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La noche belga: del germen del new-beat al electro

En Música 3 septiembre, 2017

Inés Calero

Inés Calero

PERFIL

Bélgica, ese país pequeñito visto como territorio de nadie y campo de batalla de Europa por excelencia también tuvo sus buenas rutas en los 80. Allí Napoleón sería derrotado en la batalla de Waterloo en 1815, hecho que pondría las bases para construir la Europa moderna. Sería más tarde, en 1830, donde se fundaría ese estado colchón que atravesar, para conquistar Occidente.

Era un país para un pueblo que había sido invadido tantas veces que ya no le importaba quien estuviera al mando. Los belgas se limitaban a hacer que habían hecho siempre: trabajar la tierra, trabajar duro, para después salir de fiesta aún más duramente.

Puesto que era lo único que podrían saber hacer, cultural y musicalmente, Bélgica hizo lo que cualquier padre aconsejaría a su hijo: búscate la vida. Y así lo hizo. No obstante, la aportación de Bélgica a la música de baile ha estado en muchas ocasiones minusvalorada e ignorada por los críticos musicales. Un juicio injusto si se tiene en cuenta que siempre ha sido de los países más devotos por los sonidos electrónicos. El simple hecho de que sea un paraíso para los diggers así lo certifica.

Exterior del club Boccaccio.

Exterior del club Boccaccio.

Para enmendar este vacío sobre su buena música de baile y la posterior explosión electrónica, el documental de Josez Devillé, The Sound of Belgium resucita la rica historia de la música de baile belga y radiografía el espíritu de una nación que bailó con ella, a través de figuras indispensables para entender la escena como Renaat Vandepapeliere, fundador de R&S Records, CJ Bolland, Joey Beltram, JD Twich y Ken Ishii.

El filme revisa cómo la música de organillos de los años 40 -aquellos aparatos que parecen prehistóricos, que funcionaban con pliegos de papel perforado- y la irrupción del soul en Bélgica prepararían el terreno para la génesis del new beat a finales de los ochenta o la explosión techno de los noventa encabezada por sellos como R&S o Buzz.

El soul americano llegaría a Europa en los 60, a través de clubs visionarios como The Groove, en Ostende, o Popcorn que, perdido entre los campos de maíz en Vrasene, atraía en las tardes del domingo a miles de valones, flamencos, holandeses e ingleses seducidos por esos sonidos desconocidos, hasta el punto de crear una subcultura de melómanos reconocidos como la escena popcorn. Soul, dance, ska, R&B incluso música latina se pinchó en el Popcorn. ¿La clave de su éxito como epicentro musical del país? El ritmo, el tempo. Sus dj’s ralentizaban los vinilos de 45 rpm a 33 rpm más ocho. Así, «Comin Home Baby» sería un clásico del Popcorn, pinchándolo adrede a velocidad errónea.

Corrían los 70 y la locura se desató: los dj’s belgas invertían cada céntimo en discos y singles extraños, de modo que las mentes emprendedoras que supieron prever el boom en la industria del disco plagaron el país de tiendas de discos de importación para abastecer a quienes diseñaban la noche belga.

Sin embargo, como todo género músical, la música disco-soul se volvió tan comercial que implosionó. Los productores pop quisieron añadir un poco de sintetizador para seguir la evolución del momento. El punk de los Sex Pistols ya existía como respuesta contracultural, no obstante los productores belgas optarían por rebelarse con sonidos electrónicos. Existía música oscura y matemáticamente perfecta como la de Kraftwerk, pero no había dureza ni rebeldía.

Quizás lo que aportaron los dj’s belgas fue eso: una rebelión a la música de baile. Al mezclar las tendencias más oscuras con temas pop poco conocidos y marginales, los dj’s eclécticos le dieron a Bélgica un sonido único en el mundo. Se grababan y programaban sonidos caseros electrónicos, duros y repetitivos, que se pinchaban en Ancienne Belgique (Bruselas) y en Valhana (Amberes). La guerra fría estaba muy presente y esa oscuridad caló en la opinión pública. Se llamaban new wavers, cold wavers, electo wavers, pero simplemente sonaba a negro, a oscuridad. Así, Front 242 o Lords Of Acid, sólo podían ser belgas.

Del germen del new-beat a la cuna del electro.
Entre sorpresa y euforia, el new-beat incendió las pistas de baile de las discotecas de todo el país. Descontrol, drogas, flashes y más fiesta. La extravagancia y el desenfreno eran las vías de escape, como bien ilustra la película Belgica (2016), de Felix van Groeningen. La meca del new-beat underground sería el espectacular Boccaccio, una megadiscoteca cerca de Gante, cuyo interior simulaba el oscuro infierno o una película ralentizada, hasta que fuera cerrada en 1993.

Por aquel entonces Madonna cantaba La isla bonita y fue destronada de las listas de éxitos del país por nuevos artistas que pinchaban new-beat. Así, cuando todavía se consideraba underground, el club Confetti’s empezó a crear lo que la gente esperaba oír y bailar hasta hacerlo viral. Así, «This is the sound of C» sería el himno del movimiento y acabaría siendo el principio del fin de un new-beat comercial desprovisto de significado.

De coquetear con el new beat y cavar su tumba se extrajo experiencia y conocimiento, siendo el preludio de algo más grande: la música electrónica de los 90. Los sonidos agresivos que nadie se atrevía a pinchar en las fiestas catapultaron a los productores flamencos a la fama. Así, los mismos que crecieron con Led Zeppelin y Black Sabbath, ahora creaban su equivalente en el dance más oscuro, cuyos riffs acabarían influyendo en el sonido rave británico.

Entonces sólo quedaba una cosa por aparecer: las macrodiscotecas. Y con ellos, las drogas, el sensacionalismo mediático, los redadas policiales y una ruta de discotecas vista como el diablo social que poco o nada tendría que envidiar a la ruta del Bakalao valenciana.

Esta exitosa burbuja dance si bien colocó al país de las patatas  fritas y los mejillones en el mapa, también dejaría musicalmente huérfana a toda una generación e influiría de manera decisiva en la escena electro venidera. De hecho, Soulwax –conocidos como 2manydjs–, son herederos,  de alguna manera, de esa cultura popular. Tampoco extraña que la sala Fuse, en Bruselas, sea el templo escogido para que bandas como Justice presenten su álbum de manera exclusiva –y gratuita–, además de traer a Laurent Garnier o Dave Clarke.

La enérgica escena made in Belgium nunca ha tenido tantos movimientos como entre el 85 y el 95. Hasta que el talento fortuito belga decida alzarse de nuevo.

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1 comentario

  • ROGER24

    ROGER24 5 julio, 2023 7:29 pm

    Hola. Buen resumen de lo que fue Bélgica y el New Beat y su semblanza (posiblemente anterior) a la movida valenciana y sus «ruta destroy» y «ruta del bacalao», pero esto es tal cual lo que aparece en el documental “The Sound of Belgium”: https://youtu.be/Ae0lywNotVk

    Un saludo.