Atenea (Athena, 2022) ingresó el pasado 23 de septiembre en el censo inabarcable de Netflix. El tercer largometraje de Romain Gavras aglutina varias de las obsesiones que singularizan la obra del director galo. Una de sus constantes, identificada por un amplio y contundente archivo como realizador de videoclips (desde el icónico “Stress” para Justice hasta “No Church in the Wild” de Kanye West & Jay Z) , es el seguimiento de esa juventud francesa desclasada que expresa su descontento a través de la violencia.
En su última tentativa instala directamente la acción (sin cuartel) en el epicentro de ese desarraigo palpable en las grandes concentraciones urbanas francesas. La banlieue como un páramo de desabrigo; esa arquitectura hostil y feísta, un avispero de identidades y culturas, su pobreza asfixiante, sus leyes de convivencia al borde del estallido y donde los representantes del estado, especialmente la policía, resultan personas non gratas. De hecho su dispositivo de acción arranca de inmediato —dando lugar a un formidable plano secuencia— con un acontecimiento que ya ha provocado varias sacudidas incendiarias en el país vecino. Especialmente cruentas fueron en 2005, cuando dos jóvenes musulmanes de origen africano murieron mientras escapaban de la policía, un hecho fatídico que provocó disturbios y saqueos a lo ancho del país.
En el plano de la ficción es el homicidio por brutalidad policial de un joven de los suburbios lo que enciende la mecha. A partir de esa desgracia se produce una escalada de violencia que germina en el asedio policial a la banlieue, donde los más jóvenes, y sedientos de venganza, responden salvajemente desde sus trincheras de hormigón. Una batalla sin respiro que Gavras plantea como un asalto medieval y que firma con la fiereza y el pulso taquicárdico que lo caracteriza. Una llamarada visual de potente impacto, cuyo imaginario de fuego, rabia y demolición bebe tanto de episodios reales recientes como el asalto a la Universidad politécnica de Hong Kong o el asalto al Capitolio, como de filmes como Attack the Block, ’71, la reciente Los Miserables o incluso de películas medievales.
El estruendo de violencia, odio y descontrol es seguido a través de una guía de tragedia griega, la que compone el linaje familiar de tres hermanos involucrados de forma directa en el estallido embravecido. Un barniz dramático que, junto a los apuntes sociales y políticos —ahí se nota, pese a perder la brújula en algunos instantes, la herencia del padre de Romain—, aportan cierta dimensión crítica a su intenso y febril visionario.
El de Gavras no ha sido el único acercamiento al microcosmos de los desclasados de Francia. La cartografía de la banlieue lleva años siendo escrutada por cineastas de todo pelaje. Aquí algunas de las aproximaciones más memorables
El odio (Mathieu Kassovitz, 1995)
Uno de los dibujos más rabiosos y memorables de los suburbios parisinos y de la juventud desheredada que lo habita lo fabricó Mathieu Kassovitz con su segundo largo. Expuesto como un recorrido de 24 horas en Les muguets, una banlieue en la que crece la rabia cuando un joven entra en coma, tras recibir una paliza por parte de la policía. A través del seguimiento de tres jóvenes (un judío, un árabe y un negro) por esta jornada de tensión creciente, Kassovitz esboza su estudio en blanco y negro sobre la marginalidad, la pobreza, el racismo, la discriminación y la violencia maniatada al No Future de estos tres jóvenes. Ganadora de varios César, así como el premio al mejor director en Cannes, El odio supuso un éxito internacional y el despegue de Vincent Cassel como estrella del cine francés.
Dheepan (Jacques Audiard, 2015)
El cine social de Jacques Audiard parecía destinado a los dramas instalados en la banlieue. En Deephan exploraba esos territorios dejados a la mano de Dios, a través del drama migratorio que componía un exiliado de la guerra de Sri Lanka que, en compañía de su madre y su hija, se intenta abrir camino, nada complaciente, en un suburbio francés. Audiard materializaba un retrato perezoso de la inmigración y la vida en el ghetto, plagado de estereotipos y lugares comunes, y cierto maniqueísmo. No pensó lo mismo el jurado de un Festival de Cannes que decidió premiarlo con su máximo galardón.
Los miserables (Ladj Ly, 2019)
Ya se ha expresado en los párrafos de arriba las similitudes entre el nuevo film de Romain Gavras y esta cinta que fue nominada al Oscar a la mejor película de habla no inglesa. De hecho Ladj Ly colabora como guionista en la obra de Gavras. Aquí el escrutinio del drama endémico que golpea los suburbios de París se explora a través del punto de vista de un policía que acaba de integrase en la Brigada de Lucha contra la Delincuencia de Montfermeil, una banlieue al Este de la capital gala. A partir de aquí el novato descubrirá en su propia piel, y el espectador con este a través de una aguerrida realización y un montaje frenético, las tensiones sociales y las disputas criminales que caracterizan la zona que marca su ruta de patrullaje. Una crónica feroz, y de tensión creciente, alrededor de la animadversión entre jóvenes violentos y una policía de métodos expeditivos.
Girlhood (Céline Sciamma, 2014)
Los códigos de la calle, de las malas calles, centran aquí de nuevo la atención. Aunque en esta ocasión, Céline Sciamma propone un retrato menos abrasivo e incendiario, pese a que la violencia sigue indisociable a la vida de los suburbios, a través de una joven agobiada por su entorno que decide integrarse en un grupo de chicas y abrazar el espíritu libre de la calle. Una película sobre la amistad y la adolescencia conflictiva que confirmó el talento de una de las directoras más interesantes del actual panorama cinematográfico francés.
El té del harén de Arquímedes (Mehdi Charef, 1985)
Echando la vista atrás queda claro que pocas cosas han cambiado para la juventud privada del ideal de Robespierre. Este film de 1985 abordaba el estudio de los suburbios parisinos a través de las andanzas de dos jóvenes de origen argelino que, tras finalizar el colegio, encuentran serias dificultades para conseguir trabajo hasta el punto de verse abocados a la criminalidad. Mehdi Charef consiguió el César a la mejor ópera prima con este crudo retrato de la banlieue en la década de los 80.
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