El atardecer de una época, en el Budapest que estrenaba la primera década del siglo XX, es también la aurora de un período revulsivo para Europa, que cambiaría su mapa político, al menos durante ochenta años más. László Nemes elige este período histórico para situar la odisea de Irisz Leiter (Juli Jakab), la heredera de una malograda saga de sombrereros, criada en adopción y de vuelta a sus orígenes, en una misión que se revelará acuciante, angustiosa y absolutamente misteriosa. El antiguo y prestigioso establecimiento que había sido regido por sus padres, y en el que aspira a trabajar, ha pasado a ser propiedad de un influyente comerciante (Vlad Ivanov), cuyos negocios resultan de una turbiedad tan enigmática como inquietante, con una clientela aristocrática y una plantilla de señoritas de dudoso destino.
Con estos mimbres, el director de la oscarizada El hijo de Saúl vuelve a adherirnos a la visión de su protagonista, para arrastrarnos a un periplo de espesa incertidumbre y perserverancia suicida. En la segunda película de Nemes, la trama vuelve a tener un contexto histórico, la heroína sigue siendo un ser solitario, apesadumbrado, portadora de secretos y ejecutora de un misión casi incomprensible. Ni de la protagonista ni de su tarea, ni de su background, se nos facilita la información que necesitaríamos para crear nuestro propio mapa del argumento, más bien la deja goteando, pero nunca para hacer avanzar la acción, pues esta acaba enredada en sí misma sin respiro.
Si la intención de Nemes es hacernos sufrir, acompañar en la emoción a sus personajes principales y arrastrarnos en una vorágine de sacrificio y determinación, en Atardecer lo consigue, a riesgo de sumir en el tedio por reiteración a una parte de los espectadores, pues la película vuelve a las premisas de Saúl, consiguiendo una admirable atmósfera a base de técnica (fotografía de Mátyás Erdély), dirección artística, vestuario (György Szakács) al servicio de su objetivo. Si Atardecer divaga sobre el destino, su inmutabilidad, el karma y el descubrimiento nunca sabemos si en la voluntad de su director está el hallazgo de alguna conclusión, más bien nos propone un peregrinaje no ausente de efectismo, en algunos momentos, en el que más vale no buscar tres pies al gato y sucumbir a la hipnosis simbolizada por ese murmullo preñado de secretos en que se convierten los escasos diálogos de un filme subyugante.
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