Una de las vertientes sociales de los vertiginosos años 20 tiene que ver con el uso y abuso del alcohol. El prohibicionismo nace en Estados Unidos con la Ley Seca (Volstead Act, 1920-1933), conocida popularmente como Prohibición.
Desde la fundación de EEUU y, especialmente, desde la conquista del Oeste en el siglo XIX y comienzos del XX, existen grupos de presión contrarios al uso y abuso del alcohol; pero es que en esa América preindustrial, el agua potable comunitaria no estaba limpia ni, con frecuencia, disponible. Las familias, incluso los niños, consumían sidras fermentadas o Grog (mezcla de ron con agua caliente, azúcar y limón) para saciar su sed.
En 1874 se funda la Unión Cristiana de Mujeres por la Templanza (WCTU), cuya líder más reconocida es la maestra y periodista Frances Willard, una reformista partidaria de los derechos de la mujer y de la jornada laboral de ocho horas.
Desde el primer momento, la lucha tiene dos frentes: proteger a las familias afectadas por los efectos del alcohol y los malos tratos a la mujer, y el rechazo a los inmigrantes llegados a partir de 1850, especialmente a los procedentes de Irlanda, Alemania y Europa Oriental.
Se da la circunstancia de que a la corriente puritana, alentada por las iglesias protestantes, se unen diversos intelectuales progresistas y liberales, así como líderes sindicales, que condenan el consumo de alcohol como causante del atraso y la pobreza entre las masas de obreros que empiezan a llenar las ciudades de Estados Unidos. Actualizando el refranero, diríamos que se juntan el hambre y las ganas de beber.
Cuando Estados Unidos entra en la I Guerra Mundial, la histeria antialemana aumenta el apoyo a la causa. Además, Francia prohíbe la venta de absenta, Alemania suspende las ventas de licores en áreas industriales, en el Reino Unido comienzan las restricciones de horario de los pubs, y en Rusia se prohíbe la venta de vodka en las tiendas.
Con las grandes cerveceras controladas por inmigrantes alemanes, en Estados Unidos se defiende la abolición como un deber patriótico, por lo que el celo antilicor se dirige a los inmigrantes. Para colmo, los puritanos de las comunidades protestantes blancas, recurren al Ku Klux Klan como un nuevo aliado contra los enemigos del llamado americanismo 100%: afroamericanos, católicos, extranjeros y judíos.
La prohibición reduce el consumo, aunque no evita que la gente beba, pues la demanda es muy superior a la oferta, y el whisky y la ginebra nunca falta; la medida sólo sirve para fortalecer el poder de las bandas de gánsteres y para que se incremente el tráfico de drogas.
En el tiempo que dura la Ley Seca una de las pocas excepciones de venta es el vino, que se vende para uso medicinal o para ceremonias religiosas. Uno de los productos beneficiados resulta el vino de Jerez, que se puede comprar en las farmacias. Queda constancia lírica de ello en el pasodoble de la época En tierra extraña, que escribe en 1927 el valenciano Manuel Penella y canta Concha Piquer:
Fue en Nueva York, una Nochebuena
Que yo preparé una cena pa’ invitar a mis paisanos
Y en la reunión, toda de españoles
Entre vivas y entre olés por España se brindó
Pues aunque allí no beben por la ley seca
Y solo al que está enfermo despachan vino
Yo pagué a precio de oro una receta
Y compré en la farmacia vino español
Vino español, vino español
Las majors, la poderosa industria del cine americano de esos años —con una influencia equiparable a la que hoy ejercen las redes sociales—, es capaz de camaleonizarse con los cambios legislativos, y así primero propicia la normalización del uso de alcohol, tabaco y drogas, luego envía mensajes moralizantes y, finalmente, participa en las campañas de censura y caza de brujas que se desencadenan a partir de la aplicación del Código Hays.
Efectivamente, en el ámbito cinematográfico la Ley Seca fue relevada, nada más derogarse, por el feroz Código Hays, un reglamento de censura moral e ideológica de la propia industria, que se establece en 1930 aunque se aplica en 1934 y está vigente hasta 1968; fue concebido por William H. Hays, miembro del Partido Republicano y el primer presidente de la Asociación de productores y distribuidores de cine de América.
Es difícil tener ideas exactamente definidas de la producción cinematográfica de los años del llamado cine mudo, ya que el grueso de su producción está perdido o destruído. En cualquier caso, el alcohol y los efectos del mismo están presentes en la pantalla desde el primer momento en que se empieza a rodar y, por lo general, bajo dos estereotipos: el personaje cruel, que además es alcohólico, y el personaje bueno pero con problemas que bebe en exceso y es víctima de las circunstancias.
