tuvimos que soportar, y cito unas pocas a modo de ejemplo, bodrios como Scream VI, sin absolutamente nada nuevo que aportar ni a la saga ni al género; M3gan, cansina fotocopia de Muñeco diabólico cuyos escasos logros argumentales no ocultan una realización de encefalograma plano; The Boogeyman, enésima muestra de terror adolescente que reduce a cenizas el relato original de Stephen King en el que se basa; o La ermita, decepcionante segundo largometraje de Carlota Pereda en tanto que asume formas trilladas y convencionales alejadas de Cerdita, su nada extraordinario pero sí peculiar debut.
Y, sin ser del todo inanes, tampoco cumplieron objetivos ni Insidious: La puerta roja, simpática en su empeño por regresar a la primera película pero deficiente en su aporte de novedades, ni Saw X que, si bien mejora un poco los desastrosos capítulos previos (no era muy difícil), es incapaz de superar su condición de facsímil dentro de una saga que se agotó con la segunda película.
Por suerte, no todo ha sido desidia en los estrenos en salas, y algunas películas han conseguido, efectivamente, proponer soluciones más o menos imaginativas en un género en el que es fácil caer en la pura repetición. Sería el caso, por ejemplo, de Posesión infernal: El despertar, y eso que Lee Cronin no lo tenía nada fácil: la trilogía original de Sam Raimi sigue siendo hoy en día una joya imprescindible del género, y el remake que Fede Alvarez hizo en 2013 consiguió renovar la primera parte de manera brillante manteniendo su esencia. Posesión infernal: El despertar está bastante por debajo tanto de la trilogía como del remake, pero se las apaña con bastante eficiencia con una suerte de reboot ambientado en un fantasmagórico bloque de pisos donde, de nuevo, las fuerzas del Mal se desatan provocando caos y muerte.
Puntos fuertes de la película: una fotografía en la que la tiniebla lo impregna todo y, al mismo tiempo, un esfuerzo titánico por respetar y separarse de las líneas clásicas de la saga. En este sentido cabe destacar que es la primera vez em que esta no se desarrolla en un entorno rural, lo que Cronin aprovecha para mostrar un mundo urbano de pesadilla, donde el cemento y la lluvia se abrazan con la oscuridad y lo que en ella habita y desconocemos.
También se estrenó en salas No tengas miedo (Cobweb, 2023), formidable ejercicio de terror psicológico que confirma a su director, Samuel Bodin, como uno de los principales valores de futuro del género después de su también sorprendente miniserie Marianne. Una película claustrofóbica, casi teatral a nivel de puesta en escena, que sabe jugar con las expectativas del espectador aficionado para inquietarle y, en el momento más inesperado, asestarle un golpe directo a la yugular con uno de los giros argumentales más demenciales del año. Festín imprescindible del género en este 2023, sin duda.
Tampoco falló, como era de prever, M. Night Shyamalan con su Llaman a la puerta, de la que también tuve la oportunidad de hablar aquí mismo y que vuelve a confirmar al director de Philadelphia como una de las voces más importantes del fantástico de este siglo XXI.
Black Friday (Eli Roth, 2023), por su parte, logra dejar K.O. al espectador desde el minuto uno con una apuesta salvaje, de contundencia gore, que tan solo es el primer paso de un habilidoso ejercicio de nostalgia por parte de Eli Roth: esta es seguramente la película de terror más ochentera estrenada este año (y el anterior, y el otro, y el otro…). Sin embargo, entendiendo el concepto “ochentero” no como el sempiterno homenaje autoconsciente perpetrado desde un punto de vista moderno, sino asumiendo el concepto en todos y cada uno de sus apartados básicos, desde el guion hasta la fotografía pasando por el montaje y los efectos especiales. Black Friday es un goce absoluto porque no homenajea, sino que directamente transmuta en slasher de los años 80. Una joya que hay que revindicar, y mucho.
De lo estrenado en salas quisiera destacar una película muy sorprendente aunque, en realidad, no pertenezca al género de terror: Misterio en Venecia (Kenneth Branagh, 2023). En esta adaptación de Agatha Christie, su director opta por acercar el relato detectivesco al fantástico, y lo hace sobre todo a través de un diseño de producción inquietante que convierte Venecia casi en una ciudad fantasma. Lo mejor de todo es que Branagh se sacude el tostón formal y argumental de sus dos adaptaciones previas de Christie, y aquí nos brinda una película furiosa en su montaje, eléctrica en su tono, que más que a Christie remite de hecho a una de las primeras (y aún de las mejores) películas dirigidas por Branagh, Morir todavía (1991).
Son todas ellas propuestas magníficas que, sin embargo, no pueden hacer avanzar mucho al género porque su mirada está más bien puesta en el retrovisor. No es lo que ocurre con algunas de las películas de terror estrenadas en plataformas que, además de ser magníficas, revelan un riesgo conceptual y formal muy interesante que, aunque con referentes clásicos del género, las posiciona como ejemplos de innovación dentro del terror moderno.
