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Cultura

Kiko Amat se cobra la gran “Revancha” de su vida

En Entrevistas, Cultura miércoles, 17 de febrero de 2021

Philipp Engel

Philipp Engel

PERFIL

Kiko Amat (@100patadas) ha firmado su mejor novela hasta la fecha, y van seis. En eso nos podemos de acuerdo rápidamente, alrededor de sendos Vichy Catalán –la última vez que lo entrevisté, creo que por Rompepistas (2009), quedamos al caer la tarde y bebimos cerveza (pasa la vida…). Sin embargo, no tarda en tirar por tierra las fantasías, más que teorías, que me había montado en torno a Revancha, esa sexta novela que acaba de publicar en Anagrama, la escudería que le ha visto crecer, como un hijo, desde El día que me vaya no se lo diré a nadie (2003), su primera novela publicada.

Antes del huracán, sobre la que Amat ya estuvo conversando en EL HYPE con Don Lluís Costa, era para este cronista algo así, en cuanto a ambición, como “La Gran Novela Americana” del Baix Llobregat, esa comarca que el de Sant Boi ha convertido en su Yoknapatawpha particular.

Daba muchos rodeos para no regresar al lugar de donde provengo, el puto delta chusmero habitado por “working class” dañada.

En su caso, el lugar es real, incluso hiperreal, pero no importa, porque hasta que llegó Amat era una selva inexplorada, virgen de ficción, en la que abrirse paso a machetazos: Al principio, cuando empecé, pensaba que a lo mejor era incluso ilegal escribir sobre el Delta. En mi entorno no había nadie haciendo novelas, todo lo más aspiraban a estrellas del deporte o se montaban una banda de rock como la Banda Trapera del Río. Así que daba muchos rodeos para no regresar al lugar de donde provengo, el puto delta chusmero habitado por “working class” dañada, porque no me atrevía, o me daba un poco de vergüenza. Hay que decir que el haberme ido de ahí a los 22 años, como muchos de mis colegas, a la larga me dio la distancia necesaria para escribir sobre todo ello, confiesa.

Hablamos de ese “paisaje que nadie había reflejado en la literatura”, concretamente de Castelldefels, que es donde empieza y acaba Revancha. Le digo que es como un Los Ángeles en miniatura, que es que siempre he pensado. De hecho, Revancha arranca en el hotel donde tiempo atrás, concretamente el 25 de abril de 1972, se suicidó un astro de Hollywood, cuyo nombre en la novela Amat prefiere omitir. Aunque sólo puede tratarse del Gran Hotel Rey Don Jaime, donde George Sanders dejó una elocuente nota de suicidio que conservo escaneada en mis archivos secretos como un macabro fetiche. Sí, pero eso sólo lo habrás detectado tú, entre mil lectores. Aunque es interesante que lo menciones, porque precisamente no doy la referencia. Sólo lo utilizo para decir que hay un pasado fantasmal, semi esplendoroso.

Revancha

Amat ha evacuado cualquier referencia con la que se le pueda identificar, un proceso que ya se había puesto en marcha en Antes del huracán, para huir de sí mismo y alejarse de las novelitas pop con las que se había dado a conocer. A su lado nerd ya le da rienda suelta en el podcast Psycholand, de modo que ya no necesita sacarlo a relucir en sus novelas. Al contrario. Si decíamos que Revancha es su mejor novela, era ante todo por la forma, es decir aquello que, en literatura, más que cualquier otro aspecto, siempre acaba siendo lo determinante.

Revancha está tallada a martillazos en un estilo espartano sobre una estructura minimalista: las trayectorias de dos personajes que discurren en paralelo, y se presienten desde un buen principio como condenadas a encontrarse, acaso en un gran duelo final, como si fuese el primer western del Baix Llobregat. Son dos auténticos villanos que se reflejan el uno en el otro. Uno, Amador, es el número dos de una banda de ultras del Barça, los ficticios Lokos, que con el tiempo ha transmutado en organización criminal. El otro, César “Jabalí” Beltrán, es un antiguo jugador de rugby reconvertido en ángel vengador entregado a la causa de repartir justicia entre aquellos que el sistema dejó que se fueran de rositas.

