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El escándalo Kechiche (en 10 cómodos pasos)

En Cine y Series viernes, 31 de mayo de 2019

Philipp Engel

Philipp Engel

PERFIL

Vaya por delante que, como cualquier crítico y/o cinéfilo, no acudo a los festivales a juzgar a las personas, sino a valorar las películas, y ante todo a disfrutarlas. Y Mektoub My Love: Intermezzo, de Abdellatif Kechiche, que fue la última película que pude ver en el Festival de Cannes, se reveló como un inmejorable fin de fiesta, una sesión épica como pocas, posiblemente inolvidable.

Uno

Como es harto sabido, la anterior visita a Cannes del director francés de origen tunecino, con La vida de Adèle (2013), fue absolutamente apoteósica: el aplauso prácticamente unánime de la crítica culminó con una extraordinaria triple Palma de Oro, para la película, y para las dos protagonistas de aquel tórrido, a la par que emocionante, romance entre dos mujeres: Adèle Exarchopoulos, que regresó a competición este año con Sybil, de Justine Triet, y Léa Seydoux, que volvió a la Sección Oficial en esta edición con Roubaix, une lumière, el infravalorado polar humanista de Arnaud Desplechin. Queda para el recuerdo la foto del director, flanqueado por sus actrices hechas un mar de lágrimas. Pero la gloria no tardó en quedar empañada con mucho dolor. De entrada, ya durante el festival, algunas voces discordantes, que fueron ganando amplitud con posterioridad, señalaron que, para ser una historia de amor lésbico, aquello estaba más cerca del porno normativo heteropatriarcal. La mirada de Kechiche era la de un salido, que gozaba con tener a su disposición a dos hermosas mujeres, completamente desnudas y realizando acrobacias eróticas siguiendo sus indicaciones.

Adèle Exarchopoulos, Léa Seydoux y Abdellatif Kechiche

Adèle Exarchopoulos, Léa Seydoux y Abdellatif Kechiche desbordados por la emoción.

Exarchopoulos se mostró más comedida. Pero Seydoux, ya por entonces considerada como una de las máximas estrellas del cine galo (además de nieta del todopoderoso Jérôme Seydoux, que figura en los créditos, qué cosas, como productor de Canto Uno y de Intermezzo), denunció las “horribles” condiciones del rodaje, señalando lo dicho, que Kechiche las explotó hasta lo indecible, sometiéndolas a interminables sesiones de cama, para lograr su escena de sexo soñada. A todo esto se sumaron las quejas, tampoco baladíes, del resto del equipo, que también denunciaron las extenuantes condiciones del rodaje, algo particularmente grave en un país donde todos los aspectos de la producción de un filme están regulados al milímetro. Kechiche, un director que ya tenía cuatro notables películas a sus espaldas, había llegado a lo más alto en el mismo instante en el que pasaba de cineasta prestigioso a director maldito. Y mientras, el I Follow Rivers, de Lykke Li, volvía a sonar en todas las discotecas.

Dos

Ya ejerciendo de director maldito en toda regla, Kechiche se vendió la Palma de Oro para financiar su siguiente, y muy ambicioso proyecto, Mektoub my Love, que al principio tenía que ser una sola película. Ya son dos, y va camino de convertirse en trilogía, para enfado (comprensible) de los productores, con los que hubo litigio. La película, al menos la primera entrega, es una muy libre adaptación de la novela autobiográfica de François Bégaudeau (el profe protagonista y autor de La clase, de Laurent Cantet, otra Palma de Oro) publicada en 2011 con el título de La blessure, la vraie (inédita en castellano). Kechiche me preguntó si podía traicionarme al adaptar la novela, y le dije que sí, siempre y cuando hiciera una gran película, confesó el escritor. Las traiciones, tan habituales en cualquier adaptación, son evidentes. Kechiche trasladó la acción del Norte de Francia a su hábitat natural, ese Sur mediterráneo en el que se desarrollan películas como La escurridiza (que reveló a Sara Forestier) o Cuscús (en donde ya aparecía Hafsia Herzi, la tía en Mektoub), y también, de forma menos explicable, cambió el marco temporal (del verano de 1986 al de 1994), además de la edad del protagonista, que ya no es un adolescente.

