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Cine y Series

Debe ser la estación de la bruja: 3 filmes de terror

En Hermosos y malditas, Cine y Series 13 agosto, 2019

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

La estación del verano no es propicia para los grandes estrenos cinematográficos, pero si uno mira bien la cartelera se puede encontrar con algunas sorpresas. Concreta y felizmente (me encantan las películas de terror) las sorpresas que uno ha podido encontrar estas semanas cuando ha querido refugiarse en una sala de cine huyendo de lo que llaman larga ola de calor (peligroso eufemismo del calentamiento global) han sido tres películas de miedo o de cine de terror.

Por ir de menos a más, la tercera sorpresa ha sido la última en estrenarse: Historias de miedo para contar en la oscuridad, producida por Guillermo del Toro, tiene como mejor baza, no la producción del superpremiado mejicano, sino la dirección de André Øvredal, el responsable de la que para algunos de nosotros es uno de los mejores títulos de terror del siglo XXI: la fabulosa La autopsia de Jane Doe (Øvredal, 2016) premio Especial del Jurado en el Festival de Sitges de aquel año y ganadora del Fantastic Fest. En ella Øvredal, el director de cine y guionista noruego responsable de una película que uno hace mucho tiempo que quiere ver, Trollhunter (Øvredal, 2013), se sacaba de la manga una joyita de poco menos de hora y media, un filme tenso que levantaba el vuelo cada vez que parecía caer en algún lugar común para convertirse en un verdadero soplo de aire fresco en la línea del terror puro de Carpenter y que, al igual que estas Historias de miedo para contar en la oscuridad, tenía un arranque excepcional.

Ambientada en los años 70, con el trasfondo de la presidencia de Nixon y la guerra de Vietnam, Historias de miedo para contar en la oscuridad no oculta desde los estupendos títulos de crédito, la elección del tema musical Season of the Witch de Donovan y Shawn Phillips y la ejemplar presentación de los personajes principales su clasicismo narrativo, su querencia gótica, y quizás también, lo que ya es un rasgo (un tanto cargante, todo sea dicho) de Guillermo del Toro su romanticismo y el peor defecto del autor de Mimic: su tendencia hacia un cine sobrenatural edificante.

Es cierto que durante demasiada parte del metraje la película parece más del director de El laberinto del fauno o La cumbre escarlata que del autor de La autopsia de Jane Doe, lo que para mí es algo negativo. Además, hasta la fecha no ha habido ninguna criatura del bestiario de Del Toro que haya dado miedo de verdad. Ese es, quizás, el mayor lastre de una película que no es (como algunos insisten) una película de episodios sino una historia que ha querido integrar las leyendas folclóricas de Alvin Schwartz en una cinta juvenil. Sin embargo, hay un momento en el que uno se percata de que está viendo cine puro muy bien dirigido con una sucesión de encuadres imaginativos que son sendos homenajes a los clásicos aún recientes: la llegada a la casa apunta a La leyenda de la mansión del infierno de John Hough, hay guiños a Phantasma, a Scream y a muchas otras del imaginario emocional de este género quizás con el fin de enganchar a los sustos a una nueva generación de espectadores.

Lo mejor (que no es poco) reside en los hallazgos visuales de Øvredal, en la modélica presentación del particular grupo de amigos loosers, un lugar común en la línea de It, Stranger Things y tantas otras, pero que funciona realmente bien tanto por el empoderamiento latino muy bien traído (el joven de origen mejicano Ramón Morales es un tipo valiente que se niega a ir a Vietnam) como por lo simpatiquísimos que resultan en las relaciones entre ellos, como, finalmente por el personaje interpretado por la fotogénica y jovencísima pelirroja Zoe Margaret Colletti, la prometedora escritora de terror Stella Nichols fascinada por el cine que nos está ocupando aquí y que uno imagina levitando como una bruja en una presumible segunda parte o escribiendo con sangre en la estela del cuento «Los muertos tienen autopistas» de Clive Barker.

Zoe Colletti

@ZoeColleti

La segunda sorpresa agradable de la cartelera es la esperada Midsommar de Ari Aster, quien consigue con creces estar a la altura de sí mismo. Tras una serie de cortos prometedores, cabe recordar que Ari Aster se convirtió en un nombre de moda tras las primeras críticas de la fascinante Hereditary, un filme al que no beneficiaron demasiado algunos de los comentarios un tanto equívocos de los que vino precedida («El exorcista del siglo XXI», decían).

Una vez repuestos de la distancia entre las expectativas personales y la película tal cual era (es decir, una vez se digirió una cierta decepción), lo bien cierto es que quedaba en la memoria un artefacto exigente capaz de crecer gracias a un guion tan bizarro como bien articulado, tan calculado como original y gracias también a algunas de las mejores escenas de este injustamente denostado género: la decapitación y el subsiguiente estado de shock, la escena iluminada por los radiadores, la aproximación hacia los elementos deformados, los cinco minutos finales.

Ahora, lo mejor de Midsommar, según lo veo, es de nuevo toda su mirada en miniatura, la forma del relato (distancia foco, composición de planos, travelings de tensión creciente, transiciones vertiginosas entre la poesía pastoral y el gore) la actuación femenina: la actriz británica Florence Pugh que protagonizó la feroz Lady Macbeth (William Oldroy, 2016) y también el manejo del tempo y del sonido para sustituir los golpes musicales y otras lacras del género por un creciente y turbio malestar, donde todo puede pasar (como de hecho sucede en la escena de los ancianos asomados al abismo, quizás el gran momento de esta fiesta del solsticio o noche de San Juan).

Midsommar pasará a ser uno de los referentes del terror a la luz del día como han pasado a la historia del género algunos de los mejores momentos de El otro (Mulligan, 1972, Los chicos del maíz (Fritz Kierscho, 1986) y por qué no, de ¿Quién puede matar a un niño? (Ibáñez Serrador, 1976). Sus imágenes luminosas, enfermizas y amarillas quedarán impresas en nuestra cabeza como un cuadro de girasoles de Van Gogh.

La última entrega de Annabelle (su vuelta a casa) ha elevado mucho la marcha de la serie, pero he querido reservar para el final, la más pequeña y humilde de todas las sorpresas de este verano de terror y que a mí, quizás por esa alegre falta de pretensiones, por su corazón de serie B, por el personaje divertido, ocurrente, humano y placentero (en la línea de los mejores personajes femeninos de Woody Allen) interpretado maravillosamente por Aubrey Plaza, la mejor película de terror de este verano, el inteligente reboot del muñeco diabólico, Child’s Play del también noruego Lars Klevberg.

Hermosos: personajes femeninos de Aubrey Plaza, Zoe Margaret Colletti y Florence Pugh.

Malditas: emisiones de efecto invernadero.

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