Revancha está tallada a martillazos en un estilo espartano sobre una estructura minimalista.

Como decíamos, ambos parecen las dos caras de una misma moneda ultraviolenta. Viven en soledad,  ocultan secretos –sobre todo Amador, que es gay–, y están al otro lado de la ley. Y ahora cuento la fantasía que había edificado en torno a Revancha: en esa prosa tan depurada y minimalista había vislumbrado un “giro oriental”, como si el martillo vengador de Beltrán fuese el de Old Boy y las reyertas callejeras salieran en todas esas películas coreanas de palizas callejeras; como si Amador fuese el protagonista de El silencio de un hombre, y Jabalí el de su remake americano protagonizado por Forest Whitaker. Pero Amat corta en seco mi fantasía oriental para asegurarme que no ha estado leyendo el Bushido, que sus tatuajes no son de la Yakuza, y que tampoco se ha recluido en un monasterio tibetano para destilar su prosa, depurándola de las siempre peligrosas metáforas: Simplemente soy un autodidacta que va aprendiendo por el camino.

Revancha me parece un triunfo de depuración estilística.

Sí, pero las herramientas que utilizo vienen de Antes del huracán, donde ya desaparecí totalmente como personaje. Entendí que, para mejorar, tenía que irme del todo, ser implacable ante cualquier asomo de opinión, demostración de astucia o de gustos personales. Es natural tener ganas de mostrar tu ingenio maravilloso, pero hay que darse cuenta de que eso va en contra de tu creación. Creía que esa tendencia de novelistas tipo Henry Fielding, que intervienen cada dos por tres en el texto, se había superado en los años 20 o 30 del siglo pasado. Pero no, y todo eso no son más que obstáculos que impiden que la gente se crea la historia que les estás contando.

¿Cortaste mucho?

Sí, quería llegar a una trama super comprimida y me obsesioné con cortar, tanto que me sorprende que la novela no haya quedado mucho más corta, aunque no creo que le sobre nada. Tampoco a Antes del huracán, que era mucho más larga [100 páginas más]. Ahí no calibré lo suficiente la implicación emocional que me iba a suponer, de modo que, para Revancha, quise utilizar las mismas herramientas, pero para hacer un thriller, con una trama adictiva, en el que pasaran cosas todo el rato. Puede parecer que la novela tiene una estructura muy simple, pero en realidad los personajes no dejan de crecer, sólo que hago que la técnica no se note. Siempre necesito desafíos técnicos para que el tema me agarre.

Resulta muy sugerente que la voz de Amador esté en segunda persona, como si fuese su mala conciencia la que le habla desde su yo interior. ¿Cómo se te ocurrió?

No hay una explicación racional. De golpe, él hablaba así. Y me parece una voz perfecta. Es una primera persona enmascarada, que a la vez parece apelarte, y al tiempo marca una distancia y un desapego muy de tercera persona. Lo tiene todo, y es la columna vertebral del libro, glutamato puro: suena perversa, pero necesitas seguir escuchándola.

Revancha

Esa jerga trufada de palabras inventadas como “nursa” o “muza”, que se entienden por el contexto,  también funciona muy bien, ¿es una herencia de tu propia pandilla?

No. Es decir, nosotros teníamos nuestra propia jerga, que sólo era válida un par de calles a la redonda. Es lo que suele ocurrir con las pandillas, que se crea un vocabulario. El de los Lokos me lo inventé porque no quería tener nada que ver con ellos.

Es una novela muy violenta, ¿de dónde viene toda esa violencia?

De mucha violencia que he presenciado, y de una rabia o un rencor que adopta una forma artística o literaria. El arte me ha dado herramientas, y no precisamente un martillo, para explicar mi bagaje, mi mundo, el tipo de personaje más grande que la vida que te encuentras en pueblos y en diversas subculturas.

Creo que es la primera novela con un héroe ultra super guay.

Tanto Amador como Beltrán son auténticos villanos, aunque ambos conservan un resquicio de humanidad. ¿Era necesario que, muy en el fondo, todavía tuvieran su corazoncito?