Mektoub, My Love: Canto uno (Abdellatif Kechiche, 2017)

El guapo Amin (Shaïn Boumedine) no está obsesionado con perder la virginidad. Aunque también regresa a casa para pasear una mirada distinta sobre su grupo de amigos, es más mayor, y, parapetado tras su irresistible sonrisa, lejos de entregarse a la ininterrumpida dinámica de seducción de sus amigos de infancia, sufre en silencio de la imposibilidad de encontrarse con el amor de su vida, que además tiene nombre de tragedia. Ella es la inmensa Ophélie Bau, también Ofelia en la ficción (como ya ocurrió con Adèle), actriz revelación que, en la película, no solo está a punto de casarse con un soldado que queda fuera de plano, sino que además mantiene una tórrida aventura clandestina con el primo de Amin, el chuloplaya Tony (interpretado por Salim Kechiouche, visto en La vida de Adèle). La primera entrega de Mektoub se plantea pues así, como el regreso a casa de un romántico, que se siente desubicado en un entorno hedonista y dionisíaco, donde impera el deseo y no hay rastro de amor.

Tres

Llama la atención que, por mucho que Amín sea un fotógrafo aspirante a cineasta que aspira a retratar a Ophélie desnuda, la mirada de Kechiche parece más emparentada con la de Tony y los amigos de este, que invierten el verano en perseguir francesitas (diminutivo puesto adrede) por las playas de Sète, población mediterránea célebre por ser la tumba de Georges Brassens, que rogó, en forma de canción, ser enterrado ahí. La mirada de Kechiche no es la de un tímido fotógrafo enamorado, sino todo lo contrario. El efecto es levemente discordante, y no tiene mayor importancia, sino es evidenciar que Amín, y sus inquietudes, no son más que un pretexto. Parece obvio que Kechiche tan sólo utiliza a Amín para ser brutalmente honesto con sus orígenes, en una suerte de nostálgico adiós al macho, para el que remonta a un edén anterior a las redes sociales, los teléfonos inteligentes, y el ligoteo virtual. No se puede obviar, por mal que quede, que el entorno ultramachista que nos presenta, está marcado, en parte, por la ascendencia musulmana de los personajes, en su vertiente más occidentalizada, en permanencia regada con abundante alcohol, tanto en la playa como en la discoteca.

En la segunda entrega, uno de ellos llega a explicitarlo más o menos así: Ellos pueden hacer lo que quieren, mientras que sus hermanas tienen que mantenerse alejadas de tipos como ellos. En la playa se dedican a ligar con francesas de origen no musulmán, a excepción de Ophélie cuyos amores prohibidos deben permanecer ocultos, so peligro de pena capital. Está claro que la mirada de Kechiche hacia esta pandilla entregada a las noches sin freno es completamente empática, sin un ápice de crítica censuradora como la que impera en Twitter. Pero, ¿acaso tiene por qué serlo? Al fin y al cabo, la grandeza de Cannes reside en que puedan cohabitar miradas diametralmente opuestas como las de Kechiche y Céline Sciamma, que han firmado las dos grandes películas de esta edición. Y la de Sciamma no es extraordinaria por ser feminista. Lo es por motivos genuinamente artísticos.

Mektoub, My Love: Canto uno (Abdellatif Kechiche, 2017)

Cuatro

Sea como fuere, en cuanto a Mektoub My Love: Canto Uno (2017), Cannes no lo vio claro, Kechiche no llegó a tiempo, o los problemas legales con los productores impidieron que la película aterrizara en La Croisette. Lo hizo unos meses después en la Mostra de Venecia, donde provocó una primera gran polarización crítica. Algunos vieron una obra maestra sin paliativos, un regocijante canto al hedonismo juvenil veraniego, una celebración de la vida, que confirmaba a Kechiche como el más digno heredero de Maurice Pialat. Y otros se mostraron francamente molestos por la mirada de Kechiche, ávida por inmortalizar cada centímetro del cuerpo femenino y mucho más desapegada en cuanto a la geografía masculina, aspecto que se prolonga en Intermezzo, donde el cineasta tampoco saca penes, pese a que, en ambos filmes, destacan dos largos encuentros sexuales marca de la casa.