Probablemente la primera película que trata sobre los estragos de la bebida es la francesa Les victimes de l’alcoolisme rodada en 1902 por Ferdinand Zecca, basada en la obra de Emilie Zola, La taberna, en la que un hombre, sostén económico de su familia, cae en el alcoholismo, arruinando su vida y la de los suyos.
La novela de Timothy Shay Arthur Diez noches en un bar y lo que ví allí (1854), sobre las virtudes de la templanza, fue el gran éxito de ventas en la época victoriana, tras La cabaña del tío Tom. Este relato, que es el primer trabajo que pide abiertamente la prohibición, da para hacer siete películas diferentes, siempre con el mismo nombre, Diez noches en un bar.
Hablar del cine de la Ley Seca y de buenas películas es hablar de David Wark Griffith, un hombre que nace en Kentucky, la tierra del whisky bourbon, con sus claroscuros (racista de primera hora y un progresista social que detestaba la hipocresía), pero que fue un adelantado a su tiempo; Es el tipo que, además de sus numerosos aportes cinematográficos, rueda la primera cinta en Hollywood, dirige 520 películas, algunas de ellas gloriosas, y acuña la frase Silencio, cámara, acción!
Las primeras cintas de Griffith sobre los efectos del alcohol son en clave de comedia; de hecho inventa el concepto sitcom con una serie de cortos que inicia con La señora Jones entretiene (Mr. Jones Entertains, 1909) en la que trata, con aire burlón, las acciones de las mujeres por la templanza.
Griffith aparta el tono jocoso ese mismo año con el melodrama La reforma de un borracho (A Drunkard’s Reformation) una suerte de remake de la citada Les victimes de l’alcoolisme. Antes de acabar el año presenta la tragedia Qué hizo la bebida (What Drink Did), y en 1912 El amigo invisible (An Unseen Enemy) acerca de una empleada que roba en la casa donde trabaja mientras bebe a morro de una botella de licor.
La gran obra de Griffith relacionado con alcohol, la violencia familiar y, sutilmente, las drogas, es Lirios rotos (Broken Blossoms, 1919), la historia de una niña maltratada por su padre, un boxeador alcoholizado. Los primeros planos y la interpretación magnética de Lillian Gish —la actriz fetiche de Griffith, con quien rodó 12 películas sólo en 1912—, con suma fragilidad y etérea belleza, transforman una sencilla historia en una película especial y conmovedora.
King Vidor aporta Vino de juventud (Wine of Youth, 1924), un melodrama acerca de los ritos sociales de la juventud donde el alcohol corre a raudales. También rueda El campeón (The Champ, 1931), la historia de un boxeador alcohólico que intenta recomponer su vida por el bien de su hijo. Franco Zeffirelli hizo un remake en 1979.
El cine de humor es troncal en el Hollywood de primera hora y la presencia normalizada del alcohol forma parte de muchas de sus películas. Obviamente, sus grandes estrellas, Charles Chaplin, Buster Keaton, Harold Lloyd, Stan Laurel y Oliver Hardy, protagonizan cintas en las que el alcohol y las consecuencias de su abuso están presentes.
Las cintas de Charles Chaplin, componen una fotografía fiel, pero cómica, de la sociedad de la época. Se aprecia esta normalización y los estereotipos mencionados tanto en Charlot y Fatty en el café (The Rounders, 1914); Charlot, extraordinariamente elegante (His Favourite Pastime, 1914), como en Charlot noctámbulo (One A.M., 1916) en las que el personaje aparece borracho todo el tiempo, tambaleándose y cayéndose en clave de comicidad. Igual que su amigo millonario en Luces de la ciudad (City Lights, 1931).
Un Buster Keaton deprimido y de capa caída, rodó Queremos cerveza (What, No Beer?, 1933), una cinta acerca de unos amigos con un plan para fabricar cerveza, justo antes de que se acabe la prohibición. Keaton reconoció que la mayor parte de las escenas las rodó ebrio.
Harold Lloyd tiene dos grandes éxitos con obras en las que el alcohol es el eje de la trama. En Harold, el nuevo doctor (High and Dizzy, 1920) es un médico que conoce a una atractiva sonámbula, a la que, borracho, termina persiguiendo por las cornisas de un edificio. En El estudiante novato (The Freshman, 1925) protagoniza a un universitario que resulta humillado al asistir a una fiesta con su nuevo esmoquin que el sastre, aficionado al alcohol, le entrega solo hilvanado, y se le va descosiendo poco a poco.
