Woody Allen ha vuelto a París… y al buen cine, con Golpe de suerte (Coup de chance, 2023). En su primera película rodada en francés, el director, que está siendo objeto de cancelación en los últimos años, nos ofrece una película que, sin ser obra maestra, está a su altura. Con una historia muy sencilla, en su estilo de mostrarnos moralejas sin moral, con vericuetos argumentales que siempre juegan con el azar, Coup de chance nos ha cautivado con las características que nos hacen seguir confiando en que la próxima película de Woody Allen será mejor. Las ganas que le tenía el público del 80º Festival de Venecia (en el mejor sentido) y que ha aplaudido ya los créditos previos, como muestra de cerrado apoyo al creador, se han visto recompensadas, disfrutando la mejor película del director desde Blue Jasmine, exacto, desde hace diez años.
La dificultad de Allen para producir y distribuir sus películas a causa del puritanismo estadounidense, le ha convertido en la vida real en el personaje de Un final made in Hollywood (2002), en una pirueta metacinematográfica, en que se ha podido beneficiar de la incondicional relevancia de que goza en Europa, donde las especulaciones sobre su vida privada no han ensombrecido el reconocimiento de sus cualidades artísticas. Hablando de cine, que es de lo que se trata aquí, hemos disfrutado de una comedia con todos los ingredientes para que resulte tan elegante y entretenida, como juguetona y de una transcendencia equiparable a un cuento moral à la Allen.
Lou de Laânge y Melvile Poupaud en Golpe de suerte.
Los protagonistas de Golpe de suerte son un joven matrimonio parisino formado por Fanny (Lou de Laâge) y Jean —millonario financiero, interpretado por Melvil Poupaud, el actor del momento—, y el tercero en discordia, el escritor Alain (Niels Schneider), un antiguo compañero de Fanny del liceo francés de Nueva York, que se reencuentra en París con quien fuera su amor secreto. El cuadro se completa con una excelente Valérie Lemercier, madre de la protagonista, que adquiere una presencia importante a lo largo del filme. La infidelidad, el secreto, la nueva ilusión, los celos y el drama están servidos.
Una de las mejores bazas estilísticas de Allen es un sentido del ritmo inigualable. Su oído musical no puede ser ajeno al perfect timing de sus películas, que hace progresar la acción de una manera tan fluida y firme que el montaje se vuelve absorbente. El equilibrio entre comedia y tragedia solo depende del azar, de la casualidad y la acción del tiempo sobre los actos de sus personajes. Hallar el tono adecuado sin que la balanza se incline en uno u otro sentido es privilegio de maestros y con 50 películas, casi todas memorables, Allen nos brinda obras que pueden presumir de bordar lo que a otros directores hace naufragar.
Lou de Laânge y Niels Schneider en Golpe de suerte.
Los misterios detectivescos, la gente normal que oculta en su interior a un delincuente son motivos recurrentes en el cine de Allen, que nos hace sospechar de todos. Al estilo de La ventana indiscreta, los personajes dudan, magnifican pequeños detalles y encuentros azarosos, para atar cabos y llegar a conclusiones parapoliciales que dejan por el camino matrimonios rotos o abren nuevas sendas al amor. Los cambios de suerte están ahí para quien los merezca, pero esa meritocracia que defiende ardientemente Jean, justificando una fortuna que no ha salido de la nada, es siempre un arma de doble filo en las manos del director de Annie Hall.
Un oftalmólogo, dos hermanos con un proyecto de inversión o un broker pueden servirse del crimen como de una herramienta eficaz para sus fines sin que sea su actividad principal, pero a donde eso les conduce no siempre está bajo su control. ¿Depende el éxito de la empresa de la ética de la finalidad?
La leyenda de que Allen no dirige a sus actores —que algunos de ellos han divulgado—, nos hace pensar que la interpretación de Poupaud ha sido un poco excesiva, aunque por otra parte lo caricaturesco de su rol nos incline a pensar en un estilo deliberado, de comedia de boulevard. Sin embargo, quien brilla sin pausa es Lou de Laâge, un tremendo acierto de casting. Con sus grandes ojos y labios carnosos es capaz de expresar tantos matices como diferentes emociones habitan su personaje. Su estilo de actuación y su físico son una fusión de Jeanne Moreau, Leslie Caron y la joven Jane Fonda de su periodo francés. El candor, la angustia, la ilusión del amor, el tedio del matrimonio y la depresión de la pérdida se reflejan en su interpretación con verosimilitud y demuestran un genuino talento. No podemos decir lo mismo de la química entre ella y su amante, pero nadie es perfecto, nos compensa con creces la vis cómica low key de Lemercier.
La fotografía de Vittorio Storaro nos ofrece un otoñal ambiente sin parafernalias ni efectos, transparente y mesurado, incluyendo algún recurso al gran angular expresivo para remarcar estados emocionales extremos de los personajes. La banda sonora incluye diversos temas de jazz, esta vez no de los años 20 y 30 sino de los sesenta, como el «Cantaloupe Island» de Herbie Hancock. En un ambiente propio de la alta burguesía, en apartamentos lujosos y casas de campo con coto de caza, los personajes de Golpe de suerte no divagan, no estamos ante una película hablada de neuróticos sin preocupaciones materiales, sino ante una estilizada de historia de adulterio y venganza. El desclasamiento de Fanny nos muestra que tras un fallido matrimonio con un artista ha encontrado una estabilidad tediosa con Jean, aunque su propia personalidad se siente más atraída por el tipo bohemio. Ahí reside el sesgo social de la historia, el debate entre lo acomodaticio y lo pasional, el arribismo y el old money, que Allen lleva hasta las últimas consecuencias, porque de la muerte nunca se vuelve.
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