La arquitectura es el arte y la técnica de proyectar, diseñar, construir y modificar el hábitat humano, incluyendo edificios de todo tipo, dando respuesta a las necesidades primarias del ser humano como vivienda, trabajo, ocio tanto cultural como deportivo, religioso e incluso, sexual.
Entre la arquitectura y la sexualidad siempre ha existido una conexión íntima, desde la antigüedad. Si la prostitución es el oficio más viejo del mundo, en el momento en el que se ejerce a cubierto podemos ver ya la influencia que sobre esta actividad humana tiene la arquitectura.
Arquitectura y sexualidad es el título de la exposición que permanecerá abierta hasta el 19 de marzo en el CCCB (Centre de Cultura Contemporània de Barcelona). Lo que más me llamó la atención al visitarla fue descubrir que muchas de sus propuestas surgieron como respuesta a una necesidad que, de una forma u otra, siempre ha estado presente en nuestra sociedad: la práctica del sexo.
Más allá de las modas específicas de cada época, es evidente que todo lo relacionado con el sexo produce una atractiva curiosidad que tiene que ver con lo prohibido o contrario a la moral establecida.
El siglo XVIII es fecundo en utopías espaciales y sexuales, cuando las élites europeas consideraban París como la capital del libertinaje, y tan sólo el temor a las enfermedades venéreas parecía justificar el mantenimiento de conductas virtuosas. Los desórdenes callejeros y la amenaza de la sífilis constituían serios problemas que el gobierno no parecía interesado en resolver.
Este hecho llevó a que escritores, arquitectos y pensadores, respondieran a la situación elaborando propuestas y proyectos. Entre los más destacados se encontraban el escritor Restif de la Bretonne, el arquitecto Claude-Nicolas Ledoux y el marqués de Sade.
Los tres compartían el objetivo del culto al placer y el de la creación de un espacio en el que poder disfrutarlo de forma libre. Confiaban en la capacidad transformadora de la arquitectura, de los edificios, ya fuera para el control reformista de las costumbres o para su absoluta liberación.
Conscientes de la conexión íntima que existía entre arquitectura y literatura y a pesar de tener como referencia el Panóptico (un edificio creado por el filósofo, pensador y escritor Jeremy Bentham para vigilar, castigar, y disfrutar), cada uno de ellos respondió de manera diferente a esta necesidad.
El primero de ellos, Restif de la Bretonne, escritor y enemigo declarado del marqués de Sade, quería convertir la prostitución en un asunto de Estado. Es el primero en proponer una normativa estricta (Le Pornographe) para la creación y regulación de los prostíbulos estatales, que él llama parteniones, necesarios para regular el comercio sexual existente en las calles y para hacer frente a los problemas derivados de ellos.
El segundo, el arquitecto Claude-Nicolas Ledoux, ideó el Partenión, una casa de placer situada en las afueras de la ciudad. Estas casas (Parteniones) se construirían en barrios poco habitables, tendrían un patio y 2 jardines. Dispondrían de distintas entradas disimuladas por árboles, bosquecillos y enrejados, a fin de poder deslizarse en su interior sin ser visto. Las ventanas de las prostitutas darían a los jardines, pero las que diesen al primer jardín estarían siempre provista de persianas, de modo que ellas puedan ver sin ser vistas.
Su obra más conocida es la Oikema (casa de la pasión y los placeres). A una estructura cuadrada le superpone una galería circular que distribuye doce pabellones para los encuentros amorosos, en torno a un edificio de forma fálica que aloja los salones, el comedor y unas antesalas para los tratos preliminares.
Esta idea de los parteniones influyó en el marqués de Sade, que imaginó una red de treinta y dos casas de prostitución en París, de las que dibujó tres versiones. Estos croquis muestran la importancia de la organización del espacio en el desarrollo narrativo de Sade, el interés que tenía en la arquitectura de la época y sus conocimientos sobre el tema.
Realizados en lápiz y tinta, exhiben una galería semicircular formada por dos edificios fálicos, junto a los que aparecen unas torres de planta circular a modo de testículos. En el boceto final, este espacio semicircular se convertía en 6 galerías radiales con 36 gabinetes cada una de ellas para las prácticas y, el edificio se dividía en una zona para la administración y otra gran galería para las orgías libertinas, con mazmorras y otros habitáculos para azotar. Disponía de una puerta de entrada al edificio y otras dos únicas puertas de salida que daban al cementerio.
Entre las adaptaciones cinematográficas que pretendieron transmitir las ideas de estos libres pensadores, he elegido Las amistades peligrosas (1988) dirigida por Stephen Frears, porque es un buen ejemplo de todo lo que se esconde tras esa apariencia de elegancia y distinción tan propia de los palacios, la nobleza y la corte de esa época. Todos los palacios disponían de falsas entradas que ocultaban verdaderas salidas, pequeños gabinetes insospechados y laberintos donde esconderse para entregarse a los misterios del amor, la búsqueda del placer, de lo privado y de lo prohibido, eludiendo la mirada curiosa de los criados.
La película es una adaptación de la novela epistolar homónima del francés Pierre Choderlos de Laclos, que narra la historia entre la perversa y fascinante Marquesa de Merteuil (Glenn Close) y su viejo amigo el Vizconde de Valmont (John Malkovich), un seductor tan amoral y depravado como ella. La historia rebosa intrigas, ambición y deseo, donde la moneda del sexo es arma de venganza.
