As de bandidos, Arlequín del odio, Payaso del Crimen, los nombres de Joker, las versiones sobre su origen, la evolución (e involución) de su personalidad, podrían haber acabado con cualquier otro personaje de ficción que, además, hubiera sido moldeado una y otra vez mediante las diferentes aproximaciones con que lo han configurado directores y actores en su adaptación a cine, televisión y videojuego, a lo largo de medio siglo.
Sin embargo, el villano que encabezó el top de los malvados en la revista The Wizard, se ha visto reforzado con cada nueva versión, a pesar de los epic flops. Creado para DC Comics en 1940, por un Bob Kane de veintitrés años, y solo uno más tarde que su némesis Batman, el Guasón ha sido loco, terrorífico, maníaco, bromista, sádico, rebajado de malignidad por la Comics Code Authority y rehabilitado en 1973.
Cada una de las reencarnaciones de Jack White, Jack Napier, Arthur Fleck, Jerome Valeska, ha insuflado nueva vitalidad a un personaje que explícitamente ha jugado sin cesar con la indefinición y la confusión sobre sus propios orígenes —A veces lo recuerdo de una manera y otras veces de manera diferente. Si voy a tener un pasado ¡Que sea de opción múltiple!
El definitivo comodín de la baraja del mal nos ha reflejado más de lo que pensamos. Entre 1966 y 1968, desde la apostura de sus 1,91 y sin molestarse en afeitar su bigote bajo la máscara blanca de bufón, César Romero encarnó la versión más familiar del malo frustrado entre poum y kaboum. Entrando en la última década del siglo pasado, la carrera de Tim Burton reforzó su aura gótica y el talento para crear mundos propios con una adaptación donde, al ritmo sexy de Prince, el nuevo Joker podía haber vestido, tras un resacón en un night club de Fukushima, las mismas chaquetas cruzadas que Jack Nicholson en Chinatown. Tal fue la identificación en una versión (interpretada a los 52 años) que parecía fusionar a todos los locos inquietantes que el protagonista de El resplandor había interpretado antes.
La considerada en su día como la cima de todas las versiones posibles se tuvo que enfrentar en 2008 (because the times are changing) a dos nuevas estrellas emergentes en El caballero oscuro: Christopher Nolan, que venía con buenas notas tras Memento y Batman Begins, habiendo demostrado en qué consiste una lectura madura del clásico popular, y la bestia actoral Heath Ledger, que a los veintiocho años y poco antes de su muerte encarnó al más joven Joker de la historia, solo superado por Cameron Monaghan, el joven Ian Gallaher de Shameless, que con 24 llevó el personaje a la serie Gotham (2014-2019).
Con banda sonora de Hans Zimmer, el genuino rey del caos compuso un espectacular personaje, profundizando en su encarnación, llevando la atmósfera y oscuridad de la segunda incursión de Nolan a una nueva categoría. Por primera vez, Joker asustaba, sus reacciones no se podían prever ni justificar en una interpretación tan intensa que robaba el show. Siniestro, atormentado, con un propósito criminal inquietantemente aleatorio, asesino que juega con sus víctimas como un gato con un ratón, psicológicamente perturbado como otros psicópatas del nuevo milenio, el oponente de Bruce Wayne sonrió cuchillo en mano como nadie antes hizo.
Hasta que llegó Phoenix, Joaquin Phoenix, y Todd Phillips le plastificó una tarjeta donde explicaba a quien le mirara mal que su risa o llanto incontrolados y repentinos, desfasados respecto a las normas de cortesía y urbanidad, se debían a una lesión neurológica que dejaba sus expresiones emocionales fuera de control —Forgive my laughter. I have a condition.
Por primera vez, asistimos al día a día del bufón, en el trabajo, en su casa, le acompañamos a ver la tele, a acostar a su anciana madre Penny (Frances Conroy), enamorarse en secreto de Sophie (Zazie Beetz), a asistir a terapia y seguir con su medicación, como si no estuviéramos viendo a un malvado de cómic, como si mereciera tanta atención como los buenos, que comen, duermen, salen con sus novias, mientras los malos solo muestran el rostro de la violencia, la venganza, el odio, en una puesta en escena propia del ámbito del delincuente, aquí provoco una explosión, allí apuñalo, te secuestro o hago descarrilar un tren.
