Los límites del individuo se han pulverizado, nos hemos convertido en una nación unipersonal en expansión. Una muy vulnerable y sin misterios.
Al principio todos quisimos tener una gran presencia y ocupar un espacio que se nos revelaba como ilimitado: internet era un universo por descubrir, un vastísimo lugar en el que todo era posible, la tierra de las oportunidades. El Nuevo Mundo Digital. Desembarcamos los colonos y comenzamos a dejar maletas aquí y allá, y si echamos la vista atrás, ha llovido mucho. Nos hemos olvidado de dónde están todas esas maletas y de qué contenían. Tenemos muy presente -o al menos algunos- todo lo que volcamos voluntariamente hoy en día, no subimos una foto o mandamos un mail sin tener la certeza de que puede estar siendo analizado, juzgado, investigado o simplemente utilizado con fines lucrativos que no conocemos. Pero, ¿y todo lo que hicimos en la era preFacebook? ¿Fueron nuestras conversaciones en IRC o MSN registradas y almacenadas en un archivo con nuestro nombre? Eran tiempos de ingenuidad respecto a las consecuencias de nuestros actos.
Cuando comenzaron a florecer redes sociales, lo común era correr a abrirnos un perfil en todas ellas; las empresas e instituciones por su parte querían estar, perteneciesen al sector el que perteneciesen. Las panaderías pedían tener un community manager igual que una gran multinacional, y bueno, esta es una burbuja de la que ya se ha hablado mucho, así que no incidiré más en escribir sobre ella. El caso es que rellenábamos formularios y aceptábamos términos de uso y advertencias legales como quien firma un autógrafo con indiferencia; la meta era lo que venía después. Hablo en pasado porque lo es -aunque muy cercano-. En esta época de hecho el futuro se convierte en pasado a una velocidad de vértigo. ¿Recuerdas todo lo que has podido verter en internet en los últimos cinco años? Por supuesto que no. Es muchísimo más de lo que puedes imaginar. Cada uno de nosotros hemos sido pequeños imperios online de vocación expansionista, hemos deseado ampliar nuestras fronteras como individuos y de pronto nos hemos dado de bruces con una realidad que nos preocupa: perdimos el control de nuestra privacidad, intimidad e incluso identidad.
Era lógico que en algún momento empezásemos a ambicionar ser olvidados. Nos abruma el modo en que nos hemos expuesto: estamos al descubierto por completo, nuestros secretos duermen a la intemperie en algún servidor ajeno. Y desde hace más tiempo del que creíamos. ¿Lograremos recuperar el control de nuestros contenidos existenciales no públicos? No parece probable. Ahora llegan Google Glasses, Apple Watches y demás wearable technologies, y con ellas, una nueva sensación. La nostalgia por la invisibilidad perdida.
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