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Las películas de Jia Zhang-Ke y Hou Hsiao-Hsien que pasarán a la historia

En Cine y Series viernes, 22 de mayo de 2015

Emilio Doménech

Emilio Doménech

PERFIL

Los dos realizadores asiáticos han conquistado la Croisette con las muy memorables Mountains May Depart y The Assassin.

En un festival en el que durante diez días se ven más de 40 películas, la memoria juega un papel vital a la hora de decidir qué perdurará en el tiempo y qué restará en el paseo de la Croisette pisado por la muchedumbre. Cannes es un lugar en el que quedan para el recuerdo los altos y los bajos, lo fascinante y lo bochornoso, lo dramático y lo desternillante, siempre para dejar lo tedioso o lo insignificante abandonado en las butacas (ahora) negras del Grand Théatrè Lumiére.

El régimen cannois es tan dependiente de su propia conciencia que una retahíla de títulos infames bien puede destrozar la moral de los forasteros. Es por eso que las grandes películas se elevan siempre como entes luminosos en horizonte nublado. De hecho, era tal el aura de pesimismo que asolaba a los visitantes hace apenas unos días, que la salvación se ha acogido con la euforia de las grandes ediciones. Mountains may depart de Jia Zhang-Ke y The Assassin de Hou Hsiao-Hsien han sido los protagonistas de ese rescate y se han establecido ya, sin demasiados problemas, como dos de los largometrajes más increíbles de la 68 edición del Festival de Cannes.

Mountains May Depart

En Mountains may depart, Jia Zhang-Ke (Un toque de violencia) viaja a lo largo de 26 años para contar la historia de una familia china en tres actos muy diferenciados. Es un contraste entre marcos temporales que lo subraya el realizador con cambios en el aspecto formal, en los ejes dramáticos y en el trasfondo tecnológico de sus escenarios. Esto último puede parecer baladí en un filme que se dilata durante tantos años, pero aquí Zhang-Ke se sirve de la infraestructura china (trenes, aviones, aviones…) y la herencia cultural occidental (música, telefonía, armas…) para contextualizar la historia reciente de un país ya globalizado.

Mientras que en Un toque de violencia, Zhang-Ke abordaba diferentes términos de la crisis sistémica de su nación, en Mountains may depart el balance es, además de más evidente, llevado a otros muchos ámbitos: el sentido comunitario de sus pueblos, el contraste de culturas, el relevo generacional, las migraciones cíclicas o el papel meramente paisajístico de un país que nunca volverá a ser el mismo. Y no es algo que Zhang-Ke lleve a la melancolía más pesimista, por mucho que el carácter melodramático de la historia impregne toda la película, sino que su conclusión destila una aceptación positiva del cambio. Al ritmo de los Pet Shop Boys, nada menos.

Mountains May Depart

El vistazo a China es sin embargo un complemento al drama familiar que concierne, principalmente, al personaje de la aquí soberbia Tao Zhao. Sobre ella giran los acontecimientos de una película que pasa, con apenas un fundido a negro, del triángulo romántico clásico a la dificultosa relación entre una madre y su hijo en un mundo afectado por demasiados factores externos. Tras una preciosa elipsis onírica, Zhang-Ke se pierde después en un retrato futurista de tono excesivamente cargado y mensajes poco sutiles, pero son pérdidas de rumbo que si acaso convalidan el errático desarrollo de un país y una familia que han tenido que luchar contra numerosas torpezas. Son piezas perdidas que fortalecen la que es una película viva, en constante movimiento (y sufrimiento) y con la suficiente valentía como para jugarse varias cartas lejos del aspecto meramente formal.

Zhang-Ke firma en Mountains may depart un filme, ante todo, memorable. Las canciones que suenan (y se bailan) en él perduran, pero son la potencia de su historia y de su esqueleto los elementos que de verdad trascienden. La mirada que el director hace del volver al hogar, o de las implicaciones que tienen nuestros errores o sacrificios al distanciarse (o distanciar a otros) del lecho natal, atesora la sensibilidad necesaria, amén de ese susurro final, como para apelar a las emociones más primarias del individuo. Porque el tacto de las llaves de la puerta trasera, el aroma de la cocina casera de la madre y el sonido de aquella canción tantas veces repetida siempre están ahí; y el vínculo que nos pide volver siempre es fuerte; como esta película.

En un plano igual de célebre ha reivindicado su plaza en la historia del Festival de Cannes el taiwanés Hou Hsiao-Hsien, que volvía después de siete años con The Assassin, un wuxia contemplativo, estético y excepcionalmente cinematográfico, cuya existencia no se concibe si se aleja el foco de la narrativa audiovisual. Pocos literatos (y pintores o músicos) pueden siquiera soñar con alcanzar la belleza que la película de Hsiao-Hsien destila durante su aventura, en la que una asesina es enviada a matar a su primo por la amenaza que supone para la estabilidad del reino.

The Assassin (La asesina) (Shu Qi, 2015)

Ambientada en la China medieval de la lucha de hegemonías de las familias nobles que la habitaban, The Assassin reposa su relato sobre las virtudes de su superficie, un telar de seda de colores vibrantes como movido por una brisa apacible. El tembleque de la maleza, los suspiros de una vela por mantener viva su llama, el baile de una cortina y el cortar de las espadas. Son pinturas con relieve y en constante vibración, atadas a una historia de traiciones, venganzas, honor y promesas rotas, que es humilde en su línea argumental, pero rica en la profundidad de las emociones de sus personajes.

Porque en The Assassin no hay una constante conversacional que atente contra la sutilidad que profesa el filme, sino que son las acciones de los protagonistas las que mejor ilustran sus voluntades e inquietudes. Hay un bagaje dialéctico que se acumula en la primera hora, pero lo que sigue es todo versado a través del storytelling visual: un personaje lanza un corte breve a los ropajes de otro para dar una negativa, o desaparece de la estancia para evidenciar dudas, o se mantiene callado y firme para mostrar respeto, o lanza la mesa y las teteras para estallar de ira por culpa de unos celos incontrolables.

The Assassin (La asesina) (Shu Qi, 2015)

Se mencionan en The Assassin numerosos partidos involucrados en el equilibrio de los poderes del reino, pero es en realidad la intención de la narración proponer, en esencia, un retrato costumbrista que guarda la épica para la armonía de su universo de naturaleza intacta, acero cortante y kimonos impecables. Hay una inmersión absoluta en la contemplación de los escenarios de la película y Hou Hsiao-Hsien controla los encuadres para que el aspecto sea casi tridimensional. Es más sencillo (y fascinante) sumergirse en los lienzos de The Assassin que en la mayoría de las producciones comerciales de gafas de plástico.

La conclusión es que estamos ante una obra capital del cine, tanto por lo que supone como experiencia como por lo que implica al confirmar a Hsiao-Hsien como un autor absoluto, capaz de descartar las fórmulas de un género como el wuxia y adaptarlo con semejante radicalidad, y sin concesiones, a su inmaculado discurso estético y narrativo. Y será difícil que olvidemos The Assassin. Esta se queda aquí, en la Croisette, pero colgada de los techos y esperando ser coronada mañana.

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