Justamente, esa cercanía al personaje de Arthur Fleck es una de las aportaciones del director de Resacón en Las Vegas (2009) y su coguionista Scott Silver —su marca eleva el concepto con escenas como la del enano abriendo la puerta—, que llevan un paso más allá al Joker convirtiéndolo en un personaje camp y contemporáneo a la vez.
La magna interpretación de Phoenix, cuyos colegas nominados al Oscar no deberían molestarse en acudir a la gala, no debe escondernos el bosque en el que se encuadra, construido con un guion aparentemente esquemático, pero en el que todo encaja con precisión. Ambientada en 1981, con un sobresaliente diseño de producción de Mark Friedberg (Viaje a Darjeeling, Paterson) y fotografía de Lawrence Sher, no describe únicamente un paisaje de época sino que viaja al pasado con el bagaje de un mundo que ha evolucionado en cuarenta años.
En ese mismo año, el Bronx fue escenario del rodaje de Distrito Apache, con Paul Newman y Ed Asner luchando contra las bandas; Nueva York reelegía a su alcalde demócrata Ed Koch, entre bolsas de basura que la mafia impedía recoger por una huelga que duró dos semanas; la MTV se estrenaba emitiendo “Video Killed the Radio Star”; los casos de SIDA ascendían a un centenar y Keith Haring colgaba su primera exposición, mientras sus grafiti se disfrutaban gratis en los solares del Lower East Side. La Gotham de Joker refleja mejor que ninguna otra su época, pero también un weltanschauung más propio del siglo XXI.
¿Soy yo o la gente se está volviendo cada vez más loca ahí afuera? Quizá no hemos cambiado tanto y solo llamamos a las cosas por otros nombres, pero es innegable lo oportuno de emparentar a los reyes de la comedia y del caos, porque ¿en qué se basa el humor sino en la subversión? Taxi Driver y El rey de la comedia, los referentes de Todd Phillips sobre los que se sustenta su película son tan explícitamente obvios que lejos de redundar se manifiestan como elementos de la narración creando un nexo que recorre cuarenta años de distancia.
Arthur Fleck se nutre del terrorífico Travis Bickle, su hartazgo y su letal transformación, y del inquietante obsesivo Rupert Pupkin, convencido de su talento, para exhibir las consecuencias del culto a la fama en una plasmación cumbre del personaje. En un mundo ajeno aun a Internet, sus imágenes y actos se transmiten rápidamente con una viralidad propia de un video de YouTube, en un ritmo temporal contemporáneo que se traslada a los ochenta.
Ni anarquismo ni compromiso, la rebeldía contagiosa de Joker es una reacción violenta sin coartada, las máscaras de payaso no valen lo mismo que las de Guy Fawkes. El ansia de celebridad alimentada por el entorno, como reacción a la soledad y el desarraigo del incel, terrorista potencial, se resuelve con violencia ante la frustración cuando Fleck elige la vía Bickle, mientras no podemos evitar imaginar a Murray Franklin (Robert de Niro), el presentador estrella, como un Pupkin finalmente célebre. Joker ofrece a los personajes de Scorsese una segunda oportunidad de no tomarse tan en serio y seguir el ejemplo de todo un icono pop.
Joaquin Phoenix compone un Joker de una fisicidad absoluta, su extrema delgadez dota de una flexibilidad y fluidez extrañamente hipnótica a sus movimientos, que no ocultan la inspiración chaplinesca. La música de Hildur Gudnadóttir (Chernobyl, ganadora de un Emmy) y la provocadora “Rock and Roll, Part 2”, el éxito setentero del condenado por pederastia Gary Glitter se acoplan y funden en nuestra memoria en una nueva marca interpretativa, colaborando a que la empatía sea posible en un filme que definitivamente afirma el talento de Todd Phillips para crear blockbusters que se disfrutan y recomiendan sin culpabilidad.
Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!