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Lifestyle

Manos (de mujer) unidas #3

En Un perro andaluz en Bollywood, Lifestyle 15 junio, 2014

Dani Sánchez López

Dani Sánchez López

PERFIL

L, la letra más escondida de LGBT, es el tema de una de las películas más conflictivas que se han estrenado en India. Dos mujeres comienzan una relación después de experimentar el fracaso de sus matrimonios en Fire. Esta película, que allí se considera extranjera, de la india-canadiense Deepa Meetha lanzó al estrellato del cine independiente a Nandita Das, y las forjó como hitos (del cine) feministas.

En fuego acabaron varios cines, obra de distintos grupos radicales. Más que por el lesbianismo del film, no pocos me han argumentado que la furia de masas fue provocada por la relación extramatrimonial. Lo cual parece anecdótico, naïf y sensacionalista, pero es opinión extendida.

La decisión de con quién te casas en la India es el último mandato que tus padres exigen, y aceptarla tu última obligación como hijo. El matrimonio por amor (así lo llaman) es inusual, así que las bodas suelen esconder motivos ulteriores.

Una compañera de trabajo de Bombay me confesó que sólo después de su boda pudo volver a ver a su primer chico. Ella nunca pudo olvidarle y él nunca dejó de amarla, a pesar de casarse con otra por presión familiar. La vigilancia de su suegra en la nueva vida de casada, no tenía comparación con el encierro que fue su casa. Estos amantes furtivos hacían espacio en la angosta megalópolis para volver al amor.

La mujer sí es más perseguida por los vecinos, que son todos unos chismosos, pero, una vez casado, al hombre no se le puede recriminar ni los deslices homosexuales. Así se presentaba en su editorial la página web homosexual más “googleada” de la India en 2011 (que ahora ha desaparecido): “no intentes comprendernos, no intentes convencernos, somos diferentes, queremos una familia con mujer e hijos, y eso no nos impide seguir siendo homosexuales”.

INT. CASA DE ESE HOMBRE – NOCHE

Llueve. Su mujer sentada en el poyete de la ventana le espera. Fuera, el monzón azota con fuerza y parte de la lluvia le azota en la cara.

Un amigo mío bailarín contemporáneo, bastante amanerado, que ha vivido largas temporadas en Milán y Nueva York, acosado por las insólitas citas inconsecuentes con posibles novias que su madre le imponía, sorprendió (sólo) a sus padres saliendo del armario.

Al día siguiente, a las cinco de la mañana amaneció con el jolgorio del baile de un santero alrededor de su cama. Sus padres estaban dispuestos a todo y familiares habían sugerido este pooja para bendecir y recuperar la virilidad de su hijo. La ceremonia devino en peregrinación a un templo a tres horas de distancia, cuyo dios devuelve la masculinidad perdida. Yo le preguntaba si los peregrinos se lanzaban miradas indiscretas. A pesar de las prohibiciones sin sentido de salir a la calle con zapatos verdes o de comer ciertos alimentos, mi amigo, después de escaparse de casa e independizarse económicamente, consiguió que no se hable del tema en su casa.

Silenciar vergüenzas es común en sociedades cerradas. ¡Ah, esa espiral del silencio! ¡Ese doble apellido que esconde tu nombre, Elizabeth!

Y, sin duda, la “L”, de lesbianismo, es la más silenciosa y silenciada de todas las letras.

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