A partir de este momento, en una búsqueda por descubrir y crear espacios donde tener experiencias placenteras, los arquitectos de esa época empiezan a tratar el tema de la sexualidad e intimidad propias del siglo XVIII en sus proyectos. La cuestión se trata de forma subliminal hasta hacerse pública a finales de los años 60 y principios de los 70 con la liberación sexual.
Uno de los primeros arquitectos en adoptar la filosofía de mostrar sin mostrar fue el arquitecto de origen austríaco Rudolf Michael Schindler que proyectó la Kings Road House (1921-1922), cerca de Los Ángeles. Un experimento de cohabitación entre dos parejas: el propio Schindler y su esposa y una pareja de amigos. Relacionó la arquitectura moderna con un nuevo programa de vida: dieta vegetariana, ejercicio, baños de sol nudistas y ropa informal de tejidos naturales.
Muchas de esas ideas habían llegado a California procedentes del movimiento naturista alemán de finales del siglo XIX, liderado por el doctor Philip Lovell. Sus teorías sobre el sexo, la salud y el nudismo influyeron en su forma de vida y en su visión de la arquitectura y en la de su amigo al arquitecto Richard Neutra (ambos proyectaron casas para Lovell).
Sus viviendas heredarían esta filosofía adoptando los siguientes elementos: una cocina compartida, amplios estudios compuestos por paredes de cemento en 3 de sus lados y en su parte frontal un gran ventanal de cristal que daba al exterior, normalmente a una piscina y que garantizaba la continuidad entre el habitar interior y exterior.
En esa misma época de fiestas y cócteles en las piscinas de esas viviendas de lujo, la Arquitectura Playboy (1953-1979) tendría un papel crucial porque sería la primera en introducir la arquitectura y diseño modernos entre un público de masas.
Dio forma a una nueva identidad sexual y de consumo dirigida al hombre americano, al que transformó en un urbanita sofisticado. El perfecto soltero seducía por sus encantos pero, también, gracias a un gusto exquisito por todo lo relacionado con la arquitectura y el diseño. Estos podemos contemplarlo en numerosas películas y programas de televisión de esa época. El mejor ejemplo de todo lo que representaba playboy estaba encarnado y representado en la figura de James Bond.
Gran parte de la acción de sus películas transcurre en viviendas de ensueño, situadas en emplazamientos espectaculares, con vistas únicas. Su mobiliario también se sitúa a la vanguardia del diseño: camas redondas, lámparas futuristas, alfombras, sofisticados equipos de alta fidelidad, etc.
En la película Diamantes para la eternidad (1971) dirigida por Guy Hamilton y protagonizada por Sean Connery, aparece la famosa Casa Elrod del arquitecto americano John Lautner. Uno de los detalles que más llama la atención en esta casa es el enorme techo curvo de hormigón; está formado por una cúpula cónica con nueve triángulos inclinados, que cubren la circular sala de estar, y que se extiende hasta cubrir la piscina desplegada entre el interior y el exterior de la vivienda. Las paredes de la casa también tienen formas curvas.
La vivienda reúne muchas de las características arquitectónicas que Lautner emplearía en sus construcciones posteriores: un emplazamiento difícil, una entrada modesta que oculta un interior impactante y estancias que coquetean entre dentro y fuera.
Durante esa misma época (1960) apareció también un grupo de arquitectos y diseñadores que, fascinados por los nuevos materiales y los espacios modulables. Estos optaron por renovar las formas y los modos de habitar, creando estructuras ligeras y portátiles dotadas de dispositivos electrónicos que estimulaban los estados físicos y psíquicos constituyendo, así, entornos psicosensoriales que anticiparon la realidad virtual.
En este punto pasaríamos del lujo y la sofisticación de las películas de James Bond a la cultura del pop y el cómic que tendría su espacio en las películas de ciencia ficción.
Dejamos a un lado al seductor y asistimos al nacimiento de la superheroína, tal y como la conocemos hoy. Una mujer sensual y seductora, libre y abierta a nuevas experiencias. En la adaptación del cómic de Jean-Claude Forest Barbarella (1968), dirigida por Roger Vadim, observamos a una Jane Fonda vestida con un futurista traje metálico de Paco Rabanne, avanzando por paisajes psicodélicos, táctiles y sensuales: crisálidas de plástico, pieles sintéticas, píldoras y máquinas orgásmicas.
Entre los herederos de esa inquietud generada por el sexo, que sigue siendo uno de los temas principales de la mayoría de las películas, tenemos al maestro Woody Allen.
En El dormilón (1973), coprotagonizada por Diane Keaton, hace referencia al orgasmatrón, un aparato capaz de dar placer artificial, en un homenaje al famoso orgón inventado por el sexólogo austriaco Wilhem Reich, como respuesta a la fuerte represión sexual que, según él, sufría la población de esa época.
El orgón consistía en una caja rudimentaria del tamaño de una cabina telefónica, hecha de múltiples capas de materiales orgánicos e inorgánicos, que acumulaba energía cósmica para transmitirla al sujeto que, sentado en su interior, liberaba energía libidinal. Él mismo aseguraba que sesiones diarias en la máquina orgánica curaban desde los dolores de cabeza y la fatiga crónica hasta el cáncer y la impotencia.
Por muchos siglos que pasen, la arquitectura seguirá siendo contenedor de pasiones y frustraciones sexuales, ya sea en pequeños apartamentos, viviendas de lujo o hábitats ad hoc. Para los que la amamos, la arquitectura tiene un infinito poder de seducción y, por la acogida de esta muestra, parece ser que también se está convirtiendo en un poliamor.
Arquitectura y sexualidad 26 enero, 2017 1:24 pm
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