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Cine y Series

“Asteroid City” esteticismo atrofiado

En Director's Cut, Cine y Series miércoles, 24 de mayo de 2023

Eva Peydró

Eva Peydró

PERFIL

Cuando la identidad visual de una película es la de casi toda una filmografía, y es la esencia de lo que estamos viendo, como en el caso de Asteroid City, hablamos de una prioridad para grandes directores de la historia del cine, a veces para disfrutar al reconocernos en un territorio familiar, otras para apartar la mirada extenuada. Cuando las fórmulas se agotan porque su core es de un esteticismo estéril nos tenemos que referir sin duda a Wes Anderson. Si su anterior película también estrenada en el Festival de Cannes recorría en diversos tableaux vivants una Francia recreada dentro de un marco espacio-temporal imaginario y nostálgico, Asteroid City comparte con aquella la falta de un propósito más allá de la mera ilustración.

¿Y qué es lo que se ilustra en este caso? Un nuevo (por repetido,  no por innovador) repertorio pop, con una lista de intérpretes que ocuparía varias líneas encabezadas por Jason Schwartzman, encarnando a Augie Steinbeck (un fotógrafo de guerra recientemente enviudado), Scarlett Johansson (la actriz Midge Campbell) y Tom Hanks (el suegro de Augie y abuelo de sus cuatro hijos). Este mosaico de pequeñas historias, alrededor de un concurso de jóvenes talentos de la física, no está localizado esta vez en el tren de Darjeeling, ni el Hotel Budapest ni una isla habitada por boy scouts, sino en un desierto del sur estadounidense en cuyo horizonte emergen setas atómicas.

Cannes Asteroid City

Asteroid City (Wes Anderson, 2023).

Con la premisa de una historia dentro de otra, como ya vimos en algún episodio de su película anterior, un presentador de televisión (Bryan Cranston), nos introduce en blanco y negro en los entresijos de una obra teatral, primero en el estadio de la escritura, donde el autor Conrad Earp (Edward Norton) va creando la trama y más tarde ya sobre las tablas con su director Schubert Green (Adrien Brody) y sus problemas conyugales, ensamblando un casting surgido de una copia del Actors Studio, dirigido por Saltzburg Keitel (Willem Dafoe) para trasladarnos en un tercer estadio a la coloreada aventura espacial y extraterrestre repleta de personajes más planos que una calcomanía. Los guiños se acumulan y recurren a nuestra memoria visual e imaginario pop desde el correcaminos, al personaje de Jeff Goldblum en Las chicas de la tierra son fáciles, donde hizo por primera vez de alien, hasta incluso llegando a Lee Miller en la bañera de Hitler —quizá aquí se me fue demasiado la imaginación, pero considerando que Augie, fotógrafo de guerra, retrata a su mujer (Margot Robbie) puede que no sea descabellado.

Las películas de Anderson son dioramas, donde los figurantes y el decorado operan al mismo nivel, imbuidos de la misma paleta cromática, y donde casi todos los personajes padecen de una radical personalidad, cuyas consecuencias determinan la interacción y nos han fascinado más o menos en el pasado. Sin embargo, la rigidez y el esquematismo se han ido estilizando a lo largo de sus últimas películas, en las que el atractivo plástico se ha reforzado por la debilidad del resto de sus elementos. Si anteriormente fuimos capaces de empatizar o simplemente simpatizar con sus personajes —o incluso, detestar—, era porque nos importaban sus dilemas, reacciones, debilidades, mientras que cada vez nos cuesta más hallar el mínimo interés en ellos. Ahora nos mueve la curiosidad (o ya ni eso) por un nuevo álbum, por su contexto, pero ni siquiera la lluvia de estrellas es ya una promesa que cumpla las expectativas, nos limitamos a observar como si estuviéramos ante un inmenso escaparate navideño.

Si las setenteras películas de catástrofes reunían castings estelares masivos, cuajados de actores oscarizados, incluyendo viejas glorias del Hollywood dorado en cameos millonarios, las películas de Wes Anderson son una sarta de habituales que desfilan con nuevas y chocantes caracterizaciones, ofrendando su talento al altar del postureo donde su evidente esfuerzo merecería un mejor destino. La iconografía que nace y muere en la misma cuna, con una vocación unidimensional, como la que atiborra Asteroid City jamás puede exhibir el alma de que carece, como las casitas de muñecas nunca podrán cobrar vida propia. La ficción de Wes Anderson ha involucionado o mejor, se ha atrofiado, pero lo peor de todo es que nos aburre a morir.

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