Otra de las cintas acerca del consumo clandestino está protagonizada por Stan Laurel y Oliver Hardy en Dos grandes tíos (Blotto, 1930) dónde acuden a un bar con una botella de licor oculta.
Hacia finales de los años 20, los partidarios de la Prohibición, salvo los más extremistas, ya eran conscientes de su fracaso. Además, las bandas de matones como Al Capone, Lucky Luciano y Jack Diamond modernizaron la actividad delictiva en todo el país.
Bajo el control de la mafia florecen bares clandestinos, los speakeasies. Es en estos garitos donde nace la coctelería moderna, cuyo objetivo era disimular, con zumos de frutas, el mal sabor de los licores caseros. Entre los cócteles famosos que nacieron o se perfeccionaron en la clandestinidad están el Whiskey Sour, French 75, Scoofflaw, Old Fashioned, Barbary Coast, Manhattan, Mint Julep y Tom Collins. El Gin Fizz, más antiguo, era el preferido del temido John Dillinger.
Como no podía ser de otro modo surge el cine de gánsteres, en el que, vertebrado por escenas de violencia nunca vistas, se aprecia una cierta crítica social y la aparición de la figura del antihéroe. Son películas con el trasfondo de criminales tipo Al Capone, el control del tráfico de licor y la lucha entre mafias.
La ley del hampa (Underworld, 1927) de Josef von Sternberg es reconocida como la primer película destacable de gánsteres y una de las diez mejores; se trata de un cóctel en que se combina mafia irlandesa, alcoholismo, prisión y confidentes.
Una cinta paradigmática es Hampa dorada (Little Caesar, 1931), que resulta clave en el nacimiento del cine negro y, además de ser la catapulta a la fama de Edward G.Robinson, es nominada al Oscar al mejor guión.
Otras películas emblemáticas son El enemigo público (The Public Enemy, 1931), con James Cagney como un sociópata irlandés, y Scarface, el terror del hampa (1933), protagonizada por Paul Muni.
En 1929 se funda en Nueva York la Organización de Mujeres para la Reforma Nacional de la Prohibición (WONPR), para demostrar que no todas las mujeres apoyaban la templanza. Y no solo estaban en contra de prohibir el alcohol sino que cuestionaban el papel del gobierno en la regulación del comportamiento.
Es en este periodo cuando comienzan a brillar dos grandes divas procedentes de Europa: Greta Garbo y Marlene Dietrich. Sus primeros éxitos interpretativos se desarrollan en cabarets y antros de mala nota, en los que, entre el humo del tabaco y el olor a alcohol, con su mirada y su voz hacían saltar chispas en la sala.
Una escena memorable de borrachera emotiva es la de Greta Garbo en Anna Christie (1930) cinta con tres nominaciones al Oscar (mejor actriz, dirección y fotografía); además, es su primera película hablada, por lo que el público descubre su voz a través de una prostituta en busca de su padre, que la abandonó de pequeña. Y a destacar un bonus track: Garbo hizo dos versiones de la cinta, una en inglés y otra en alemán.
Ese mismo año, Marlene Dietrich, que ya había hecho varias películas mudas, rueda en Berlín —dirigida por su descubridor Josef von Stenberg—, la primer cinta sonora de Europa, El ángel azul , en la que da vida a una cabaretera que vuelve loco a un maestro sometido a bullying por sus alumnos, a fuerza de embelesarlo con su bondad, su cálida voz y sus largas piernas.
Una película muy taquillera es Alma libre (A Free Soul, 1931), en la que un abogado alcohólico se hace cargo de la defensa del ex novio de su hija, acusado de asesinato. Lionel Barrymore obtuvo un Oscar al mejor al actor, Norma Shearer fue nominada a la mejor actriz y Clarence Brown a la mejor dirección.
The Thin Man (La cena de los acusados, 1934) es la primera de una serie de comedias de detectives, en la que un detective jubilado y bebedor (William Powell, que fue nominado al Oscar al mejor actor, y su esposa (Mirna Loy) resuelven un asesinato, con una copa en la mano. La bebida de la pareja fue tan icónica que hoy pervive una copa de cóctel llamada Nick and Nora, a medio camino entre la copa de vino y la coupe o Pompadour de espumoso.
Pero la gota que colma el vaso es Baby Face (Carita de ángel, 1933) de Alfred E. Green, con una arrolladora Barbara Stanwyck que engatusa a hombres adinerados para escalar posiciones. La cinta resulta tan preocupante para los censores que se redujo en cinco minutos, incluso antes de que se hiciera cumplir el Código Hays, que se aplicó a rajatabla, inmediatamente. Y con esta película se acabó la juerga y la barra libre.
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