Manu Ríos canta en playback el tema de Amalia Rodrigues que da título a la película “Extraña forma de vida”, en el arranque de una historia de amor que pide una segunda oportunidad. La voz de Caetano Veloso produce un extraño efecto emergiendo de los labios de uno de los cuatro efebos que Almodóvar incluye en el film, pero la falta de sincronía entre la expresión, la letra y el sonido no afecta a la técnica sino a la emoción. Sin embargo, es esa especie de cantar de ciego la que introduce en la acción a un tipo duro, un cowboy que llega a caballo a Bitter Creek. Silva (Pedro Pascal) ha cruzado el desierto para reencontrarse con Jake, ahora “el sheriff Jake” (Ethan Hawke). Desde el momento en que una conexión invisible une sus miradas, casi podemos sentir el estremecimiento controlado de sus cuerpos, mientras sus voces hacen estallar en segundos la pantalla y nos olvidamos de golpe del pipiolo cantarín, porque no hay más espacio en nuestra cabeza que para Silva y Jake.
De vuelta al far west comprobamos que desde el primero de los 31 minutos que dura su aventura, el director de Volver tiene la lección bien aprendida, demostrando que una película de vaqueros en el desierto de Tabernas, incluyendo además un actor español (Pedro Casablanch) puede resultar original tras haber sido filtrados sus códigos, que son asumidos con un respeto casi reverencial, solo lo justo para permitirse una evocación tan personal como enriquecedora. Este queer western no copia referentes ultrautilizados y de alcance universal, para degradarlos o someterlos a un lavado de cara ni para fabricar un producto de puro explotation como fue el spaghetti western con las conocidas y benditas excepciones que todos tenemos en mente.
Almodóvar comprende profundamente el género y es capaz de manipularlo y hacerlo suyo, para vehicular un romance que reflexiona sobre la posibilidad de cambiar la historia. Donde Ang Lee en Brokeback Mountain imposibilitaba la línea argumental que condujera a un desenlace realmente transgresor, el director de La piel que habito no se rinde y nos permite jugar con la idea de una pareja de cowboys gay en lo que sería la continuación de su apasionado encuentro de juventud.
Si la melancolía del jinete que se aleja hacia la puesta de sol es una constante del western, con su soledad asumida y su extrañamiento en una sociedad que lo explota y lo rechaza después, los protagonistas de Extraña forma de vida se enfrentan de diferente forma a la necesidad de cambiar de vida. Antiguos pistoleros a sueldo, Jack y Silva vivieron su momento durante 60 días en que Méjico fue su paraíso de pasión, pero 25 años después, la decisión de no seguir juntos y hacer vidas separadas, cambiando de oficio no ha significado un portazo final a su historia de amor.
El director aprovecha las claves del género para impregnarlas de un significado que a su manera también presentó Jane Campion en El poder del perro, pero la propuesta del manchego va menos en cuanto a la identidad sexual y los roles de género, o a las diferencias de estatus social que en cuanto al romance en sí. ¿Deberíamos o no? es también la pregunta, pero ligada a otros intereses en conflicto, donde entra el juego de lealtades y valores tan idiosincrático de género. Y en este sentido también, los referentes que acuden a nuestra mente son múltiples y bajo los nombres de los más grandes representantes del género, siendo Duelo en alta sierra (Sam Peckinpah, 1962), con la pareja formada por Randolph Scott y Joel McCrea, una de las primeras películas con la que la asociamos.
Hemos hablado del primer encuentro de los antiguos amantes —aunque también vemos en flashback el primer beso de los jóvenes Jack y Silva (Jose Condessa y Jason Fernández)— donde la química entre Hawke y Pascal es innegable, pero los recursos de Almodóvar para mostrar los avances y los verdaderos sentimientos de la pareja son remarcables. Los primerísimos planos de sus rostros son como cuerpos abiertos en canal, los numerosos gestos, como prestarse la ropa interior, hacer la cama, la herida de bala, y ciertos comentarios nos transmiten un erotismo lejano al arrebato con que el director nos ha apabullado en otros filmes, pero incluso más potente, que nos permite imaginar la continuación de la historia en una cotidianidad amorosa de pasión duradera.
La planificación de las escenas, y especialmente la del duelo triangular con su eco profundo en el juego de sentimientos en conflicto, es impecable, fotografiada con un color que Alcaine eleva a la pura memoria cinematográfica. La música de Alberto Iglesias, que tras catorce películas es inseparable del director, es evocadora sin clichés. Extraña forma de vida ha sido producida por Yves Saint Laurent y Silva y Jake aparecen enfundados en los diseños de Anthony Vaccarello, más clásicos de lo que parece, por ejemplo, la chaqueta verde de Silva está inspirada en una similar que lució John Wayne en la pantalla.
Yves Saint Laurent, seguirá produciendo películas similares a Extraña forma de vida, en el futuro. Esta es la primera casa de moda que amplía negocio en la producción cinematográfica, deseando que el impacto de sus diseños sea más duradero en película que en una pasarela. Con esa voluntad de permanencia, Vaccarello anunció que sus próximos partenaires serían Paolo Sorrentino, David Cronenberg, Abel Ferrara, Wong Kar Wai, Jim Jarmusch y Gaspar Noé.
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