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Muti y la Filarmónica de Viena abren magníficamente el Ravenna Festival

En Música martes, 21 de mayo de 2024

Gian Giacomo Stiffoni

Gian Giacomo Stiffoni

PERFIL

El Ravenna Festival llega este año a su edición número 35 con una frescura que muchos festivales deberían envidiar. Como siempre, se caracteriza por un sinfín de actividades en diferentes ámbitos culturales y artísticos que, a lo largo de casi dos meses, demuestra siempre una excelente calidad. Calidad que marca potentemente los conciertos dedicados a la música clásica con importantes orquestas y directores y sobre los que habrá un artículo dedicado, finalizado el festival en julio. La sección de conciertos abrió el festival por todo lo alto el día 11 con una memorable actuación de la Filarmónica de Viena dirigida por Riccardo Muti.

La presencia de Riccardo Muti en el podio de la Filarmónica de Viena representa una de esas fusiones artísticas indisolubles: el sonido y la tradición de Europa Central, junto con la italianidad del sentimiento musical, fruto de un enorme estudio, conocimiento y pasión. La homogeneidad cristalina del timbre vienés, con la expresión y la suavidad de un gesto capaz de interpretar de la mejor manera cualquier partitura. El concierto en Ravenna fue la segunda etapa de una gira extraordinaria realizada por Muti con la orquesta vienesa, que juntos cuentan con más de 500 conciertos públicos: desde el 7 de mayo ya se había sublimado con la presentación en el Musikverein de Viena de una extraordinaria Novena Sinfonía de Beethoven, en el 200 aniversario de su primera ejecución.

Festival de Ravenna

La Filarmónica de Viena y Riccardo Muti en el Musikverein de Viena. © Dieter Nagl.

Y esto ya dice mucho, si se prefiere a un director italiano (aunque de la talla internacional de Muti) sobre otros grandes austriacos y alemanes, que ciertamente no faltan para celebrar un coloso del clasicismo vienés. Así, tras cuatro noches de celebración en Viena por el evento beethoveniano, Muti y la Filarmónica de Viena tocaron por primera vez en el anfiteatro berlinés de la Waldbühne, en un concierto titulado Una noche europea, que apuntaba declaradamente a unir musicalmente al continente y a resaltar la necesidad de paz. Luego, la corta gira italiana: tres días consecutivos en los cuales Muti después de Ravenna, fue al Maggio Musicale Fiorentino y luego al Teatro Petruzzelli de Bari.

No quisiéramos a estar aquí repitiendo lo obvio y lo conocido; pero es casi obligatorio el enésimo comentario de sorpresa y complacencia sobre la calidad sonora de la Filarmonica de Viena que impresiona cada vez que se la escucha. Es la sorpresa de oír el sonido de un solo violín enorme producido por decenas de arcos en perfecta sincronía e afinación (pero lo mismo puede decirse para los dos fagots o los tres trombones); es el placer de percibir una emisión siempre llena, pulida y labrada, en el pianísimo como en el fortísimo, y sin embargo siempre diferente al cambiar de compositor, época, género musical.

Festival de Ravenna

La Orquesta Filarmónica de Viena y Riccardo Muti al inicio del concierto. ©Zani-Casadio.

Para la duodécima presencia de la Filarmónica de Viena en Ravenna, Muti seleccion un programa exquisitamente vienés. Entre las no muchas sinfonías de Mozart que Muti tiene en su repertorio, la Haffner (n. 35) es quizás la que siempre le ha sido más afín. La Sinfonía en manos del director napolitano estuvo repleta de detalles sobrecogedores. En las secciones más líricas, los violines expresaron una transparencia que fue capaz de encajar a la perfección con la sección de vientos con naturalidad y frescura, especialmente en el Andante, donde se pudo observar cómo, a través de un contacto visual intenso, se expresaba la alegría mutua de hacer música entre el director y la orquesta.

Festival de Ravenna

Riccardo Muti dirige la Orquesta Filarmónica de Viena. ©Zani-Casadio.

Con la Haffner terminó una primera parte del concierto muy breve (poco más de veinte minutos), a la espera de la última sinfonía de Schubert, La grande, que más propiamente debería llamarse “La inmensa”, y no solo por su duración de casi una hora. En el repertorio sinfónico, esta es una de las partituras en las que las interpretaciones de Muti han dejado una huella histórica.  La versión propuesta en Ravenna pareció ser la más noble, la más compuesta de las que conozco, pero con un destello dionisíaco cautivante en el último movimiento verdaderamente sobrecogedor. Para la ocasión, la orquesta cambió de color respecto a Mozart: la densidad de los graves se trasmitió a toda la cuerda, mientras que la fluida cantabilidad de las frases adquirió los tonos de una melodía que, sin temor, podríamos llamar “italiana” con una soltura impregnada de humor, pero al mismo tiempo de una claridad formal impecable.

Reducido al mínimo el uso de la mano derecha (la principal encargada de marcar el tiempo), Muti moldeó con la izquierda la naturaleza expresiva de cada ataque, imitó cada destello de los vientos, extrajo de los arcos el corazón de un sonido intenso, pero también terciopelado. Particularmente valioso fue el resalte dado a las partes internas de la construcción sinfónica normalmente elusivas, con síncopas inusualmente acentuadas y microdetalles rítmicos destacados por una gestualidad de Muti que, a menudo, dialogaba con los músicos con un tono divertido y cómplice, claro ejemplo una afinidad electiva entre director y orquesta que se mantiene sin interrupciones desde el lejano 1971.

Festival de Ravenna

El Pala de Andrè al completo para el concierto de la Orquesta Filarmónica de Viena y Riccardo Muti . ©Zani-Casadio.

El efecto fascinante se trasladó sin intermediarios al público reunido en perfecto silencio: 3.500 espectadores que ocuparon con un silencio impresionante cada asiento de ese espacio polivalente atípico que, durante algunas noches al año, se convierte en el auditorio de las maravillas que es el Palacio de Andrè de Ravenna. Sin embargo, la mayor maravilla aún estaba por llegar. La propina elegida por Muti fue lo más vienés que se pudiera imaginar: el Kaiser-Walzer de Johann Strauss. Para ello, la orquesta cambió nuevamente de vestimenta sonora, luciendo la más conocida popularmente del Concierto de Año Nuevo en Viena: ahora dominaba una tersa ligereza, mientras los virtuosismos del director se concentraban en las dinámicas, en esos crescendos perfectamente calibrados que solo él sabe planificar y obtener, en ese repentino logro de un “pianissimo” que tanto aprecia, seguido de un “aún más piano” al límite de la percepción. Como era de esperar el éxito de la velada fue saludado por una ovación interminable.

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