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Richard Russell: El hombre que llevó el soul al siglo XXI

En Música jueves, 30 de abril de 2020

Carlos Pérez de Ziriza

Carlos Pérez de Ziriza

PERFIL

La industria de la música pop no sería lo que es sin sus visionarios. Esos empresarios que, partiendo prácticamente de cero, crearon sellos discográficos independientes y consiguieron impulsar escenas y estilos, catalizar cruces de lenguajes creativos e incluso diseñar la música del futuro. La mayoría de esos pioneros fueron gente con un enorme apetito musical: nada que ver con el clásico capitoste major que solo tenía en mente una cuenta de resultados.

De entre esa nómina de ilustres disqueros, uno de los más singulares es el londinense Richard Russell: un hombre discreto, con un perfil no demasiado conocido por el gran público. A diferencia de Seymour Stein (Sire), Rick Rubin (Def Jam, American Recordings) o Alan McGee (Creation), Richard Russell nunca ha sido un tipo propenso a los excesos. Ni a las declaraciones altisonantes.

Se trata de un ex raver y un digger tranquilo. Poco dado a colgarse medallas. Y lo cierto es que podría. No solo como editor sino también como productor: él fue quien, a través de XL Recordings —sello indie londinense fundado en 1989, que él empezó a dirigir en 1996— revitalizó las carreras de dos leyendas de la música negra como Gil Scott-Heron y Bobby Womack, con sendos álbumes de despedida magistrales (serían los últimos que ambos facturarían en vida), que fundían tradición y vanguardia de una forma pasmosa. El primero, con I’m New Here (2010), y el segundo con The Bravest Man In The Universe (2012).

https://www.youtube.com/watch?v=69jYpWJyMG8

En la canción que abría I’m New Here (2010), Gil Scott-Heron sampleaba el  “Flashing Lights” de Kanye West. Tal y como Kanye, mucho más joven que él, había hecho antes con una canción de Pieces of a Man (1971), un viejo álbum de Scott-Heron: el Bob Dylan negro, como muchos le llamaban.

Es solo un detalle, uno más entre los muchos que prueban la visión periférica de un productor capaz de hermanar pasado y presente como prácticamente nadie. Richard Russell se mudó a Nueva York siendo apenas un chaval, cuando el hip hop florecía en sus calles a principios de los ochenta. Volvió al Reino Unido a finales de esa década para patearse cientos de raves cuando la cultura de club aún no había explotado, y vislumbró la fiebre del jungle antes incluso de que nadie le hubiera puesto nombre: escuchen cómo sonaba su primer proyecto musical propio, Kicks Like a Mule, en 1992.

Con tales antecedentes, no es de extrañar que Richard Russell se metiera de lleno en la pujante escena electrónica de masas de los noventa. XL Recordings, el sello al que se incorporó en 1996, y que acabaría dirigiendo, fue esencial para lanzar a The Prodigy al éxito internacional. Haciendo gala de su buen olfato, también lo fue para dar a conocer, a principios de los 2000, a la primera gran figura de un género por entonces emergente: el grime, con Dizzee Rascal.

Y no solo eso, claro: el sello de Russell, impulsó también la carrera de Adele, convertida luego en superestrella. O la de The Horrors. O la carrera en solitario de Thom Yorke. O la de The xx (recordemos cómo Jamie xx remozó el adiós de Gil Scott-Heron en We’re New Here, en 2011) y FKA twigs a través de su filial Young Turks. Es decir: electrónica, rock, grime, neosoul… ninguna materia prima es desechable para el sello de Londres, que además tiene a bien intentar no publicar más de cinco álbumes al año. Que cada entrega se cocine a fuego lento. Que aspire a lo memorable.

Así, hasta llegar a los discos, ya mencionados, de Gil-Scott Heron, Bobby Womack o del propio Damon Albarn (Everyday Robots, 2014), todos producidos por el propio Richard Russell. Impresiona comprobar con qué habilidad consigue que sus producciones suenen orgánicas y sintéticas a la vez, en perfecto equilibrio, entre instrumentos vintage y nueva tecnología, armonizando tradición, presente y vanguardia. No creo que haya nadie ahora mismo que lo logre con esa naturalidad.

Richard Russell trabaja a diario en su estudio doméstico, en el corazón de Notting Hill. Allí ideó la que es, ahora mismo, la segunda entrega de un proyecto propio, el primero desde los tiempos de Kicks Like a Mule, en 1992. Su grupo, por llamarlo de alguna forma, se llama Everything Is Recorded. Qué gran nombre para un proyecto como este, por cierto. Inmejorable.

Y su segundo disco —el primero fue hace tres años— se llama FRIDAY FOREVER (XL Recordings, 2020), cuenta con un espléndido plantel de jóvenes (y no tan jóvenes) colaboradores del mundo del hip hop, del r’n’b, del punk o del jazz. Y es, sobra decirlo ya, uno de los más estimulantes que podremos escuchar durante todo este año.

¿Alguna vez han estado en Londres durante los meses de verano? El disco suena exactamente a eso. Más bien, huele a eso, porque es una música que también se olfatea. Física, sensual, carnal, que huele a asfalto, curry, marihuana y pinta de lager.

Sus doce canciones describen la vivencia de una noche de viernes cualquiera, desde las nueve de la noche hasta la mañana del día siguiente (por eso las canciones tienen título horario), y suena, como no podía ser de otra forma, a esa Inglaterra multicultural que aún no entendía de Brexits ni pandemias. Ojalá pudiéramos vivir para siempre en un viernes noche así.

El lanzamiento de FRIDAY FOREVER (XL Recordings, 2020) coincide en el tiempo con la publicación de Liberation Through Hearing: Rap, Rave and the Rise of XL Recordings (White Rabbit, 2020), el libro autobiográfico del propio Richard Russell. Así que, ya lo ven: hay doble motivo para prestar atención a uno de los productores más determinantes de los últimos tiempos en el planeta pop.

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