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Cine y Series

‘El creyente’ o el milagro de Cédric Kahn

En Entrevistas, Cine y Series viernes, 7 de junio de 2019

Philipp Engel

Philipp Engel

PERFIL

Cédric Kahn, director de algunas películas medianamente notables como Tedio (1998) o Roberto Succo (2001), estrena El creyente, un filme que nos adentra en una de esas granjas llevadas por sacerdotes volcados en sacar a los jóvenes de los abismos de la droga. Protagonizada por el muy joven, taciturno y convincente Anthony Bajon, la película llega a su punto álgido cuando su personaje, Thomas, vive lo que parece un auténtico milagro.

Existe una curiosidad, al menos en mi caso, por esos centros de desintoxicación religiosos, como la Comunidad Cenáculo, que tiene ya un par de fraternidades en Catalunya, y cuya fundadora, la Madre Elvira, recuerda al personaje que una luminosa Hanna Shygulla interpreta en el filme. La presencia en el reparto de Alex Brendemühl, que da vida al director del centro, también hace que la historia, ambientada en las bucólicas montañas de los Vosgos, nos resulte más cercana. La mirada que Cédric Kahn (no confundir con Cédric Klapisch, que siempre nos pasa) pasea por esta monástica granja resulta estimulante por lo que tiene de desprejuiciada ante los rituales de los internos, desde los cánticos en grupo a los momentos en los que se arrancan con rock religioso (yeah).

Son cosas que nos pueden hacer sonreír, estirándonos de las puntas del bigote con la ironía que nos caracteriza, más cuando nos invade esa pesadumbre inherente a todo cuanto tiene que ver con nuestra Santa Iglesia Católica y Romana, ese mundo genuinamente rancio que, sin embargo, podría continuar erigiéndose como un imprescindible faro moral. Al menos en teoría –una teoría, eso sí, sin exceso de asideros en la realidad–. Aunque tampoco viene mucho al caso hablar de nuestra Iglesia, y de si esta sigue siendo necesaria, a pesar de sus escándalos intolerables, y de sus no menos censurables anacrónicos fallos de apreciación. Para eso ya está Gracias a Dios, de François Ozon, una película-debate.

El creyente (Cédric Kahn, 2018)

El creyente, que es lo que nos ocupa, no habla de la Iglesia, sino de la fe como salvación, y a Cédric Kahn no le interesa tanto la parte documental, que también, como la metafórica. Yo no soy ni católico, ni ex toxicómano, nos confirma cuando nos encontramos con él en París. La droga puede servir como metáfora, de nuestra adicción al trabajo o al consumo en general, y la fe también es algo mucho más amplio, que abarca nuestra necesidad de una respuesta necesariamente espiritual, no racional, a los misterios de la existencia.

Thomas llega a la granja como una bestia sin domar, con un mono heroinómano que le sacude por dentro con enormes guantes de boxeo. En la toxicomanía no hay futuro. Todo se basa en encontrar la droga, drogarse, y seguir huyendo, nos recuerda Cédric Khan. Cuando Thomas supera su síndrome de abstinencia, y supera también sus ganas de darse a la fuga, empieza a abrirse a la paciente generosidad de sus compañeros, y acaba por ponerse a rezar, como los demás, de rodillas en medio de la montañas, un paisaje que ya es en sí mismo, con su magnificencia aplastante, muy Dios. Rezar, como un camino, sembrado de dudas, hacia la fe.

La fe, no tanto como un fin, sino como un medio, para alcanzar un cierto equilibrio emocional. La consabida paz interior. Rezar es un programa de esperanza. Una pulsión de vida, añade el director. Resulta curioso el trasvase de un universo cerrado, con sus propias reglas, como el de toxicomanía, a otro no menos regulado y protegido del mundo exterior, como el de estos monjes que aran el campo con abnegación. La diferencia obviamente es que el primero es una trágica condena, mientras que el segundo va con la esperanza incorporada de una posible salvación. Si estuviéramos hablando de la Iglesia, añadiríamos que hace tiempo que perdió el monopolio de tablas de salvación. Pero, frente a la proliferación de sectas y de charlatanes de toda índole, he ahí quizás la necesidad de su permanencia. Yo soy agnóstico, repite Cédric Khan, pero la Iglesia aporta valores positivos, como el perdón, la humildad o el sentido de comunidad. La religión puede servir para muchas cosas. Los problemas suelen venir cuando se mezcla con política.

El creyente (Cédric Kahn, 2018)

El creyente es, en definitiva, una película de reparación personal, que pretende demostrar, o subrayar, la importancia de la fe, no ya tanto una fe religiosa, como la fe en uno mismo, y la fe en la vida. No se puede vivir sin ningún tipo de fe. Hay que dejar un espacio a la espiritualidad para escapar a lo material. Para mí, hacer cine es una forma de espiritualidad. Para que salga bien una escena se tiene que dar una conjunción de elementos, y algunos son puramente inexplicables. Y la escena en sí misma, la más interesante del filme, es cuando se produce, o no, el milagro. Es una escena de montaña, que podría ser una estampa en la vida de un santo, pero está construida de tal manera en la que no podemos saber, a ciencia cierta (valga la expresión), si se trata, o no, verdaderamente de un milagro. Para el protagonista, la experiencia será obviamente decisiva. Para el espectador queda, sin duda, como materia de reflexión.

El creyente es una película tan austera como una alpargata de capuchino, con tanto humor como una clase de catequesis, pero que tiene la virtud de recordarnos que siempre seremos animales con miedo a la muerte, y que necesitamos encontrar un lugar, sea cual sea, para encontrar la serenidad necesaria para lidiar con la angustia de vivir. Dar con él es el auténtico milagro.

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