Es el caso, por ejemplo y sobre todo, de Skinamarink, controvertido filme de Kyle Edward Ball, que atraviesa el cine experimental para proponer al final, como escribió un crítico de cine antes que yo, una especie de cruce entre Poltergeist y el cine de David Lynch. Skinamarink es una película muy, pero que muy, difícil de soportar, pero no por ningún tema de crudeza de sus imágenes sino por su apuesta formal: básicamente, la película es un encadenado de planos de techos, esquinas de paredes, puertas, todo ello sin apenas diálogos (en toda la película debe haber unas cuatro o cinco líneas de diálogo), y circunscrito exclusivamente a un único escenario, una casa donde parece no haber lámparas que Ball decide mostrarnos, para acabar de hacer la cosa más extraña, con un grano artificial en la imagen tan exagerado que hay numerosos momentos en los que lo único que apenas vemos es justo eso, grano.
Esta es la idea, sí: es una película difícil. Difícil porque exige un esfuerzo inmenso por parte del espectador, pero ese esfuerzo se ve recompensado, si se tiene la suficiente paciencia, con una propuesta absolutamente única, un relato de fantasmas hipnótico que se apoya en una formalidad sin precedentes en el género para construir una experiencia que será más o menos satisfactoria, pero a la que no se le puede negar su absoluta excepcionalidad.
También bastante excepcional resulta The Outwaters (Robbie Banfitch, 2023), un alucinado retorno al planteamiento de Wes Craven en Las colinas tienen ojos, pero desde una perspectiva ciertamente no tan de Craven y sí de David Cronenberg: el rocoso paisaje soleado del desierto de Mojave no esconde seres malvados sino extrañas mutaciones de la carne (y del tiempo y del espacio, para acabar de complicar más el asunto). Un poco también como Skinamarink, The Outwaters escapa de convencionalismos del género (más allá del de un grupo de jóvenes atacados por fuerzas malignas) para construir un relato en el que, de nuevo, Lynch se encontraría bastante cómodo: el aparente caos narrativo sirve para envolver al espectador con un manto de inquietud del que es imposible escapar durante el visionado.
Así pues, excepcional la propuesta de Robbie Banfitch porque, sin dejar de mirarse en referentes clásicos como los citados Cronenberg y Lynch, define también una mirada hacia delante con una apuesta conceptual desgarradoramente renovadora.
Mucho menos innovadoras pero, a su manera, ciertamente particulares han resultado ser Studio 666 y Nadie te salvará. La primera está protagonizada por los componentes de la banda de rock Foo Fighters, que se interpretan a sí mismos, y parte de unos extraños sucesos que les ocurrieron durante la grabación de su décimo álbum, Medicine at Midnight. Dicha grabación tuvo lugar en una inmensa casa de los años 40 en Encino, Los Angeles, en la que ocurrieron hechos bastante extraños como guitarras que se desafinaban solas, pistas de audio que desaparecían del ordenador o pistas que misteriosamente nadie había grabado y que aparecían sin explicación alguna. A partir de ahí, Grohl ideó un argumento que acabó convirtiéndose en esta película que, por si fuera poco, se rodó en esa misma casa donde los Foo Fighters grabaron el disco.
Se trata de una comedia de terror con un gore descarado que remite sin despeinarse a Terroríficamente muertos tanto por el argumento (posesión diabólica) como por el uso desacomplejado de la hemoglobina. No figurará en ningún libro de historia del género, sin duda, pero lo peculiar de su concepción y el hecho de estar protagoniza por los miembros de una famosísima banda de rock interpretándose a sí mismos la convierte en una rara avis dentro del panorama del género de terror de este año que ahora termina.
Nadie te salvará (Brian Duffield, 2023), por su parte, arranca de unos postulados claramente reconocibles, que son los de una home invasion de naturaleza alienígena, para armar un producto angustioso deudor a partes iguales del primer cine de John Carpenter en lo que respecta al aprovechamiento formal, vía aspect ratio en Scope, de un único escenario donde acontece prácticamente toda la película, y de la fascinación por el mundo extraterrestre de Steven Spielberg, que se muestra de manera evidente en el uso de la iluminación.
Película de sólido armazón visual, pues, Nadie te salvará deviene un thriller de terror que, si bien hunde sus raíces en la parte más clásica del género, apuesta igualmente por el riesgo al proponer una película casi muda, sin diálogos, y con prácticamente un único personaje durante toda la proyección, el de la protagonista interpretada por Kaitlyn Dever en un tour de force extraordinario que demuestra las impresionantes aptitudes de esta joven actriz.
2023 ha sido, pues, un año que nos ha dejado propuestas más que interesantes dentro del género de terror, y que nos prepara para un 2024 en el que nos deberían llegar cuanto antes, porque ya van con mucho retraso, películas magníficas como Cuando acecha la maldad, El último viaje del Demeter, y sobre todo La maldición del Queen Mary, contundente película de terror que va a dar mucho, mucho que hablar.
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