De nuevo, tampoco estamos muy seguros de que sea muy lícito reprochárselo, otra cosa es que guste o no, que incomode o no incomode. Pero Kechiche podría estar en su derecho al prolongar esa milenaria admiración por el cuerpo de la mujer, que no se ha puesto en entredicho hasta hace muy poquito. Reprochárselo equivaldría a lamentar que, en El desconocido del lago (Alain Guiraudie, 2013), otra película magnífica vista en Cannes, aparezcan tantos penes, o tantos hombres desnudos, o ninguna mujer. Está claro que el espíritu voyeur de Kechiche navega a contracorriente, y que no casa con el actual estado de las cosas, pero eso no implica que haya que taparse los ojos, y dejar de ver una película con tantos números de resultar extraordinaria, ya que el que haya disfrutado con Mektoub My Love, sencillamente no puede perderse Intermezzo, que es una prolongación completamente libre y absolutamente radical.

Cinco

Como si quisiera epatar a sus detractores, Kechiche lleva su propuesta mucho más lejos en Mektoub My Love: Intermezzo, que narra el reencuentro de los protagonistas apenas una semana después del final de la primera entrega. La primera media hora, que transcurre en la playa –donde Tony seduce a otra joven francesa no musulmana de vacaciones (la debutante Marie Bernard)–, es un despiporre en cuanto a planos de culos femeninos, a un nivel que casi podríamos definir como autoparódico, entre Benny Hill y Russ Meyer. La periodista francesa Anaïs Bordages, que debía estar aburriéndose como una ostra, contó hasta 178 planos de culos en toda la película, que dura tres horas y media (tenía que durar tres horas y 48 minutos, pero se recortó en el último momento, aunque Kechiche volverá a alargarla para el estreno), y la cifra dio la vuelta al mundo: Creo que si los quitara, la película duraría 20 minutos, ironizó la periodista en Twitter, ese foro del ingenio. Es lógico que el obsesivo culocentrismo de Kechiche genere incomodidad, aunque también puede resultar, de tan hiperbólico, simple y llanamente cómico. Más importante todavía es que el twerking, en delicioso anacronismo (aunque es un baile ancestral, Miley Cyrus lo puso de moda a nivel masivo en 2013), es uno de los temas centrales de Intermezzo. Tampoco es que esté muy informado sobre la cuestión, pero me parece que no existe, actualmente, ninguna incompatibilidad entre este tipo de baile y el empoderamiento femenino.

Mektoub, My Love: Canto uno (Abdellatif Kechiche, 2017)

Seis

Pasada la pantalla del culocentrismo, está la escena de la discordia: el ya famoso cunnilingus, de entre 12 y 13 minutos de duración (no en plano secuencia, por lo que el rodaje tuvo que ser bastante más largo), que le practica Roméo de La Cour a Ophélie Bau en el lavabo de la discoteca. Un lavabo de discoteca para el que, en aras de lo inverosímil, nadie aporrea la puerta (que levante la mano el que no haya sido expulsado de uno de ellos). Aunque la escena va hermanada con la que abre la primera entrega de Mektoub, aquí el sexo es mucho más explícito y no puede entenderse como simulado, ya que vemos la lengua de Roméo pasearse por los labios vaginales de Ophélie, sin espacio a la imaginación. En la ficción, la bella accede a la petición de su amigo, que lleva años insistiendo en el tema.