Hay mucha gente que no entiende cómo funciona el maleante. No es que carezcan de empatía, sino que no la tienen contigo. Han reducido al mínimo su capacidad empática, pero siguen teniendo lazos afectivos, de familia o de pandilla. Pueden parecer psicópatas, pero no lo son. En realidad, el tanto por ciento de psicópatas es muy reducido. Beltrán y Amador son malos, pero todavía no tienen el corazón calcinado, no han cruzado la línea como otros personajes de la novela como El Cid, el líder de los Lokos.

Esa fascinación freak por la extrema derecha te viene de largo, ¿no?

Sí, viene de la infancia, de cuando se fue construyendo una mitología en torno a personajes de los que hablaba todo el mundo. Eran los monstruos de mi generación, los que iban a venir a pegarte si no te comías la sopa. Es algo que ha ido aflorando en mis novelas. En Cosas que hacen Bum, uno de la pandilla venía de militancia ultra; en Rompepistas, también había un pelao que hacía cosas que los otros no querían saber, y Antes del huracán va de un nazi loco…

"Cosas que hacen bum", Kiko Amat

¿El contexto actual, con Vox tan en auge, no te frenó a la hora de escribir una novela protagonizada por un ultra?

No, mis novelas viven fuera del tiempo. No hago periodismo, no soy ese tipo de novelista. Da la casualidad que ese mito está ahora en las portadas de los diarios. Pero esta es una novela de personajes y de trama, no una novela de tesis. Ya hay muchas novelas que van de sociológicas, y  eso es lo opuesto a lo que yo hago. Flannery O’Connor me enseñó que hay escritores con grandes ideas de lo que tiene que ser una novela, pero que una novela tiene que estar anclada en lo concreto. La violencia es dos tipos que se pegan, no soltar un rollo sobre la violencia. Un martillo es un martillo, no un símbolo de opresión o de lo que sea

En la novela también dejas en evidencia la sensacional cobertura mediática que se le dio a los skins en su momento.

Es que se les daba una cancha alucinante. La prensa contribuyó a crear la leyenda. Es como Jack El destripador. No se entiende por sí solo. No lo recordaríamos si ese mismo año no hubiesen aparecido el Star y The Sun. Fue el nacimiento de la prensa amarilla. En Inglaterra también se cubrió mucho el movimiento skinhead en sus orígenes. La prensa les dio un talante más heroico del que tenían en realidad. Los de Blood & Honor, por ejemplo, se buscaban en las páginas del Searchlight, una publicación relacionada con la Anti Nazi League, como si fuera el Lecturas. Normal, nunca habían sido famosos más allá de su propio entorno, y de repente se les daba cobertura a nivel nacional.

Al mismo tiempo, eso de los skins reconvertidos en crimen organizado es muy real, ¿no?

Sí, sale de ahí. He presenciado muchas peleas, y al mismo tiempo, en Barcelona, sólo hay un grado de separación con esta gente. Todo el mundo conoce a alguien. Y es sabido que se han organizado en estructuras piramidales, que tienen propiedades y todo eso. Pero, una vez más, no me interesaba hacer fenomenología, porque el mito siempre es más interesante que la realidad

¿No temes que la realidad llame a tu puerta en forma de ultras cabreados?

Que uno sea gay es lo único que podría molestarles. Al contrario, mientras escribía, más bien temía que pudieran acusarme de hacer apología, porque les describo de una manera muy excitante ¡Tendrían que hacerme una estatua ecuestre! Creo que es la primera novela con un héroe ultra super guay. El lector va con él, lo mismo que con Tony Soprano. Es alguien al que acabas conociendo muy bien, como ese colega tuyo con borrachera agresiva o personalidad cuestionable. Al mismo tiempo es un chungo al que no se le puede disculpar. Va a vengarse del mundo por todo el dolor que sufrió en el pasado, de una manera completamente irracional, contra cualquiera que se cruce en su camino. Cuanto más guay sea, mejor. Eso es algo que creo que se explica bien en las primeras páginas. Si destruyen al gallego, no es tanto porque les haya robado, sino porque sus padres fueron afectuosos con él o porque sus abuelos eran artistas. Van a destruir la bondad, y sobre todo la suerte de los demás. Lo puedo entender perfectamente.

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