Es evidente que Kechiche también ha querido ir más lejos en este apartado. Aunque lo que se ve en pantalla puede pasar por una exaltación del placer femenino, inquieta, dados los precedentes rememorados en el punto Uno, lo que pueda haber sucedido fuera de plano. La inevitable sensación de incomodidad se acrecentó al saberse que, tras pasar por la alfombra roja, ni La Cour, ni Bau, que acudieron cogidos del brazo, estaban en la sala al final de la proyección. Tampoco acudieron al photocall del día siguiente, ni a la rueda de prensa en la que Kechiche respondió airadamente a la pregunta de un periodista, inquieto por la ausencia de la pareja (además de haber inquirido por una acusación por agresión sexual que pesa contra él).

Basándose en el testimonio de una fuente anónima, Midi-Libre no tardó en publicar que Kechiche había emborrachado y presionado hasta la saciedad a la pareja para llevar a cabo la escena. No puede saberse, a ciencia cierta, si esto fue así. Pero el mero hecho de que sólo Kechiche hubiera visto previamente la escena en la que se exhiben, sin pudor alguno, las partes más íntimas de Ophélie ya es infinitamente reprobable. Tiene su lógica imaginárselos consultando con sus abogados, pero lo cierto es que, una semana después de la proyección del filme, todavía no se han manifestado. Estaría bien esperar a ver qué dicen.

Mektoub, My Love: Canto uno (Abdellatif Kechiche, 2017)

Siete

En la marea de tuits que siguió a la proyección, destacó el hilo de Ovidie, ex actriz porno que protagonizó años atrás otra escena de sexo explícito, en Le pornographe (Bertrand Bonello, 2001), una película por lo demás extremadamente conmovedora, gracias a la increíble prestación de Jean-Pierre Léaud, que se presentó en la Semana de la Crítica de Cannes. La actriz se extrañaba de que nadie barajara la hipótesis de que Ophélie, y su Roméo, se hubieran evaporado para huir del “delirio mediático” cannois. Ovidie relata en detalle su experiencia muy negativa en La Croisette, de la que se extrae que, cuando se muestra una escena de sexo explícito, la misoginia imperante (en ambos sexos) se ceba, sobre todo, con la mujer: Las otras mujeres te odian por haber cruzado una frontera. Aquello sucedía en 2001, y se suponía que había que chupar en silencio y en la vergüenza, no en público / El destino reservado a las actrices que participan en escenas de sexo explícito suele ser cruel. Y cita la única entrevista concedida por Ophélie Bau antes de la proyección de Intermezzo (al crítico Philippe Azoury, flamante nuevo director de Vanity Fair Francia), en la que compara Cannes con la arena de una plaza de toros: Todavía no me he enfrentado a la histeria que reina por aquí, veremos qué pasa esta noche.

Tampoco está de más recordar la experiencia de Chloe Sevigny, presente este año por Los muertos no mueren, de Jim Jarmusch, y en el ojo del huracán hace unos cuantos por The Brown Bunny (2003), que la actriz recordaba así para Le Monde: Era quizás un poco ingenua, o no tenía tomada la medida de mi fama, pero estaba convencida de que nadie prestaría demasiada atención a aquella escena de felación (…). Pero después del pase de prensa me di cuenta de que todo iba a ir muy mal. Me acostaba con Vincent Gallo durante el rodaje, nadie me obligó a nada. En este caso, sin embargo, la realidad puede ser otra, ya que queda demostrado que Kechiche traspasó líneas rojas ya sólo por no haber tenido la gentileza de mostrar previamente la escena a la actriz, posiblemente para evitar que esta pidiera, o no, algún corte en la misma.

Ocho

Dicho todo esto, y a la espera de que se aclare el asunto, hay que decir que el famoso cunnilingus, no es más que un pequeño intermedio en Intermezzo. Hablamos de una escena de 12 o 13 minutos sobre un total de tres horas y media de metraje. Tengo que decir que, en mi caso particular, no soy, ni he sido, ni siquiera en la adolescencia, un consumidor de pornografía, entendida esta como la interacción sexual entre dos sujetos (prefería señoras sobreproducidas posando solas). Es decir, que no soy un pornógrafo moralista,  cosa que al parecer, según he podido ver, no es un oximorón. Cada año tenemos una película polémica por la inclusión de alguna escena de sexo más o menos real, y al final, en lo que a mí respecta, los trasvases entre el porno (sexo real) y el cine convencional (sexo simulado), no me producen ni frío, ni calor. Sirva como muestra que me recuerdo muy emocionado a la salida de Le pornographe, y que no recordaba nada de la polémica escena de Ovidie. He tenido que documentarme, para recordar de qué se trataba. Me pregunto si Intermezzo me gustaría igual si los doce o trece minutos de la discordia se cayeran del montaje final, que variará previsiblemente ya que lo que vimos fue una copia sin títulos de crédito, que podía estar por pulir. No lo sé, es difícil saberlo sin volver a verla, pero tampoco creo que la película me gustase más, y me felicitara por la omisión.

Ophélie Bau

Nueve

Hablamos pues de una película de 212 minutos, que podría quedarse en 200 redondos, de los cuales media hora corresponde a la escena de playa que básicamente sirve para introducir al personaje de Marie. Al resto los conocemos de sobra. Y Kechiche los encierra en una discoteca, para lograr, y esto definitivamente es lo más destacable del filme, la escena de discoteca más larga jamás rodada. Es lo más destacable al menos para mí, que soy un gran amante de las escenas de discoteca, generalmente mal rodadas, con figurantes que parecen haberse puesto a bailar al oír la señal, con una ostensible falta de naturalidad.

Hasta el momento, y tampoco le he dado demasiadas vueltas, mis escenas de discoteca favoritas eran las rodadas por James Gray. Pero el tour de force logrado por Kechiche lo supera con creces. Durante tres horas de experiencia absolutamente hipnótica e inmersiva, tenemos la sensación de ser uno más en esa discoteca de Sète, que los personajes ya frecuentaban en la primera entrega.  Los cuerpos se mueven sin descanso por encima de las tensiones subyacentes entre los personajes, en un trance que te deja como después de tres noches de Primavera Sound. Kechiche no ha soltado prenda sobre cómo se rodó la escena, pero la repetición del Voulez vous, de Abba, nos hace pensar que, más que un estribillo caprichoso del disc-jockey de turno, lo que vemos no es algo que se desarrolle cronológicamente, sino de manera circular, como si varias cámaras hubieran focalizado la energía entre distintos grupos de personajes.

Un poco a la manera de Liberté, de Albert Serra, que no tiene tanto problema en explicar su metodología: crear una performance con varios personajes interactuando entre sí –en su caso se trata de una peculiar orgía en un bosque del siglo XVIII–, con tres cámaras que van captando distintos focos de acción, para luego reordenarlo todo en la sala de montaje. En el caso de Intermezzo podría tratarse de algo parecido, con la diferencia de que Serra trabaja sin guion, y huye de la representación. Kechiche, en cambio, puede dejar margen para la improvisación. Pero, aunque la película es absolutamente libre y no sigue una trama convencional como la de la primera entrega, los diálogos deben de haber sido inducidos, como todo lo demás. El efecto, en cualquier caso, es grandioso. Como dice Ophélie en la misma entrevista de Vanity Fair: Kechiche crea momentos de vida. La naturalidad con la que los actores parecen estar pasándolo bien, auténticamente embriagados, el movimiento constante bajo las luces estroboscópicas, y la exquisita fotografía de Marco Graziaplena, que juega con colores picassianos. Todo se conjuga para una experiencia absolutamente única en la Historia del cine. Puro éxtasis.

Diez

Todo esto para decir que, a pesar de que Kechiche no nos resulte muy simpático (no lo es), y de que sus filias parezcan de otra época (lo son), con el muy serio agravante de todo lo que supone, o puede suponer, la polémica escena del cunnilingus famoso, un crítico puede, o incluso debe, hacer abstracción de todos estos aspectos, periodística y humanamente sensacionales pero cinéfilamente irrelevantes, para valorar una película cuya radicalidad triunfante resulta totalmente extraordinaria. Un hito.

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